sábado, 10 de diciembre de 2022

Dieu est bleu (por ahora)

 


“Una final anticipada” anunciaban los comentaristas deportivos. “La reanudación de la Guerra de los Cien Años” dirían los románticos con resabios eruditos. “Choque de imperios” lo clasificaban los fanáticos a “La Guerra de las Galaxias”. “La lógica subyacente del eurocentrismo sistémico en el enfrentamiento interseccional de las matrices coloniales de las selecciones posimperiales de Inglaterra y Francia” podría ser el título de alguna ponencia de estudios decoloniales. Pero lo que sucedió al final el partido Francia-Inglaterra resultó más bien una comedia de enredos con Deus ex machina que es cuando al final el guionista se queda sin ideas y resuelve el asunto con intervención de fuerzas superiores.

La comedia contaba la historia de un lord inglés mulato -mitad Harry Kane, mitad Bukayo Saka- lanzado desde un principio a la conquista de Victoria, la dama de sus sueños, esa que lo ha eludido en nosecuántos mundiales. Del otro estaba Mbappé, el Baudelaire del fútbol, paseando con aires de flâneur por el ala izquierda del campo mientras el motorizado Griezmann corría de un lado a otro del terreno como si hubiera desayunado plutonio.

El lord mulato lucía bastante más amenazador desde el inicio del partido cuando en el minuto 17 llegó el primer gol… de Francia: un zapatazo de Tchouaméni tras un pase de Antoine “Energizer” Griezmann. Luego Inglaterra volvió a las andadas y la pelota, como un enamorado tímido, se paseaba continuamente por el área chica francesa sin atreverse a entrar a puerta.

Sin embargo, a poco de empezar el segundo tiempo Tchouaméni cometió una falta en el área sobre Saka que el árbitro castigó con un penal. Dicha sentencia fue ejecutada por Harry Kane con un disparo que estuvo a punto de derretir la red. Tchouaméni como Dios, lo mismo daba que quitaba. Luego del empate, Inglaterra salió a ganar el partido bombardeando la puerta de Lloris con más saña que a Dresde durante la Segunda Guerra Mundial. Pero al parecer Dios hoy se había levantado francés (luego de que Alá se pasara la mañana apoyando a Marruecos). Ya bien desviaba las pelotas del arco franchute como las dejaba caer directamente en las manos de Lloris que no se podía creer tanta suerte. Y encima en el minuto 77 Yavhé sopló un pase del conejito Griezmann directo a la cabeza de Giraud quien remató la pelota en la cabeza de un defensa inglés que a su vez la desvió directamente a la red. Y todo sucedió tan rápido que a nadie se le ocurrió hablar de autogol, sobrenombre vulgar de la intervención divina.

No obstante, cuando dos minutos después de adelantarse Francia Theo Hernandez empujó innecesariamente a Mount en el área parecía que Dios se hubiera cambiado de bando como quien se cambia de camisa a la hora de salir a una fiesta. Pero se equivocan queridos blasfemos: el Señor es constante en sus intenciones y no cambia de idea de un minuto para otro. Así que envió el disparo de Kane a las gradas como si este de pronto se hubiese desentendido de su responsabilidad de capitán del equipo y no tuviera otro deseo que el de reventarle la cara a alguien sentado detrás de la portería, un poco a la izquierda.

Y así terminó el partido, a favor de Francia campeón de hace cuatro años y semifinalista este por Gracia Divina aunque si consigue retener el apoyo sobrenatural en los dos próximos partidos es algo que solo Dios lo sabe.

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