Mario se fue de Cuba con diez centavos en el bolsillo. Eran las normas de la aduana nacional en 1963 con los que habían decidido marcharse del país. Una muda extra de ropa y diez centavos para hacer un par de llamadas por teléfono desde el lugar de destino. Era esa la medida exacta de la generosidad de la Revolución para los que la despreciaban. No más dinero, ni ropa, ni objetos familiares. Ni siquiera los anillos de compromiso. Así salió con su esposa americana y sus dos hijos pequeños. Dueño de una joyería había recibido el triunfo de la Revolución con el entusiasmo del que ve un buen pretexto para salir de parranda pero luego había visto cómo su antigua vida, una vida alegre y despreocupada por casi todo, incluso por quién se encontraba en el poder en ese momento se fue erosionando hasta desaparecer. La esposa americana aclimatada al país al punto en que era imposible distinguirle cualquier acento extraño ya no podía hacer los mandados sin que el mero hecho de pararse en una cola no se convirtiera en un acto de repudio al grito de “¡Cuba sí, Yankis no!”
El primer año en los Estados Unidos Mario estuvo en shock, sentado en un sofá, con la vista perdida, sin ánimos para inventarse una nueva vida. Vivían del sueldo de la mujer que a la madrugada que siguió a su llegada a Nueva York consiguió trabajo en una compañía de teléfonos. Fue así hasta que un amigo lo llamó para que lo ayudara en el negocio. Mario reaccionó como quien acaba de despertarse y desentumeció sus músculos de hombre de negocios para empezar una nueva vida a sus casi cuarenta años. Con el tiempo fundó negocios, compró y vendió propiedades, recorrió todo el mundo habitable unas cuantas veces, abrió oficina en la calle 47, en el famoso Diamond District de Nueva York, por donde entonces circulaba el 70% del mercado mundial de brillantes. No le guardaba rencor al castrismo, apenas un desprecio elemental por haber llevado un país próspero a la ruina. Incluso decía agradecerle a Fidel Castro el haberlo obligado a salir de su provinciana vida habanera y obligado a conocer mundo. El asunto del rencor se lo dejaba a la mujer quien podía perdonarle todo al castrismo menos no haberle permitido sacar del país las fotos de sus hijos. Todavía, cuando décadas más tarde evocaba la noche anterior a su salida de Cuba, la noche en que tuvo que quemar el album familiar entre lágrimas en el patio de su casa, la voz le temblaba de rabia.
Mario no tenía buena opinión de la humanidad. “El humano, eso es lo peor que hay” decía como si esa fuese la suma del saber que había alcanzado en su larga vida. Sin embargo esa convicción no le impidió dedicarse a ayudar a todo el que pudiera como quien se resigna a una debilidad especialmente vergonzosa. Su bondad y generosidad las practicaba, por tanto, con el ceño fruncido, como si no se perdonara actuar de un modo contrario a su más profundo credo, como para disuadir de antemano a cualquiera que se atreviese a sugerir que lo hacía porque en el fondo y hasta en la superficie, enmascarada tras una mueca de disgusto, era bueno. Fue así que ayudó a salir de Cuba y a asentarse fuera de ella a medio centenar de personas, y se sorprendía sinceramente si recibía a cambio alguna muestra de gratitud. Aunque su consigna vital fuera “piensa mal y acertarás” y la noción del mejoramiento de la raza humana le resultaba una de las ideas más ridículas que pudieran concebirse le parecía repulsivo que hubiese gente condenada a vivir en el infierno.
Fueron él y su esposa quienes nos recibieron en el aeropuerto JFK hace casi quince años. Ellos quienes nos tuvieron en su casa de ventanales que enmarcaban a toda la isla de Manhattan durante el mes que nos tomó encontrar un alquiler. Quienes nos aconsejaban y mostraban los alrededores mientras accedíamos a esa nueva vida como quien ha nacido en una cápsula espacial y debe adaptarse a la fuerza de gravedad. “Marielito” me decía cuando por accidente le disparaba las alarmas de su casa para calificar y justificar de algún modo mi infinita torpeza. “Marielito” me dijo desde la cama del hospital mientras salía de las nieblas de un coma para hacerme saber que aún podía reconocerme. Hoy amanecí con la noticia de su muerte. La acogí con el mismo alivio con que asumo que debió aceptarla un cuerpo demasiado maltratado en los últimos meses por dolencias que no se habían atrevido a molestarlo durante ochenta y siete años de vida plena y buena. Lo inaceptable es saber que su muerte no vino sola sino que vendrá acompañada de un vacío que duele nada más que imaginarlo. Y a esa traición le correspondo con otra que es la de dejar claro que no obstante todos los honestos esfuerzos que hizo para no enterarse de su bondad, porque no la sospecháramos, quien murió anoche fue un hombre bueno.
