Marruecos era la historia bonita del campeonato. De esas de las que Hollywood luego hace una película con protagonistas de la raza que esté de moda. (Hace unos años el entrenador marroquí habría sido Brad Pitt. Ahora le tocará a Denzel Washington). Marruecos, con su equipo de la comunidad marroquí en el exterior (cuatro nacidos en Países Bajos, cuatro en Bélgica, dos en Francia, dos en España, uno en Canadá, uno en Italia) había eliminado a toda la peninsula ibérica del campeonato (para los que estén flojos en geografía: España y Portugal) y ahora faltaba hacer lo que no habían conseguido los musulmanes con el imperio carolingio: sacar a Francia del mundial y culminar su cruzada derrotando a los argentinos.
La cifra de la gloria marroquí se resumía en el hecho de que a lo largo de cinco juegos del mundial no había recibido gol de ningún equipo que de de sí mismos, el autogol en el juego contra Canadá. Cuatro minutos, treintiocho segundos. Eso fue lo que duró la ya famosa virginidad de la portería marroquí en manos francesas. Griezmann (¿quién si no?) se internó por el costado derecho del área chica para darle un pase a Mbappé quien, acorralado la hizo rebotar en un contrario. El rebote fue alcanzado por Theo Hernández quien acrobáticamente se sacó una mawashi a lo Bruce Lee y remató el balón donde Bono, el portero marroquí, ya no pudo llegarle.
Cualquiera pudo presagiar una carnicería francesa de los futuros protagonistas de una serie de Netflix pero allí mismo los franceses si no frenaron al menos le sacaron el pie al acelerador. Atacaban sí, pero como en un entrenamiento. Como si les diera lo mismo anotar que no. Los marroquíes no desaprovecharon la oportunidad y se lanzaron gallardamente al ataque aunque sin exagerar, sabiendo que al menor descuido les podrían encajar el segundo gol. Así pasó el resto del segundo tiempo, con los marroquíes de importación tan cerca del empate como los franceses multiculturales de ampliar el marcador.
El segundo tiempo fue más de lo mismo. Los descendientes espirituales de Asterix encomendados a alguna brujería celta para impedir el gol marroquí que no acababa de caer pero al mismo tiempo amenazando constantemente a los norafricanos con su impresionante pegada. Hasta que en el minuto 79 Mbappé -que anduvo de paseo buena parte del juego- recibió una pelota de Marcus Thuram (que en fútbol también se gastan dinastías) atravesó una manigua de defensas marroquíes hasta cederle el balón a Muani que acababa de entrar al partido y logró lo que cinco equipos no pudieron hacerle a Marruecos en todo el mundial.
Definida ya el banquete final con Argentina y Francia como invitados no hay mucho que predecir excepto anotar que Argentina tiene bastante más hambre pero Francia tiene mejores (y más variados) cubiertos. Lo único seguro que quien quiera que gane el domingo será tricampeón del mundo.
Gran partido.
ResponderEliminarLos miembros de la comunidad marroquí en el exterior, mejor conocidos como el equipo nacional marroquí de balompié, compensan con creces su falta de juego elegante con tesón y fortaleza física, son admirables en su empeño. La versión humana futbolística del Swiss Army Knife, llamado Antoine Griezmann, debe encabezar la votación para el equipo "todos estrellas" de esta Copa. Este hombre despliega una inteligencia asombrososa sobre el terreno de juego, aparte de ser incansable. Opino que en un futuro será un gran director técnico
Bueno, la última cena, y además el último tango que vaticinaste. Pero... ¿no fue en Toulouse dónde nació Gardel?
Saludos