Por Ramón Fernández-Larrea
En la noche del pasado sábado 21 de octubre, ediciones Furtivas, en coordinación con la Fundación Cuatro Gatos, presentó el libro Historia y masoquismo, del narrador, ensayista y humorista Enrique del Risco, en la sala Artefactus. Esta este es el texto sintetizado de esa presentación, que estuvo a cargo de Ramón Fernández-Larrea.
Yo iba a acusar a Enrique del Risco por ponerme triste. Pero es mi amigo, lo admiro y he comprendido que lo único que hace es ponerse triste él mismo analizando la realidad cubana y transmitirlo. Porque la realidad cubana afecta más que un virus inventado en un laboratorio chino, tal vez porque Cuba, a partir de 1959, se convirtió en el laboratorio de un científico loco que se amaba a sí mismo y odiaba a la humanidad, incluyendo al chino de su hermano.
Al final, uno entiende que Enrisco, o Enrique del Risco, no es dueño de sí mismo, como tampoco lo somos nosotros, y que nos gobiernan, dirigen, orientan desde arriba nuestras obsesiones, que son las de analizar, enterarnos y comentar “la cosa”, esa cosa que llevamos más de 64 años mencionando en voz baja, siempre con la muletilla final de lo mala que está o qué mala se está poniendo la cosa.
Esa “cosa” nos reúne hoy en torno al autor de esta compilación de análisis de la cosa, que él, alejado esta vez de la mirada incendiaria del humor, ha titulado Historia y masoquismo, que nos hace pensar a qué parte pertenecemos nosotros: si a la historia o al masoquismo, o, tal vez, a un masoquismo que ha hecho historia, porque todos vivimos bajo, en medio, chapoteando en aquella “cosa”. Así que le echo mano a un poeta como Gustavo Adolfo Bécquer y digo, parafraseándolo: “¿Qué es masoquismo? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Y tú me lo preguntas? Si te gustaba la cosa y también que te clavaran esa pupila, y fuiste capaz de gozar con eso, masoquismo eres tú”.
¿Qué es el tan mentado síndrome de Estocolmo? Si alguien muy elemental pensara que es que a uno le gusta mucho Estocolmo en particular y Suecia en general, y no quiere moverse de allí, puede ser una buena interpretación. Pero si en tu Estocolmo personal te dan constantemente patadas por salva sea la parte y lo denuncias o te marchas, eso formará parte de la historia, pero si te llega a gustar y te quedas, o te vas y regresas porque las extrañas, ya eso es masoquismo.
“El cubano puede seguir arrogante como siempre, pero la autoestima la siente lesionada”, ha dicho Enrisco en una reciente entrevista. Y vemos con horror cómo aún funcionan el triunfalismo más elemental y la desastrosa idea de que los cubanos sufrimos más que nadie, pero somos lo mejor en todo: bailando, haciendo chistes o en el combate y el sexo. Como si fuéramos una civilización importante en la historia de la humanidad. No habitamos en la antigüedad en el valle del Nilo; sin embargo, el Nilo vino a nosotros y se instaló en nuestro lenguaje cotidiano con pesimismo después del accidente de 1959, y todos nos decíamos: Ni lo pienses, ni lo intentes.
Del Risco insiste en que miremos en esa desconfianza que sembró el régimen en nosotros para hacernos sentir culpa. “De esa desconfianza, dice, se nutren sistemas como el cubano para conseguir que la gente dependa de ellos y para que no se ponga de acuerdo para actuar de manera diferente”. Recuerdo la idea de un proyecto burlesco sobre una organización considerada contra revolucionaria formada en su totalidad por miembros del ministerio del interior infiltrados en ella, que espiaban a cada uno de los otros miembros sin saber que todos eran agentes.
¿De dónde nacen los regímenes totalitarios como el comunismo, el más letal de todos? El autor se pregunta y se responde: “¿Qué tienen en común alemanes, italianos, rusos, polacos, cubanos, venezolanos, albaneses, checos, húngaros, chinos, coreanos del norte o camboyanos? Para mí lo único que los une son esos momentos de crisis -no necesariamente económica- que han sabido aprovechar individuos, partidos o potencias con muchas ambiciones y muy pocos escrúpulos”.
Enrique Del Risco nos invita a que hurguemos en la trastienda, aclarado ya que no es en lo sexual, “aquello que solo se revela en negativo -las dosis de humillación que esconde el anhelo por lo perfecto- de los regímenes totalitarios”. Porque, para compartir una experiencia, dice él en su introducción, una experiencia tan atroz como la del comunismo, primero hay que entenderla, y nos facilita claves no solo para entender qué pasado vivimos y qué futuro pudiéramos desear, si es que existe, porque “en realidad nos obsesiona saber cuánto de aquel régimen que despreciamos fue erigido por nosotros mismos, cuánto de él llevamos dentro”.
