Esta escena me la recordaba Ichikawa en su blog (que está, por cierto, activísimo y con muy buenas colaboraciones) el otro día. En los días del juicio del general Arnaldo Ochoa Raúl Castro confiesa lo que sintió mientras se cepillaba los dientes. Imposible imaginar tanta ternura en acto tan cotidiano.
No tuve estómago para dispararme toda la diatriba. La dejé antes de que culminara el primer minuto.
ResponderEliminarMe pregunto si el general hablará con la misma pomposidad cuando no está frente a las cámaras. El tipo pronuncia: «Mientras me paseaba / por mi propio despacho(...)», una frase bien mundana (como todo él) como si estuviera leyendo a un poeta maldito.
Que cara de palo ese R.C., me repugna hasta escribir su nombre.
ResponderEliminarY ademas es tremendo picuo.
ResponderEliminarLoca que es, con respeto de las locas.
ResponderEliminarEn el 89 teniamos pan y circo. Ahora que nos queda?
ResponderEliminarKundejo
Como dicen aqui en el Sur: Hog Wash
ResponderEliminarEl general se cepilla
ResponderEliminarlos dientes en el espejo.
(Esos dientes de conejo
¡no son dientes de pepilla!).
Con frío en la rabadilla,
lleva a conocer el miedo
—y lanza al medio del ruedo—
a un general en desgracia:
con plomo a la aristocracia
se soluciona el enredo.
¡Cuánta humedad! Como la caca de las gallinas.
ResponderEliminarNuestros padres le entregaron Cuba a esa piara de mamertos. Acaso eso sí sea para llorar.
La cotidianidad de los fusilamientos; y el general se ha puesto melancolico, con lo que siempre le han gustado tales espectaculos igual que al A-Che-sino siempre tan tierno en la Cabaña cuando firmaba las ordenes o daba el tiro de gracia.
ResponderEliminarQue buenos sentimientos los de esta plaga que no cayo.
En esta causa No. 1 no hubo desgracias personales, todo fue entre los miembros de la misma pandilla de criminales.
Qué pena me da
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