lunes, 2 de junio de 2025

Hablando de Cuba en el Oslo Freedom Forum


Versión en español del discurso que di el pasado martes 27 de mayo en el Oslo Freedom Forum:

Hace treinta años, tomé un vuelo de La Habana a Frankfurt, Alemania. Era mi primer viaje fuera de Cuba. Tenía entonces casi 28 años y había vivido toda mi vida bajo el mismo régimen, el mismo líder supremo. Nunca llegué a Alemania. En la escala del vuelo, en Madrid, salí del aeropuerto y solicité asilo político.
En mis entrevistas de asilo, hablé de la persecución y la censura que sufrí, pero no mencioné la causa de sufrimiento más persistente en Cuba: el hambre. No creía que aquella época pudiera explicar la conexión entre el hambre y la falta de derechos.
Porque en Cuba, además de comida, nos faltaban palabras. Por ejemplo, decíamos "crisis", sino "período especial", ni "hambre", ni "apagones", sino "dificultades conocidas por todos". Y en lugar de "democracia" decíamos “capitalismo”. Y se suponía que no debíamos llamar al régimen por otro nombre que no fuera Revolución.
En Cuba, para evitar meterse en problemas bastaba con seguir una regla simple: no contradecir al líder supremo. La trampa estaba en que era demasiado fácil contradecirlo. Tenía opiniones fuertes y locas sobre cualquier cosa: política, medicina, deportes, vacas. Y, por supuesto, no se le podía llamar por su definición más precisa: dictador.
Reinaldo Arenas, escritor cubano, decía que la diferencia entre el capitalismo y el socialismo radicaba en que en el capitalismo te pateaban el culo, pero podías gritar, mientras que bajo el socialismo, cuando te pateaban el culo, tenías que aplaudir.
En los 90, los cubanos aguantamos muchas patadas en el culo en forma de hambre, apagones, y todo tipo de privaciones. Pero, como decía Arenas, en lugar de protestar, teníamos que aplaudir o, al menos, callar.
Hay algo que debemos entender sobre los regímenes totalitarios: funcionan no porque sean eficientes, sino por lo contrario. Su genialidad reside en saber cómo usar toda la pobreza que crean para dominar a la gente. Porque el hambre y la indigencia generan conformidad, resentimiento y envidia, sentimientos perfectos para manipular la mente de la gente. El régimen solo tiene que enmascarar estos sentimientos con nombres mágicos: resiliencia, justicia social, igualdad.
Ahora sé lo que ignoraba en mi entrevista de asilo: el hambre y la indigencia son herramientas de opresión.
Pero a pesar del hambre, tuve suerte. Primero, si no podía gritar, al menos podía escribir sobre nuestra realidad y burlarme del régimen y luego difundir mis escritos por todas las vías a mi alcance.
Segundo, estaba enamorado, y no hay nada mejor para sobrevivir que el amor. Pero escribir o amar no eran suficientes. Teníamos que escapar.
Cuando finalmente escapamos, me di cuenta de que no era completamente libre. En parte porque había tenido que dejar atrás a mi familia y a mis amigos, como rehenes. [De mi comportamiento dependía que pudiera volver a mi país a verlos]. También descubrí, la gente del mundo libre insistía en llamar a mi dictadura “la revolución”. Seguía siendo prisionero de esa palabra, de ese vocabulario.
Por eso me convertí en activista. Porque mientras luchaba por los demás, luchaba por mi propia libertad.
Desde entonces, he encontrado mucha resistencia. Y no solo de los partidarios del régimen. Por un lado, muchos cubanos en el exilio no creían que valiera la pena defender a quienes no luchaban por ellos mismos. Los no cubanos, en cambio, tienden a reducir la situación cubana a sus relaciones con Estados Unidos. Cuando hablan de Cuba, empiezan por el embargo estadounidense.
Finalmente, el 11 de julio de 2021, la pregunta de por qué los cubanos no lucharon quedó obsoleta. Ese día, decenas de miles de cubanos inundaron las calles de todo el país en la mayor manifestación de la historia cubana contra cualquier gobierno.
Pero ¿cuál fue la reacción mundial? Atribuir la desesperación del pueblo cubano al embargo estadounidense.
