E.B. White no fue solo el autor de libros para niños como Stuart Little y La telaraña de Carlota. También fue en su época el m’as importante colaborador de la famosa revista The New Yorker y editor de una de las más importantes antologías del humor en Estados Unidos conocidas hasta la fecha A Subtreasury of American Humor (1941) para la cual además de escoger los textos escribió el prólogo. Una versión modificada de dicho prólogo fue incluida en una colección de sus ensayos bajo el título “Some remarks on Humor”. Hasta donde sé nunca ha sido traducido al español de manera que traduzco a la carrera algunos fragmentos que me parecen especialmente interesante. Dejo fuera sus referencias a humoristas concretos de la época y me concentro en las consideraciones generales del autor sobre el tema.
Algunos comentarios sobre el humor
Por E.B. White
Los analistas la han tomado con el humor y he leído alguna de sus intentos interpretativos, pero no parecen estar muy bien preparados para ello. El humor puede ser diseccionado como una rana, pero al igual que esta muere en el proceso y sus entrañas son muy desalentadoras para cualquiera que no tenga una mente científica pura.
El otro día, en un noticiero, vi a un hombre que había desarrollado las pompas de jabón hasta un punto nunca antes alcanzado. Se había convertido en el as de las pompas de jabón de Estados Unidos. Había perfeccionado el negocio de hacer burbujas, lo había refinado, multiplicado e incluso había conseguido crea él mismo una manera conveniente de hacer espuma. El efecto no fue bonito. Algunas de las pompas eran demasiado grandes para ser hermosas, y el soplador siempre estaba saltando dentro o fuera de ellas, o haciendo algún tipo de truco poco atractivo con estas. Era, en todo caso, un espectáculo bastante repulsivo. El humor es un poco así: no soportará mucho que lo inflen, y no soportará muchos pinchazos. Tiene una cierta fragilidad, una elusividad que uno debería respetar. Esencialmente es un completo misterio. Un cuerpo humano convulsionado por la risa, una risa que va volviéndose histérica y sin control, está tan desequilibrado como el de alguien sacudido por el hipo o en medio de un ataque de estornudos.
Una de las cosas que comúnmente se dice sobre los humoristas es que son gente realmente muy triste: payasos con el corazón roto. Hay verdad en ello, pero está mal expresada. Sería más exacto, creo, decir que hay una profunda vena de melancolía que corre por las vidas de todos y que un humorista, quizás más sensible a ello que otros, lo compensa de forma activa y positiva. Los humoristas engordan con los problemas. Hacen que el problema siempre termine pagándola. Pasan trabajo de buena voluntad y soportan el dolor alegremente, sabiendo bien cómo eso les va a servir en el futuro. Los encuentras luchando con lenguas extranjeras, peleándose con tablas de planchar y cañerías reventadas, sufriendo la terrible incomodidad de unas botas demasiado ajustadas. Ellos ahogan sus penas rentablemente en una forma que no es ficción pero tampoco es la realidad. Debajo de la brillante superficie de estos dilemas fluye la fuerte marea de la congoja humana.
Prácticamente todo el mundo es de alguna manera maníaco depresivo, con sus altas y bajas y no tienes que ser humorista para saborear la tristeza de una situación y estado de ánimo. Pero, como todo el mundo sabe, a menudo hay una línea bastante fina entre la risa y el llanto, y si un escrito humorístico lleva a la persona al punto en que sus respuestas emocionales no son confiables y parecen propensos a convertirse en lo opuesto es porque el humor como la poesía tiene algo extra. Juega cerca de ese gran fuego caliente que es la Verdad. Y a veces el lector siente el calor.
Al mundo le gusta el humor, pero lo trata con condescendencia. Se condecora los artistas serios con el laurel y sus bromistas con coles de Bruselas. Se siente que si algo es divertido se puede suponer que no es del todo grandioso, porque si fuera verdaderamente grandioso sería totalmente serio. Los escritores lo saben, y quienes se toman su personalidad literaria muy en serio se esfuerzan mucho por no asociar nunca su nombre con nada divertido, frívolo, sin sentido o "ligero". Sospechan que perjudicaría su reputación, y tienen razón. Muchos poetas hoy firman con su nombre real sus versos serios y con un seudónimo sus versos cómicos, no estando dispuestos a que el público los conozca más que en sus momentos pensativos y pesados. Es una prudente precaución. (De los que a menudo son también malos poetas).