El primer año en los Estados Unidos Mario estuvo en shock, sentado en un sofá, con la vista perdida, sin ánimos para inventarse una nueva vida. Vivían del sueldo de la mujer que a la madrugada que siguió a su llegada a Nueva York consiguió trabajo en una compañía de teléfonos. Fue así hasta que un amigo lo llamó para que lo ayudara en el negocio. Mario reaccionó como quien acaba de despertarse y desentumeció sus músculos de hombre de negocios para empezar una nueva vida a sus casi cuarenta años. Con el tiempo fundó negocios, compró y vendió propiedades, recorrió todo el mundo habitable unas cuantas veces, abrió oficina en la calle 47, en el famoso Diamond District de Nueva York, por donde entonces circulaba el 70% del mercado mundial de brillantes. No le guardaba rencor al castrismo, apenas un desprecio elemental por haber llevado un país próspero a la ruina. Incluso decía agradecerle a Fidel Castro el haberlo obligado a salir de su provinciana vida habanera y obligado a conocer mundo. El asunto del rencor se lo dejaba a la mujer quien podía perdonarle todo al castrismo menos no haberle permitido sacar del país las fotos de sus hijos. Todavía, cuando décadas más tarde evocaba la noche anterior a su salida de Cuba, la noche en que tuvo que quemar el album familiar entre lágrimas en el patio de su casa, la voz le temblaba de rabia.
Mario no tenía buena opinión de la humanidad. “El humano, eso es lo peor que hay” decía como si esa fuese la suma del saber que había alcanzado en su larga vida. Sin embargo esa convicción no le impidió dedicarse a ayudar a todo el que pudiera como quien se resigna a una debilidad especialmente vergonzosa. Su bondad y generosidad las practicaba, por tanto, con el ceño fruncido, como si no se perdonara actuar de un modo contrario a su más profundo credo, como para disuadir de antemano a cualquiera que se atreviese a sugerir que lo hacía porque en el fondo y hasta en la superficie, enmascarada tras una mueca de disgusto, era bueno. Fue así que ayudó a salir de Cuba y a asentarse fuera de ella a medio centenar de personas, y se sorprendía sinceramente si recibía a cambio alguna muestra de gratitud. Aunque su consigna vital fuera “piensa mal y acertarás” y la noción del mejoramiento de la raza humana le resultaba una de las ideas más ridículas que pudieran concebirse le parecía repulsivo que hubiese gente condenada a vivir en el infierno.
Fueron él y su esposa quienes nos recibieron en el aeropuerto JFK hace casi quince años. Ellos quienes nos tuvieron en su casa de ventanales que enmarcaban a toda la isla de Manhattan durante el mes que nos tomó encontrar un alquiler. Quienes nos aconsejaban y mostraban los alrededores mientras accedíamos a esa nueva vida como quien ha nacido en una cápsula espacial y debe adaptarse a la fuerza de gravedad. “Marielito” me decía cuando por accidente le disparaba las alarmas de su casa para calificar y justificar de algún modo mi infinita torpeza. “Marielito” me dijo desde la cama del hospital mientras salía de las nieblas de un coma para hacerme saber que aún podía reconocerme. Hoy amanecí con la noticia de su muerte. La acogí con el mismo alivio con que asumo que debió aceptarla un cuerpo demasiado maltratado en los últimos meses por dolencias que no se habían atrevido a molestarlo durante ochenta y siete años de vida plena y buena. Lo inaceptable es saber que su muerte no vino sola sino que vendrá acompañada de un vacío que duele nada más que imaginarlo. Y a esa traición le correspondo con otra que es la de dejar claro que no obstante todos los honestos esfuerzos que hizo para no enterarse de su bondad, porque no la sospecháramos, quien murió anoche fue un hombre bueno.
Qué horrible el hecho, pero qué bien tu manera de decirlo. Un abrazo.
ResponderEliminarsorry, man.
ResponderEliminarPrecioso homenaje, Enrisco. Que descanse en paz tu amigo, ese hombre bueno.