Porque, también explica puntualmente el autor: El totalitarismo -en Cuba como en cualquier sitio-, más que un régimen político, es una cultura, una civilización, una costumbre. «La primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre», nos dejó escrito un pensador renacentista, y Enrisco explica y amplía: “Costumbres que persiguen a muchos donde quiera que vayan para convertirse en añoranzas atroces: se llega a extrañar las colas, las escuelas al campo, la carne y los muñequitos rusos, las series policiacas de exaltación a la chivatería, la salsa de tomate autóctona, los cantautores comprometidamente plañideros, la chusmería militante y la militancia chusma”.
Uno arrastra casi para siempre esos recuerdos, porque así vivimos y qué otra vida vamos a recordar, aunque haya sido terrible. Yo mismo, recién salido de la isla y en otra isla llamada Tenerife, miraba en derredor y bajaba la voz cuando iba a hablar de la situación cubana o mencionaba el maldito nombre de Fidel Castro. Me sorprendí muchas veces diciendo que, durante el período especial en Cuba, el apagón que más me gustaba era el de 8:00 de la mañana a 4:00 de la tarde. Eso es masoquismo envasado al vacío, como repetir los nombres de sitios que fueron rebautizados por la revolución, o recordar con nostalgia frases de canciones como esa que pide que le cran que es feliz abriendo una trinchera, sin entender que eso es masoquismo en estado puro.
A los que estamos acostumbrados al humor brillante de Enrique del Risco, advierto que en este libro no hay humor, más allá del bisturí con el que él delimita los bordes del dolor que nos provocan los autoritarismos. Te puedes reír del dolor, pero no de gozo, porque eso sería precisamente masoquismo. Sino como una manera de abrirnos las heridas y entender cómo fue que nos fuimos acostumbrando a ellas y por qué perdonamos, de alguna manera, a quienes nos las provocaron, porque pensamos que es perdonarnos a nosotros mismos.
Yo iba a acusar a Enrique del Risco por ponerme triste. Pero es mi amigo, lo admiro y he comprendido que lo único que hace es ponerse triste él mismo analizando la realidad cubana y transmitirlo. Porque la realidad cubana afecta más que un virus inventado en un laboratorio chino, tal vez porque Cuba, a partir de 1959, se convirtió en el laboratorio de un científico loco que se amaba a sí mismo y odiaba a la humanidad, incluyendo al chino de su hermano.
Al final, uno entiende que Enrisco, o Enrique del Risco, no es dueño de sí mismo, como tampoco lo somos nosotros, y que nos gobiernan, dirigen, orientan desde arriba nuestras obsesiones, que son las de analizar, enterarnos y comentar “la cosa”, esa cosa que llevamos más de 64 años mencionando en voz baja, siempre con la muletilla final de lo mala que está o qué mala se está poniendo la cosa.
Esa “cosa” nos reúne hoy en torno al autor de esta compilación de análisis de la cosa, que él, alejado esta vez de la mirada incendiaria del humor, ha titulado Historia y masoquismo, que nos hace pensar a qué parte pertenecemos nosotros: si a la historia o al masoquismo, o, tal vez, a un masoquismo que ha hecho historia, porque todos vivimos bajo, en medio, chapoteando en aquella “cosa”. Así que le echo mano a un poeta como Gustavo Adolfo Bécquer y digo, parafraseándolo: “¿Qué es masoquismo? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Y tú me lo preguntas? Si te gustaba la cosa y también que te clavaran esa pupila, y fuiste capaz de gozar con eso, masoquismo eres tú”.
¿Qué es el tan mentado síndrome de Estocolmo? Si alguien muy elemental pensara que es que a uno le gusta mucho Estocolmo en particular y Suecia en general, y no quiere moverse de allí, puede ser una buena interpretación. Pero si en tu Estocolmo personal te dan constantemente patadas por salva sea la parte y lo denuncias o te marchas, eso formará parte de la historia, pero si te llega a gustar y te quedas, o te vas y regresas porque las extrañas, ya eso es masoquismo.
“El cubano puede seguir arrogante como siempre, pero la autoestima la siente lesionada”, ha dicho Enrisco en una reciente entrevista. Y vemos con horror cómo aún funcionan el triunfalismo más elemental y la desastrosa idea de que los cubanos sufrimos más que nadie, pero somos lo mejor en todo: bailando, haciendo chistes o en el combate y el sexo. Como si fuéramos una civilización importante en la historia de la humanidad. No habitamos en la antigüedad en el valle del Nilo; sin embargo, el Nilo vino a nosotros y se instaló en nuestro lenguaje cotidiano con pesimismo después del accidente de 1959, y todos nos decíamos: Ni lo pienses, ni lo intentes.