Los analistas la han tomado con el humor y he leído alguna de sus intentos interpretativos, pero no parecen estar muy bien preparados para ello. El humor puede ser diseccionado como una rana, pero al igual que esta muere en el proceso y sus entrañas son muy desalentadoras para cualquiera que no tenga una mente científica pura.
El otro día, en un noticiero, vi a un hombre que había desarrollado las pompas de jabón hasta un punto nunca antes alcanzado. Se había convertido en el as de las pompas de jabón de Estados Unidos. Había perfeccionado el negocio de hacer burbujas, lo había refinado, multiplicado e incluso había conseguido crea él mismo una manera conveniente de hacer espuma. El efecto no fue bonito. Algunas de las pompas eran demasiado grandes para ser hermosas, y el soplador siempre estaba saltando dentro o fuera de ellas, o haciendo algún tipo de truco poco atractivo con estas. Era, en todo caso, un espectáculo bastante repulsivo. El humor es un poco así: no soportará mucho que lo inflen, y no soportará muchos pinchazos. Tiene una cierta fragilidad, una elusividad que uno debería respetar. Esencialmente es un completo misterio. Un cuerpo humano convulsionado por la risa, una risa que va volviéndose histérica y sin control, está tan desequilibrado como el de alguien sacudido por el hipo o en medio de un ataque de estornudos.
Una de las cosas que comúnmente se dice sobre los humoristas es que son gente realmente muy triste: payasos con el corazón roto. Hay verdad en ello, pero está mal expresada. Sería más exacto, creo, decir que hay una profunda vena de melancolía que corre por las vidas de todos y que un humorista, quizás más sensible a ello que otros, lo compensa de forma activa y positiva. Los humoristas engordan con los problemas. Hacen que el problema siempre termine pagándola. Pasan trabajo de buena voluntad y soportan el dolor alegremente, sabiendo bien cómo eso les va a servir en el futuro. Los encuentras luchando con lenguas extranjeras, peleándose con tablas de planchar y cañerías reventadas, sufriendo la terrible incomodidad de unas botas demasiado ajustadas. Ellos ahogan sus penas rentablemente en una forma que no es ficción pero tampoco es la realidad. Debajo de la brillante superficie de estos dilemas fluye la fuerte marea de la congoja humana.
Prácticamente todo el mundo es de alguna manera maníaco depresivo, con sus altas y bajas y no tienes que ser humorista para saborear la tristeza de una situación y estado de ánimo. Pero, como todo el mundo sabe, a menudo hay una línea bastante fina entre la risa y el llanto, y si un escrito humorístico lleva a la persona al punto en que sus respuestas emocionales no son confiables y parecen propensos a convertirse en lo opuesto es porque el humor como la poesía tiene algo extra. Juega cerca de ese gran fuego caliente que es la Verdad. Y a veces el lector siente el calor.
Al mundo le gusta el humor, pero lo trata con condescendencia. Se condecora los artistas serios con el laurel y sus bromistas con coles de Bruselas. Se siente que si algo es divertido se puede suponer que no es del todo grandioso, porque si fuera verdaderamente grandioso sería totalmente serio. Los escritores lo saben, y quienes se toman su personalidad literaria muy en serio se esfuerzan mucho por no asociar nunca su nombre con nada divertido, frívolo, sin sentido o "ligero". Sospechan que perjudicaría su reputación, y tienen razón. Muchos poetas hoy firman con su nombre real sus versos serios y con un seudónimo sus versos cómicos, no estando dispuestos a que el público los conozca más que en sus momentos pensativos y pesados. Es una prudente precaución. (De los que a menudo son también malos poetas).
Cuando estaba leyendo algunos de los diarios paródicos de Franklin P. Adams, me encontré con esta entrada, del 28 de abril de 1926:
“Leído el libro de H. Canby, Better Writing, muy excelente. Pero cuando dice: "Para cualquier escritor, el sentido del humor vale oro", no estoy de acuerdo con él con vehemencia. Porque los escritores que tienen mayor valor no tienen, me parece a mí, ningún sentido del humor; y creo también que si lo hubieran tenido, habría sido algo terrible para ellos, porque los paralizaría tanto que no escribirían nada. Porque al escribir, la emoción debe ser más atesorada que el sentido del humor y ambos suelen entrar en conflicto".