Mientras tanto, el régimen arrestaba a los disidentes más conocidos: el activista José Daniel Ferrer, el artista Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Osorbo, rapero que ha ganado dos premios Grammy estando en prisión. Junto con ellos, más de mil cubanos fueron arrestados en sus domicilios, y muchos de ellos fueron condenados a entre diez y veinte años de prisión, incluyendo adolescentes y madres con niños pequeños. Tal es el caso de Lizandra Góngora, madre de cinco hijos, quien fue condenada a pasar 14 años en una prisión lejos de su familia.
Y la represión continúa. En 2024, Mayelín Rodríguez Prado fue condenada a quince años de prisión por filmar una protesta. José Daniel Ferrer y Félix Navarro, liberados en enero tras negociaciones con el Vaticano, fueron devueltos a prisión tras la muerte del Papa.
El próximo julio, alrededor de mil cubanos habrán pasado cuatro años en prisión cada uno. Eso significa cuarenta siglos de injusticia en tan solo cuatro años.
Mientras tanto, el mundo permanece en silencio. Como si, después de 66 años, la situación de Cuba se hubiera convertido en parte de la naturaleza, del paisaje. Y hay algo de cierto en ello. Ahora Cuba es menos un país y más un paisaje desolado. Meses después de las protestas de 2021, el régimen cubano, en alianza con la dictadura nicaragüense, abrió una vía de escape que ha provocado el mayor éxodo de la historia cubana. Ese éxodo también fue un gran negocio para ambos regímenes. Cada persona tuvo que pagar tres mil quinientos dólares solo por el pasaje de la Habana a Managua y luego emprender un tortuoso viaje a través de Centroamérica y México hasta la frontera estadounidense.
Se puede decir que el país está abandonando la isla. Cuando salí de Cuba, hace treinta años, el país tenía más de once millones de habitantes; hoy tiene menos de nueve millones.
Antes de que todo esto pasara, había decidido escribir un libro titulado «Nuestra Hambre en La Habana» para evitar que la crisis de los años 90 cayera en el olvido. Sin embargo, cuando se publicó el libro, los cubanos vivían una realidad mucho peor. Pero a pesar de esa realidad, el gobierno se siente victorioso porque, una vez más, ha derrotado al imperialismo. Y cuando dicen imperialismo, en realidad se refieren al deseo de los cubanos de ser libres y prósperos en su país.
Ahora, los cubanos más creativos y emprendedores se encuentran en la diáspora. Y los más valientes y rebeldes se encuentran en prisión, como rehenes, por el régimen, que espera el momento oportuno para negociar con ellos alguna ventaja política.
Hoy, las imágenes más reveladoras de Cuba apenas contienen seres humanos. Por un lado, están las montañas de basura que invaden las calles. Por otro, los flamantes hoteles construidos por la oligarquía militar. Cuba agoniza, pero su régimen comunista se mantiene fuerte, con el apoyo de numerosas empresas capitalistas y de tiranías de todo el mundo. El turismo se ha desplomado, pero eso no ha impedido que el régimen construya más hoteles de lujo con la ayuda de empresas como la española Meliá o la canadiense Blue Diamond.
No podemos esperar que el régimen cubano ceda voluntariamente su poder, ni siquiera una pequeña parte de él, en forma de respeto por derechos humanos básicos. Pero sí podemos ejercer presión sobre ese régimen y sobre las empresas extranjeras que se lucran con la pobreza de los cubanos.
También podemos ayudar a las personas que cumplen años de prisión por defender derechos que aquí damos por sentados, presionando por su liberación incondicional y, al mismo tiempo, enviándoles todo tipo de ayuda a ellos y a sus familias que los ayude a sobrevivir la situación terrible en la que se encuentran.
También podemos cambiar la percepción del régimen cubano. Ahora, cuando tomo un Uber y les digo a los conductores de dónde vengo, ya no responden automáticamente "Cuba, Revolución", "Cuba, Fidel".
Sin embargo, necesitamos que la gente de todo el mundo vea al régimen como lo que es y reconozca a sus verdaderos héroes. Esperamos escuchar: "Cuba, dictadura", "Cuba, Luis Manuel".
Y tal vez algún día "Cuba Libre" sea más que solo el nombre de un trago.
Trabajemos para eso.

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