ResponderEliminarLo siento mucho. Haces bien en escribir esta conmovedora historia. Por ahí abundan muchísimos Marios conocidos solamente por los que han sido alcanzados por la bondad de éstos/as. Saludos.
ResponderEliminarNo lo conocí, pero por lo que cuentas de él, se merece respeto y el homenaje personal que acabas de hacerle. Hay muchos Marios y muchos Enriscos en esta amalgama que es el exilio, en cualquier parte que sea. Cuántos no hemos pasado por experiencias como las de él, al irse de Cuba y llegar aquí, y las tuyas.
ResponderEliminarQue descanse en paz tu amigo.
EPD
ResponderEliminarNo creo que Mario estuviera lejos de la verdad, pero absolutamente cierto es que Castro y el comunismo consiguieron invocar, extraer y multiplicar lo peor del carácter humano.
En cuanto a los "agradecimientos", vale decir que casi todos nosotros, los de la generación élite (por nutrición y educación) del castrismo, no existiríamos sin ese convulsivo desastre nacional que reubicó todas las fichas biológicas en la gran antilla. La bestia de Birán no sólo propició nuestra fuga, progreso y cosmopolitismo como en el caso de Mario, sino hasta nuestra propia existencia.
Lo siento mucho Enrique.
ResponderEliminarHermoso, conmovedor homenaje.
uno mas. Nuestros muertos. Nos vamos poniendo viejos.
ResponderEliminarYo conocí a Mario. Le conocí gracias a ti y se cuanto le agradece tu familia a este hombre, lo digo en presente pues estoy seguro de que lo tendrán en ese presente en el que uno mete a los que quiere de por vida. Esa imagen de Mario periódico en mano un domingo cualquiera en Union City no la olvidaré jamás. Había algo muy interesante al verle caminar por esas calles pues con un paseo simple este hombre tambien estaba atravesando épocas. No se me olvida que en mi visita a este país hace más de diez años el me invitó a desayunar y me advirtió de que no me quedara en Cuba. En aquel viaje cuando llegué a tu casa había un hombre al teléfono preguntando por el “cubano que venía de visita” y hablé con él sin aun conocerle pero como si le conociera de toda la vida. Cuando vine definitivo me esperó y ayudó en los primeros tiempos un viejito parecido a "tu Mario" al cual cuando hablo contigo le llamo para identificarle como “Mi Mario”. Que gran hombre. Que grandes hombres estos que se han encargado de la nación cubana en su sentido más práctico. Un abrazo mi hermano en este día. Se cuanto le vas a extrañar.
ResponderEliminarMi pesame, enrique. me hablaste de el en parque central. epd
ResponderEliminarLa primera vez que nos reeencontarmos tú y yo en USA, me hablaste de el y de tu admiracion y gratitud por su altruismo. Hoy, al leer tu blog, he recordado ese día.
ResponderEliminarDuele que mueran estos primero que "aquellos".
Un fuerte abrazo
Carlos V (Madrid)
Que triste noticia, Enrique. Siempre sentí que lo había conocido, de lo tanto y lo bien que tú y la familia hablaban de él. Va mi más sentido pésame desde Miami, con un fuerte abrazo, que espero darte pronto en persona.
ResponderEliminarTodos tuvimos un "Mario", de los del exilio historico, con su fuerza y bondad nos aceptaron en nuestros comienzos, esos que gracias a ellos estamos aqui, y que muchos le tiran cuando son intransigentes, los que los critican son los que lleagron con ayuda del gobierno y muchos regresan a darse la lengua con el el tirano. Ellos no aun conservan lo que se llama dignidad.Tengo 40 años y me revienta oir aun joven hablar de los intransigentes.
ResponderEliminarlo siento mucho, henry, pero me alegro por ti, por haber conocido y tenido un "mario" generoso que los ayudara sin condiciones. grandes hombres todos, vos y él. un abrazo grande.
ResponderEliminarQue triste que se haya muerto el viejo Mario. Tenia un gran corazon y el sabor criollo para la picardia. Nunca olvidare el dia que me recibio en su casa y se partio de la risa cuando me vio con la boca abierta por la hermosisima vista de NYC que se veia desde su casa. Se mueren los buenos y sigue viviendo La Coma-Andante. Si existe algo en el mas alla algun dia me tendra que explicar su nocion de justicia.