Ésa es una buena observación. El conflicto es fundamental. Existe constantemente, para cierto tipo de persona de alto control emocional que trabaje creativamente, el peligro de llegar a un punto en el que algo se resquebraje dentro de sí mismo o se quiebre dentro del párrafo en construcción y se convierta en una risita. He aquí, pues, el meollo mismo del conflicto: la forma cuidadosa del arte y la forma descuidada de la vida misma. Lo que hace un hombre con esta risita no solicitada (que puede parecer un sollozo, por cierto) decide su destino. Si la resiste, la esconde, la destruye, puede mantener intacto su esquema arquitectónico y salvar su edificio, y el mundo nunca lo sabrá. Si cede, se convierte en humorista, y el borde afilado de la gorra del tonto dejará una marca para siempre en su frente.
Estoy seguro de que no hay ningún humorista vivo que no recuerde ese día, en las primeras etapas de su carrera, cuando alguien a quien amaba y respetaba lo arrinconó ansiosamente y le preguntó cuándo iba “a escribir algo serio”. Ese día es memorable, porque le da al hombre una pausa para darse cuenta de que la estrella brillante que está siguiendo no es de primera magnitud.
Creo que la estatura del humor debe variar un poco con los tiempos. El bufón de la corte en la época de Shakespeare no tenía un estatus social y no era mejor que un lacayo, pero tenía cierto estatus artístico y era escuchado con considerable atención, habiendo una bien fundada creencia de que tenía la verdad escondida en algún lugar de su persona. Artísticamente es probable que estuviera por encima del humorista actual, quien ha ganado en posición social pero no el oído de los poderosos. (¡Piensen en los problemas que el mundo se ahorraría si le prestara atención al sin sentido!) Un poeta narrativo en la corte, cantando grandes hazañas, disfrutaba de una posición más alta que la del bufón y se le permitía vestir bien; sin embargo, sospecho que el cantante de baladas era más a menudo un títere de segunda categoría, halagando líricamente a su monarca, mientras que el bufón debe a menudo haber sido un personaje de primer nivel, dando buenos consejos a su monarca con malos juegos de palabras.
Me permito comentar, aunque a veces no siempre tenga la razón (o como dijo un futbolista chíleno en una entrevista televisiva: “A veces no estoy de acuerdo con lo que pienso”).
ResponderEliminarMira, creo que E.B. White hace ese análisis de la inutilidad de estudiar el humor y de lo dañino que sería hacerlo (idea que ha sido expresada por otros pensadores antes y después de él), porque -para mí, repito-, reflexiona desde la búsqueda de una definición del humor a partir del humorismo como género artístico. Y desde ahí, no dudo que se vea así como él dice. Pero resulta que la palabra “humor” también significa estado de ánimo (la acepción directa de aquel significado que le dieron los griegos como líquido del cuerpo humano). Pero también se puede definir como ejercicio del sentido del humor. Es decir, se puede estudiar y definir por tres vías distintas. De ahí la confusión que provoca su estudio. Pero no solo eso, históricamente los pocos pensadores que se han atrevido a estudiar el humor, también muchos han caído en la trampa de definirlo a través de la risa. Por eso existen tantas teorías: la del alivio, la del triunfo, la de la superioridad, etc., etc.. Teorías que le sirven más al estudio de la risa que al del humor. Por lo tanto, según mi modesta y molesta opinión, E.B. White puede tener razón, pero solo cuando se define el humor desde el humorismo.
Sobre el complejo de los escritores y creadores en general de todas las manifestaciones artísticas, es cierto. Le temen a los prejuicios. Y no es fácil rebatir el concepto de que la comedia (el humor) es un género menor. De ahí lo de los premios. Mira cuántas obras humorísticas hay premiadas. El 0,000000000001 del total.
Sin embargo, según mi moleta y modesta opinión también, los mensajes “serios” llegan más al cerebro y al corazón del público cuando viajan en una cápsula humorística. Por supuesto, no cuando se produce carcajada, pero sí cuando aparece la inteligente sonrisa o mejor, cuando surge la sonrisa interior. Porque todo eso es humor también. Podría hablarte más tonteras argumentando lo que aquí te comenté, pero es abusivo para tus lectores.
Gracias, Enrisco por esta publicación y por tu traducción. Un abrazo.
pepepelayo.com