La lucha de los cubanos por su libertad ha sido ardua y extensa y como hemos visto bastante poco productiva. Más efectivo ha sido nuestro esfuerzo por convertir a Cuba en la mejor nación del universo a través de comparaciones audaces e imaginativas con otros países. Entre esos esfuerzos sobresale el que hizo en un artículo Carlos Rivero Collado. Rivero Collado ha pasado por todo: se exilió el 1ro de enero de 1959 fue a Cuba como parte de la invasión de bahía de Cochinos y terminó trabajando para la seguridad del estado cubana. En 1974 escapó a Cuba donde publicó un libro sobre (contra) el exilio cubano llamado “Los sobrinos del tío Sam” de amplia distribución (aunque escasa lectura) en la isla en los 70s. Luego parece que sintió un nuevo llamado del deber o quiso sufrir los desmanes del medicare y volvió a instalarse en Miami desde donde, no obstante, colaboraba con el periódico Granma. Lo que nunca ha dejado de ser es un nacionalista. En uno de esos artículos que publicaba a principios de este siglo incluyó esta singular comparación con los Estados Unidos:
Las razones por las que saco a colación este artículo publicado hace ya unos nueve años escapa a lo contingente para instalarse en la metafísica de lo nacional. Detengámonos en el último párrafo. El residente en Miami descubre en esas pocas líneas un sistema inapreciable de comparación entre dos civilizaciones. Se escogen representantes de ambas culturas no sin cierta arbitrariedad y luego se les compara de acuerdo con la virtud más conveniente que para resaltar las superioridad de la cultura propia. El artículo recuerdo que hizo época entre un grupo de amigos en West New York hace años. Siguiendo sus pautas llegamos a elaborar nuestras propias comparaciones para demostrar la infinita superioridad de la cultura cubana sobre la norteamericana pero sobre todo las posibilidades infinitas de ese sistema. Podíamos decir por ejemplo que:
Y este sistema de comparación se puede extender hasta demostrar la superioridad cubana frente al resto del mundo:
Un grupo de amigos en la época en que solíamos enfrascarnos en esas boberías y otras parecidas: Mario Matamoros, Geandy Pavon, Jorge Brioso y yo. [Foto Tomada del blog de Ichikawa]
Cuando ya había en Cuba siete ciudades con cabildos abiertos, hacia 1530, Nueva York era una tribu; Chicago, cuatro chozas humeantes; Filadelfia, una pradera; Washington, un pantano; Atlanta, un bosque, y en lo que hoy es Bayside, en Miami, unos Tequestas desnudos, rodeados quizás ya de algunas cordiales palomas, jugaban con unos caracoles.
Cuando el capitán John Smith comenzó a cultivar maíz indio, en Virginia, en 1609, primer europeo que sembró algo en este país, ya en Cuba hacia más de medio siglo que los españoles habían desarrollado la agricultura y la ganadería.
En 1716, abrió el primer teatro en este país, en Williamsburg, Virginia. Ya en Cuba cinco ciudades los tenían.
El ateneo Howard de Boston, Massachusetts, presentó, en 1847, las primeras óperas que se vieron en este país, ‘Ernani’, de Verdi, y ‘Norma’, de Bellini. ¿De dónde eran los actores y músicos? ¿DeFlorencia, Roma, París, Madrid, Londres? No. Eran de La Habana.
Cuando Heredia le cantaba al Niágara su canto más bello, Longfellow le sacaba la punta a un lápiz para copiarle a Walter Scott, y cuando, Edison alumbraba las calles con raras bombillas, Martí iluminaba las conciencias con pensamientos de fuego.
Arango y Parreño fue más fecundo que Hamilton; Varela, más relevante que Irving; Saco, más genial que Emerson; Luz y Caballero más célebre que James; la Avellaneda, más singular que la Alcott; Zenea, más descriptivo que Bryant; Milanés, más rítmico que Whitman; la Zambrana, más lírica que la Dickinson; Varona, más profundo que Dewey; Montoro, más ilustre que Hay; Baliño, más íntegro que La Follete; Villena, más honrado que Steinbeck; Roa, más culto que Stevenson y Carpentier más creativo que Dos Passos.
Las razones por las que saco a colación este artículo publicado hace ya unos nueve años escapa a lo contingente para instalarse en la metafísica de lo nacional. Detengámonos en el último párrafo. El residente en Miami descubre en esas pocas líneas un sistema inapreciable de comparación entre dos civilizaciones. Se escogen representantes de ambas culturas no sin cierta arbitrariedad y luego se les compara de acuerdo con la virtud más conveniente que para resaltar las superioridad de la cultura propia. El artículo recuerdo que hizo época entre un grupo de amigos en West New York hace años. Siguiendo sus pautas llegamos a elaborar nuestras propias comparaciones para demostrar la infinita superioridad de la cultura cubana sobre la norteamericana pero sobre todo las posibilidades infinitas de ese sistema. Podíamos decir por ejemplo que:
Chano Pozo fue más rítmico que Gershwin; Barbarito Diez más austero que Elvis; Fidel Castro más longevo que Kennedy; Juana Bacallao más desenvuelta que Ella Fitzgerald; Lezama Lima más misterioso que William Carlos Williams; Cintio Vitier más lezamiano que e. e. cummings; Joseíto Fernández menos mafioso que Sinatra; El Niño Linares más precoz que Babe Ruth; Carpentier más cosmopolita que Faulkner; Kid Chocolate más rápido que Joe Louis; Trespatines más radiofónico que Mark Twain; Fernández Retamar más paternal que Allen Gingsberg; Silvio Rodríguez más comprometido que Bob Dylan.