ResponderEliminarYoyi
Siento mucho lo de tu amigo, Enrique. Y a pesar del evento, es un placer leerte.
ResponderEliminarSaludos
Eso de agradecer el exilio a Castro, es como dar gracias a Hitler por el Volkswagen.
ResponderEliminarPolo: era un "agradecimiento" con sorna. una manera de decir: quisiste destruirme la vida pero no lo conseguiste. otra consigna que resumiria su vida seria "la mejor venganza es vivir bien" y en eso Mario, cuyo talante no era nada vengativo (era demasiado desmemoriado para tomarse a pecho el tema de la venganza) se vengó a plenitud. y ese siempre ha sido para mi un buen ejemplo a imitar.
ResponderEliminarDoblemente conmovedor: la vida de Mario y la forma en que la has contado. Enrisco, la ausencia se acomoda, el seguira estando ahi, a tu lado.
ResponderEliminarPolo, en una entrevista que le hice hace mas de 22 anos a Nestor Almendros, el me decia lo mismo, que "gracias a Fidel gano un Oscar", con toda la carga de ironia que representa que la bestia no pudo aniquilarlo y triunfo en su vida.
...que hermoso texto....un gran homenaje...
ResponderEliminarJose Q.
@Enrisco: Sorry man, fue solo una de mis "poludeces"; y gracias por la historia, en verdad la disfruté.
ResponderEliminarEnrisco,
ResponderEliminarmis ánimos y mis fuerzas!
Por tus letras he llorado -también- a un hombre digno. Me has hecho recordar a varios amigos o familiares de esa clase de humanos que en Cuba ya casi no existen.
Gracias!
Lester
Enrique, te acompaño en el sentimiento.
ResponderEliminarDescanse en paz un hombre bueno.
Y ya que la rechazas vuelvo a dártela como prueba de intolerancia: se rebate, no se silencia.
ResponderEliminarMarielito y lo repites dos veces sin meditarlo mucho. Me has hecho recordar a varios de ellos, que deambulaban por Union City, circa 1981, entre los que consideraban eran los suyos. Tantos los despreciaron que los despojaron hasta de su origen. De “escorias” a “marielitos”, jamás cubanos (qué suerte, diría ahora). Los “marielitos” eran considerados como una especie a medias, que los anteriores y exteriores toleraban y trataban con cuidado y desconfianza, como se tolera y se trata a los perros y a veces, muchas, como a las ratas. Pero ellos, tus “marielitos” insistían en seguirlos y no les quedaba más remedio que hacerlo, en busca de algún trabajo mal pagado o un simple plato de lentejas. Algunos tenían suerte y los usaban y ellos gustosos se dejaban usar, pues nadie, afuera, los de otros grupos, al escuchar lo que decían de ellos su propio grupo, los quería cerca. Los de acá necesitaban alguna prueba del fracaso revolucionario y lo fabricaron o encontraron. Ante tal rechazo, unos decidieron por el crimen, otros por el suicidio, y otros, por sobrevivir y nunca olvidar. No me parece una broma de buen gusto usar un término que produjo tanto dolor como sinónimo de subhumano y me ahorro las analogías pues puedes imaginarte las que tengo en mente.
Es lamentable, pero las buenas acciones individuales no eximen de la culpa que pueda el hacedor tener en las colectivas. Qué en paz descanse.
El día en que decidí quedarme en Guanajuato, México, tenía 27 dólares en el bolsillo, unos 300 pesos mexicanos al cambio del año 2005. ¿Cómo pude pagar un mes de renta y tener para comer en lo que encontraba trabajo? Obviamente no con esa suma. Un "Mario" al que le pedí ayuda (que hubiera podido negar sin remordimientos) me hizo llegar vía Western Union una suma que no preciso, porque importa más el gesto que la cuantía de la misma. Baste decir que techo y comida dejaron de ser una preocupación acuciante. Mi "Mario" se llamó (se llama) Enrique del Risco y ojalá su sentido del pudor no le impida aprobar este torpe comentario.
