jueves, 24 de marzo de 2022

Mito, literatura, academia

 


Dos semanas atrás estaba en un congreso en Puerto Rico. Presentaba una ponencia sobre tres novelas de la generación de Mariel La travesía secreta de Carlos Victoria (1994) y Sabanalamar (2002) y El instante (2011) de José Abreu Felippe. El argumento de mi ponencia -resumido- no podía ser más sencillo: la verdadera Novela de la Revolución Cubana no la habían escrito sus partidarios sino sus perseguidos, sus resistentes, sus víctimas (aunque la condición de víctima en un escritor siempre me ha resultado cuestionable). Luego la ponencia intentaba demostrar por qué las novelas mencionadas eran precisamente novelas. Cómo, a pesar de la carga de sufrimientos que podían atestiguar, conseguían superar la condición de memorial de agravios, de panfleto, de buzón de quejas y sugerencias de la Historia, para llegar a ser esa otra cosa tan difícil de definir pero fácil de reconocer que es una obra de arte.

Al final, como para animar la discusión la investigadora Mónica Simal, una de las poquísimas especialistas en la generación de Mariel, preguntó que por qué pensaba yo que aquellos escritores siguen siendo ignorados, más allá de la obra de Reinaldo Arenas. La respuesta era fácil. El problema consistía en decirla. Porque -como le expliqué a la audiencia aquella tarde- mientras la Revolución Cubana siguiera existiendo como mito nadie estaría interesado en leer a esos heraldos de la mala vieja de que aquella Revolución llevaba la simiente del autoritarismo y la opresión desde su mismo comienzo. Y eso -no contado por latifundistas y burgueses sino por escritores de origen humildísimo que en no pocos casos creyeron en ella- era algo que la gente prefería no escuchar.

"En vez de eso -añadí- prefieren leer novelas de Leonardo Padura, que si bien pueden pasar por críticas se cuidan de conservar una visión nostálgica que no afecta en absoluto al mito de la Revolución Cubana". Si acaso le añade la elegante pátina que da la melancolía que producen las buenas intenciones que no han podido ser cumplidas. Debe tenerse en cuenta que mis compañeras de panel presentaban justamente sendas ponencias sobre novelas de Padura. Las ponentes no se dieron por aludidas lo cual agradezco e incluso una de ellas asistió a la presentación que hice de “Los que van a escribir te saludan” en la librería Laberinto del Viejo San Juan. Después de todo mi intención declarada no era iniciar una guerra civil en aquel apacible panel pues encima de todo alguien tuvo la mala idea de asignarme la responsabilidad de moderador de aquel evento. Me bastaba con dejar clavada allí mi certeza de que ante ciertos mitos el espíritu crítico de la academia se desvanece y acude a respuestas tranquilizadoras, sedantes. Como cualquier ama de casa se sienta cada noche a ver su telenovela favorita.       

2 comentarios:

  1. Sí, lo de Padura es una suerte de sedante o de tranquilizante (suponiendo que haya inquietud alguna). Y por supuesto, sus lectores no son cubanos de a pie en Cuba, sino extranjeros ajenos o indiferentes a la verdadera realidad de Aquella Mierda.

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  2. Y con respecto a Arenas, si hubiera sido heterosexual no estuviera en nada, aunque su talento literario fuera el mismo o hasta mayor. Eso se llama falsedad e hipocresía, pero ambas cosas son perfectamente "normales" para gente "correcta"--y no, no les da ni pena ni los incomoda, no porque no se den cuenta, sino porque se saben protegidos y comprendidos por muchos otros iguales que ellos.

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