Gorki en New York University

Quedé con la impresión de que todo el que asistió ayer a la presentación de Gorki Águila en el King Juan Carlos I Center (NYU) se fue más que satisfecho. Desde la rockera recién desembarcada directamente del Vedado hasta el señor mayor que le había pedido a la esposa que abriera por él la sinagoga de la que está encargado “porque esto no me lo podía perder”. A Gorki le bastó una sonrisa y una frase para ganarse a la audiencia y una estrofa de un bolero entonada a capella para disolver las sospechas de que su voz no servía para otra cosa que para el rock paródico y artesanal que produce la banda.

Águila mostró ayer algo más que la elegancia del coraje. Confirmó, para los que tenían dudas, el preciso discernimiento que hay detrás de cada uno de sus actos, tras cada canción de la banda. Que tras la aparente chapucería de la música que cultivan hay una sublevación consciente no sólo contra un régimen político sino contra una ética y una estética. La estética del eufemismo y la moral sinuosa del miedo. Un levantamiento contra la obstinación en confundir belleza con melcocha y bobería. Enfrentarnos al hecho de que su música puede gustar o no pero que tras los placeres o disgustos que produce hay un cálculo escrupuloso y consistente: el de que el ejercicio de la libertad individual no tiene por qué complacer a todos pero que es la única vía que tiene la palabra para ir al encuentro de la verdad.

Pueden leer crónicas de la presentación en El Imparcial Digital y en Belascoaín y Neptuno.