ResponderEliminar¿El miserable de vuelta? disculpa que te llame así pero a falta de mejor nombre no me queda remedio. Incluso si no eres tú se puede decir que El Miserable ha creado escuela, fundado un estilo basado en la carencia de escrúpulos y un curioso sentido de la oportunidad. Un par de cosillas: conozco muchos marielitos que ya eran delincuentes antes de ser llamados marielitos, incluso antes de salir por el puerto epónimo. Ese era el plan del gobierno cubano. Enviar delincuentes junto al resto de los que huían para que se viera confirmada su propaganda retroactivamente: los únicos que se pueden desear escapar del paraíso cubano eran los delincuentes. Rechazos hubo como en cualquier grupo humano que se siente superior a otro porque lo aventaja en mínimos detalles pero muy pocos comparado con el gobierno que los expulsó en masa de su país y les llamaba escoria mientras estimulaba a la gente a que los golpeara o a lanzar sobre sus casas toneladas de huevos.
ResponderEliminarLo otro es que no recuerdo Mario que llamara “marielito” a nadie más ni en sentido despectivo ni en ningún otro. Yo era “su” marielito en broma y cuando me llamó de esa forma en el hospital era un modo de decirme que su mente seguía alerta, dispuesta a bromear cuando la muerte ya se le acercaba. De buen o mal gusto era entre nosotros dos y nunca me molestó. Si la recordaba en el texto es porque me permitía una elipsis que resumía mi amistad con él. Mario nunca discriminaba ningún grupo humano más allá de la desconfianza que le inspiraba la humanidad en general. Era suyo el principio de Mark Twain –aunque dudo que lo haya leído- de que no le importaba si alguien era cristiano budista o mahometano, le bastaba con que fuera ser humano. No podía haber nada peor. Y lo que me llamaba la atención era que a pesar de ello era extremadamente generoso y desinteresado. Mucho más que la inmensa mayoría de los amantes de la humanidad que conozco. A él me unía un parentesco que de tan lejano era casi falso pero me trató como un amigo y yo como al único abuelo que me quedaba luego de que los últimos dos murieran en Cuba sin haber podido acudir a su entierro. Basado en mi viejo principio de no abusar de las amistades para que duren no le pedí favor mayor que el de recibirme al llegar. Honrarme con su amistad, saber que estaba ahí ya me era suficiente. Y nada como su desaparición para entender la diferencia.
Pero mientras mi comentarista se queja de los prejuicios no duda en invocar y estimular otro que es el de la convicción de que todos los cubanos viejos, los de los primeros exilios, han sido seres dedicados a la marginación y el desprecio de los que vinieron después. Mi experiencia en ese sentido es bien distinta. La comunidad cubana en esta zona es más pequeña que en Miami pero al mismo tiempo significativa y cercana entre sí y al llegar sentí una solidaridad tan espontánea como sorprendente. Sin preguntarme cómo me llamaba o cómo pensaba me ofrecían su ayuda aunque sin confundir una acogida más o menos cálida con la manutención o la asistencia social. Las anécdotas al respecto son tan numerosas que prefiero reservármelas. Lo único que diré es que me han servido de ejemplo –a mí y otros como yo- para tratar a todos los que han ido llegando después.
luisfe: te lo publiqué porque tú sabes bien cómo manipular mi sentido del pudor pero ya que estamos aireando los trapos sucios te diré que los dias que pasé en Guanajuato invitado a tu boda son de los más lindos y divertidos que he pasado en mi vida. Gracias de nuevo y saludos a todos por allá.
ResponderEliminarluisfe: te lo publiqué porque tú sabes bien cómo manipular mi sentido del pudor pero ya que estamos aireando los trapos sucios te diré que los dias que pasé en Guanajuato invitado a tu boda son de los más lindos y divertidos que he pasado en mi vida. Gracias de nuevo y saludos a todos por allá.
ResponderEliminarGran post y grandes también los comentarios.
ResponderEliminar> Mario se fue de Cuba con diez centavos en el bolsillo ... para hacer un par de llamadas por teléfono desde el lugar de destino.
ResponderEliminar~
Cuando yo vivi'a en Cuba todas esas p3nd3j@d@s me pareci'an absurdos crasos, pero poco ha poco me he dado cuenta lo fa'cil que es manipular al ser humano inclusive en "la libertad"
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Existen corpora de libros con las publicaciones detalladas los abusos durante la edad media y las persecuciones a brujas en la edad media estaban "comprendidas dentro de las leyes". ?'Alguien sabe de (sobre todo) compilaciones de los documentos "especificativos" que ha generado la dictadura Cubana?
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Por ejemplo, la asi' llamada "libreta de abastecimiento" ha cambiado mucho durante todos estos an~os. Sencillamente ese documentico tiene historia que contar ...
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lbrtchx cmllpz