Y este sistema de comparación se puede extender hasta demostrar la superioridad cubana frente al resto del mundo:
Heredia fue más inquieto que Goethe; Varela más rebelde que Hegel; Los Van Van más estables que Los Beatles; Antonio Muñoz menos vicioso que Maradona; Maceo más apuesto que Napoleón; Fina García Marruz más estable que Sylvia Plath; Sotomayor mejor saltador que Pelé; Capablanca más impetuoso que Karpov; Mañach más legible que Heidegger; Porro más caribeño que Le Corbousier; Cofiño más ordenado que Joyce; Novás Calvo más cubano que Tolstoy; Lam más multicultural que Picasso; Villena más conciso que Proust; Carlos J. Finlay más ágil que Stephen Hawking.
Un grupo de amigos en la época en que solíamos enfrascarnos en esas boberías y otras parecidas: Mario Matamoros, Geandy Pavon, Jorge Brioso y yo. [Foto Tomada del blog de Ichikawa]
I like your blog.I'm waiting for your new posts.
ResponderEliminarDespatarrante.
ResponderEliminarEnrique Del Risco más perverso que Milan Kundera. Te botaste.
ResponderEliminarjuan padrón más cubano que walt disney, tomy más editorial que schulz.
ResponderEliminarvarela mas singao que ernesto.
ResponderEliminarTigre, ¿qué brebaje había en los vasitos?
ResponderEliminarPor cierto, discrepo de la última aseveración. La silla de Hawking tiene seis velocidades.
Y que me dices de esta pieza del nacionalismo insular?
ResponderEliminarhttp://elfogonerovenegas.blogspot.com/2009/05/contigo-aprendi.html
Guicho, felicidades por haber colocado un comentario en el que no hace referencias sexuales.
ResponderEliminarCarmen
Carmen,
ResponderEliminarpues gracias!
Oye, no quiero decepcionarte, pero me da la ligera impresión de que no te has enterado de con qué Hawking mueve la silla.
Pues por nada, ud se lo ha ganado. Y...por favor, mantengame en el suspenso.
ResponderEliminarcarmen
oye, oye...!
ResponderEliminarguicho y carmen
pronto la boda, pronto la boda...
carmen, para ti seguira siendo un suspenso,pero hawkings mueve la silla con su organo sexual mas activo. y si se lo ves, te cambias de bando. guicho, no es verdad? acuerdate.
ResponderEliminarManuel.
tan predecibles.
ResponderEliminarCarmen
Manuel esta en lo cierto: Hawking mueve la silla con los ojos. Y al pobre ya solo le queda mirar como actividad recreativa.
ResponderEliminarCarmen, me permito agregar que lo impredecible tiene sus desventajas. Por ejemplo, si Manuel te invita a su casa para mostrarte su colección de estampillas y tu vas y el contra toda prediccion solo te saca sellos, pues no creo que sea muy satisfactorio por muy sorprendente que resulte.
cuando niña coleccionaba sellos, pero ya ha mucho que no. Y no iria con un hombre que no conozco a sitio alguno. Iba ud por buen camino....no lo abandone. La adiccion sexual es tan dañina como cualquier otra.
ResponderEliminarCarmen
Carmen, desde tu punto de vista la adicción sexual puede ser tan dañina como "muchas otras", pero no como "todas la otras". Digamos por ejemplo: qué hay de malo en la adicción de acaparar estampillas y colocarlas acorde con cierta disposición preconcebida en albumes destinados a este fin? A personas como Güicho, la adicción sexual se les puede parecer más a esa adicción, a ti se te parece más tal vez a la de fumar brevas, algo que, según Freud, tú despreciarías tanto como mascar babosas.
ResponderEliminarManuel.
Si alguien puede, que me explique de que habla este senor manuel! que complicado eres capullo!
ResponderEliminarCarmen
Como dice el dicho, la cosa no es llegar, sino mantenerse. Sí, todas esas cosas pudieron ocurrir primero, pero y qué. Dada la historia o historieta de Cuba, hoy por hoy es una mierda!
ResponderEliminar¿Por qué se apartan del tema de las comparaciones y caen en que si Carmen juega en una banda o en otra, o que si Stephen Hawking la tiene grande o chiquita?
ResponderEliminarVolviendo al tema: cuando se construyó el subway de New York ya la Habana contaba con una espectacular línea de tranvías que salían del Capitolio y llegaban a la playa de Marianao.
Inesita, yo creo que quienes la tienen chiquita son Carmen y Manuel. Y lo de los tranvias en La Habana, seguro que eso paso desde antes de que Hawking naciera, asi que a que viene eso ahora?
ResponderEliminarPara seguir con las comparaciones: Mariano más gallinófilo que Da Vinci.
ResponderEliminarSarah González más masculina que Freddy Mercury.
ResponderEliminarEl hotel Tritón más nuevo que el Waldorf-Astoria.
ResponderEliminarRaúl Martínez más pop que Van Gogh.
La Quinta Avenida es más de quinta que la Fifth Avenue.
ResponderEliminarAnd of course, el Capitolio de La Habana es más grande que el de Washington.
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