Como en los preuniversitarios de todo el mundo, en el mío teníamos rigurosamente clasificados a los profesores con esa inigualable sensibilidad por los defectos físicos que suelen tener los adolescentes. A cada cuál le asignábamos un nombrete que reducía su persona al largo de las orejas, la forma del bigote, el ancho de la frente, la prominencia de los ojos o el mentón. Un día sin embargo, para rellenar algún punto de la compleja estructura de mando de la beca, se apareció un personaje que representaba un reto especialmente difícil. No es que careciera de marcas físicas sino que reunía todas las deformidades más notables del resto de los profesores. Estuvimos sin decidirnos qué imperfección escoger para dedicarle su correspondiente apodo hasta que algún genio –inspirado sin dudas en las nociones de la genética mendeliana eschadas en la clase de biología- dio con la solución. Dado que aquella víctima enconada de la Madre Naturaleza reunía tantos defectos ajenos le llamaríamos el Híbrido.
Pues algo de eso tiene el artista italiano Maurizio Cattelan quien ahora se enfrenta a uno de los momentos consagratorios del mundo de las artes en estos días: tener una retrospectiva de su obra en el Guggenheim. Sus esculturas en látex se acercan a las de Ron Mueck, sus animales disecados recuerdan a los de James Croak, su insistente ingenio el de René Magritte sin que en ninguna de sus versiones consiga acercarse a sus referencias. Cattelan es el Híbrido del arte contemporáneo como aquél borroso subdirector lo fue de mi beca. La gracia que contamina a cada una de sus piezas de factura tan variada, sin embargo bastaría para salvarlo en el sobresaturado –de obras y pretensiones huecas- panorama actual del arte.
No obstante, a juzgar por “All”, título de su actual retrospectiva en el museo diseñado por Frank Lloyd Wright, Cattelan no parece demasiado satisfecho de su fama de gracioso irreverente. Delata su incomodidad el modo en que dispuso esta exhibición: si el chino Cai Guo-Qiang colgó siete chevrolets blancos del techo del museo el italiano intenta subirle la parada tendiendo toda su retrospectiva cúpula abajo. Solo que lo que planeó como su más arriesgada rebeldía, su burla definitiva al establishment del arte queda por gracia del hacinamiento en pataleta de adolescente. Como si no comprendiera que el mundo del arte ya no es lo que era cuando Duchamp llevó su urinario a exponer en la Society of Independent Artists de Nueva York.
Hace mucho que las instituciones aprendieron que el escándalo estético las beneficia. Incluso ha envejecido aquella progresiva adaptación de los inversionistas que hizo decir a un novelista que el arte moderno era una conspiración entre los artistas y los ricos para hacerle creer al resto de la gente que eran unos imbéciles. Hasta el resto de la gente –al menos la que visita museos y galerías- ha aprendido a no escandalizarse y así aparentar ser parte de la conjura de los ricos y artistas, lucir inteligentes. En tiempos que los curadores emulan con los artistas en sus amagos de rebeldía Cattelan ha tratado de subir la parada, sorprendernos a todos haciendo de curador de sí mismo. Pero quien único ha sufrido es la gracia de las piezas que hoy cuelgan de la bóveda del Guggenheim. Tanto deseo de incomodar -o más bien de contagiarnos con su incomodidad de ser consagrado por el mundo del que se ha burlado durante toda su carrera- solo confirma el recelo que genera enfrentar sus piezas una a una: la de que Maurizio Cautelan, una vez despojado de su gracia, no es más que un híbrido con ínfulas.
Pues algo de eso tiene el artista italiano Maurizio Cattelan quien ahora se enfrenta a uno de los momentos consagratorios del mundo de las artes en estos días: tener una retrospectiva de su obra en el Guggenheim. Sus esculturas en látex se acercan a las de Ron Mueck, sus animales disecados recuerdan a los de James Croak, su insistente ingenio el de René Magritte sin que en ninguna de sus versiones consiga acercarse a sus referencias. Cattelan es el Híbrido del arte contemporáneo como aquél borroso subdirector lo fue de mi beca. La gracia que contamina a cada una de sus piezas de factura tan variada, sin embargo bastaría para salvarlo en el sobresaturado –de obras y pretensiones huecas- panorama actual del arte.
No obstante, a juzgar por “All”, título de su actual retrospectiva en el museo diseñado por Frank Lloyd Wright, Cattelan no parece demasiado satisfecho de su fama de gracioso irreverente. Delata su incomodidad el modo en que dispuso esta exhibición: si el chino Cai Guo-Qiang colgó siete chevrolets blancos del techo del museo el italiano intenta subirle la parada tendiendo toda su retrospectiva cúpula abajo. Solo que lo que planeó como su más arriesgada rebeldía, su burla definitiva al establishment del arte queda por gracia del hacinamiento en pataleta de adolescente. Como si no comprendiera que el mundo del arte ya no es lo que era cuando Duchamp llevó su urinario a exponer en la Society of Independent Artists de Nueva York.
Hace mucho que las instituciones aprendieron que el escándalo estético las beneficia. Incluso ha envejecido aquella progresiva adaptación de los inversionistas que hizo decir a un novelista que el arte moderno era una conspiración entre los artistas y los ricos para hacerle creer al resto de la gente que eran unos imbéciles. Hasta el resto de la gente –al menos la que visita museos y galerías- ha aprendido a no escandalizarse y así aparentar ser parte de la conjura de los ricos y artistas, lucir inteligentes. En tiempos que los curadores emulan con los artistas en sus amagos de rebeldía Cattelan ha tratado de subir la parada, sorprendernos a todos haciendo de curador de sí mismo. Pero quien único ha sufrido es la gracia de las piezas que hoy cuelgan de la bóveda del Guggenheim. Tanto deseo de incomodar -o más bien de contagiarnos con su incomodidad de ser consagrado por el mundo del que se ha burlado durante toda su carrera- solo confirma el recelo que genera enfrentar sus piezas una a una: la de que Maurizio Cautelan, una vez despojado de su gracia, no es más que un híbrido con ínfulas.
Nosotros teníamos un profesor de Filosofía al que le faltaba un brazo: El Complejo (porque tenía un brazo real y otro imaginario). Crueldad...
ResponderEliminarEnrique:
ResponderEliminarMe hiciste recordar a un señor ciego y sudamericano que un día comentó a su socio Bioy que después del triunfo de las primeras vanguardias nos llenamos de porquerías porque nadie qería correr el riesgo de criticar algo que podría ser aceptado como arte valioso veinte años más tarde. Excelente y refrescante tu mirada sobre los macramés de Cattelan en el Guggenheim. Gracias,
Tersites
En la baca teniamos uno parecido, le toco de nombrete 'el múltiple'
ResponderEliminaren mi pais habia uno igualito, lleno de defectos. le pusimos El Comandante.
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