Del Risco insiste en que miremos en esa desconfianza que sembró el régimen en nosotros para hacernos sentir culpa. “De esa desconfianza, dice, se nutren sistemas como el cubano para conseguir que la gente dependa de ellos y para que no se ponga de acuerdo para actuar de manera diferente”. Recuerdo la idea de un proyecto burlesco sobre una organización considerada contra revolucionaria formada en su totalidad por miembros del ministerio del interior infiltrados en ella, que espiaban a cada uno de los otros miembros sin saber que todos eran agentes.
¿De dónde nacen los regímenes totalitarios como el comunismo, el más letal de todos? El autor se pregunta y se responde: “¿Qué tienen en común alemanes, italianos, rusos, polacos, cubanos, venezolanos, albaneses, checos, húngaros, chinos, coreanos del norte o camboyanos? Para mí lo único que los une son esos momentos de crisis -no necesariamente económica- que han sabido aprovechar individuos, partidos o potencias con muchas ambiciones y muy pocos escrúpulos”.
Enrique Del Risco nos invita a que hurguemos en la trastienda, aclarado ya que no es en lo sexual, “aquello que solo se revela en negativo -las dosis de humillación que esconde el anhelo por lo perfecto- de los regímenes totalitarios”. Porque, para compartir una experiencia, dice él en su introducción, una experiencia tan atroz como la del comunismo, primero hay que entenderla, y nos facilita claves no solo para entender qué pasado vivimos y qué futuro pudiéramos desear, si es que existe, porque “en realidad nos obsesiona saber cuánto de aquel régimen que despreciamos fue erigido por nosotros mismos, cuánto de él llevamos dentro”.
Porque, también explica puntualmente el autor: El totalitarismo -en Cuba como en cualquier sitio-, más que un régimen político, es una cultura, una civilización, una costumbre. «La primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre», nos dejó escrito un pensador renacentista, y Enrisco explica y amplía: “Costumbres que persiguen a muchos donde quiera que vayan para convertirse en añoranzas atroces: se llega a extrañar las colas, las escuelas al campo, la carne y los muñequitos rusos, las series policiacas de exaltación a la chivatería, la salsa de tomate autóctona, los cantautores comprometidamente plañideros, la chusmería militante y la militancia chusma”.
Uno arrastra casi para siempre esos recuerdos, porque así vivimos y qué otra vida vamos a recordar, aunque haya sido terrible. Yo mismo, recién salido de la isla y en otra isla llamada Tenerife, miraba en derredor y bajaba la voz cuando iba a hablar de la situación cubana o mencionaba el maldito nombre de Fidel Castro. Me sorprendí muchas veces diciendo que, durante el período especial en Cuba, el apagón que más me gustaba era el de 8:00 de la mañana a 4:00 de la tarde. Eso es masoquismo envasado al vacío, como repetir los nombres de sitios que fueron rebautizados por la revolución, o recordar con nostalgia frases de canciones como esa que pide que le cran que es feliz abriendo una trinchera, sin entender que eso es masoquismo en estado puro.
A los que estamos acostumbrados al humor brillante de Enrique del Risco, advierto que en este libro no hay humor, más allá del bisturí con el que él delimita los bordes del dolor que nos provocan los autoritarismos. Te puedes reír del dolor, pero no de gozo, porque eso sería precisamente masoquismo. Sino como una manera de abrirnos las heridas y entender cómo fue que nos fuimos acostumbrando a ellas y por qué perdonamos, de alguna manera, a quienes nos las provocaron, porque pensamos que es perdonarnos a nosotros mismos.
*Tomado de ADNCuba
Ah, carne rusa. Hay lugares en Miami que la venden, lo cual indica que hay gente que la compra. Puede ser que vean al asunto como cuestión de nostalgia en vez de una indecente falta de dignidad, pero así y todo cae mal. Nada, que la “revolución” resultó ser una enfermedad degenerativa como ciertas condiciones neurológicas, y aunque “la cosa” se caiga mañana, hay muchísimo daño ya hecho que muy difícilmente tenga remedio. Gracias, Fidel; esta es tu psiquis.
ResponderEliminarY con respecto al bastardo mayor del mogote funesto, no era un loco. Era un anormal maligno que actuaba con toda idea de una forma muy coherente con sus metas, algo que un verdadero loco no puede hacer. Claro, no es que haya sido ni remotamente el único gestor del desastre, algo que un solo hombre nunca hubiera podido lograr. Siempre tuvo muchos ayudantes, dentro y fuera de Cuba, y fue algo como el director de una enorme empresa transnacional dedicada al Mal.