La editorial Hypermedia acaba de publicar el libro Luis Manuel Otero Alcántara, una biografía colectiva. Coincide el lanzamiento del libro con el inicio de la farsa judicial contra Luis Manuel y Maykel Castillo en La Habana que debe terminar hoy. Los autores de este retrato colectivo son:
Adriana Normand / Anaeli Ibarra Cáceres / Anamely Ramos González / Camila Ramírez Lobón / Celia González / Cirenaica Moreira / Claudia Genlui Hidalgo / Claudia González Marrero / Enrique Del Risco / Grethel Domenech / Hamlet Lavastida / Héctor Antón / Henry Eric Hernández / Janet Batet / Jorge Peré / Juliana Rabelo / Julio Llópiz-Casal / Ladislao Aguado / Leandro Feal / Legna Rodríguez Iglesias / Lester Álvarez / Luis Manuel Otero Alcántara / Magaly Espinosa / Martica Minipunto / Néstor Díaz de Villegas / Ray Veiro / Rolando Leyva Caballero / Salomé García / Sergio Ángel / Ulises Padrón Suárez / Yanelys Núñez / Yissel Arce Padrón / Yuleidy Mérida.
Tambien anuncia la editorial que "los fondos recaudados por la venta, serán donados en su totalidad al apoyo a Luis Manuel Otero Alcántara y los demás presos políticos".
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Les dejo como adelanto el texto mío que los antologadores han incluido en esta antología:
¿De qué color es Luis Manuel?
Luis Manuel Otero Alcántara, el artista cubano que tantas veces ha sido reprimido, encarcelado (y que ahora va a cumplir tres semanas de extrañísimo y siniestro secuestro en un hospital habanero), no parece ser negro. A pesar de que a simple vista parezca lo contrario. Luis Manuel no parece ser de la misma raza que George Floyd, Eric Garner o Freddie Gray. Ni parece compartir color con tantas celebridades que justamente se indignan cada vez que un afroamericano es maltratado por la policía. A los efectos de la indignación o la solidaridad que despierta, Luis Manuel Otero Alcántara parece ser blanco. O transparente.
Tiempo nos ha dado Luis Manuel para averigüemos su color, para enterarnos de la violencia de Estado desatada contra él. No han sido los ocho interminables minutos con que George Floyd tuvo el cuello aplastado por la rodilla de la policía de Minneapolis, cierto. Son años de ser sometido a todo tipo de maltratos y persecuciones. Años de aparecer en videos y fotografías mientras es detenido, golpeado, encerrado, y vuelto a liberar para reiniciar el ciclo de persecuciones. Años con su rostro empapelando las redes sociales, suplicando la solidaridad que con tanta presteza reciben las víctimas afroamericanas.
En todo caso, Luis Manuel Otero Alcántara es del mismo color de Juan Carlos González “Pánfilo” condenado a dos años de prisión por decir en un video casero que tenía hambre. Del color de Orlando Zapata Tamayo, prisionero político muerto tras ochenta días en huelga de hambre, defendiendo su dignidad de persona. Del color de la activista Berta Soler, de Jorge Luis García Pérez, “Antúnez”, de Guillermo Fariñas y de tantos otros afrocubanos que luchan porque sus derechos sean respetados. Basta el simple desplazamiento desde Estados Unidos hasta Cuba para hacer irrelevante la cuestión del color.
Cabe pensar que incluso en el antirracismo no todos los negros son iguales. Que el sufrimiento de un artista o activista afrodescendiente del Tercer Mundo carece de la trascendencia que le atribuimos a un negro maltratado en Estados Unidos o en Europa. O cabe suponer que los afrocubanos reprimidos a diario han sido blanqueados, invisibilizados por el miedo. El miedo a perder el trato que la dictadura cubana le dispensa a quienes le sean favorables, a los que la alaben o simplemente eviten reparar en su naturaleza represiva y se concentren en el esplendor de los paisajes de la isla. O en su música o sus atracciones culinarias.
O puede que le niegan su solidaridad a los disidentes afrocubanos se sientan inmovilizados por el miedo, algo más discreto, a verse en el lado incorrecto de la Historia, el miedo supersticioso a que, denunciar a un gobierno que se llame de izquierda y antimperialista, los convierta de manera automática en representantes de la reacción o del racismo que, de alguna incomprensible manera, encarna Luis Manuel frente a sus represores blancos Raúl Castro o Miguel Díaz Canel.
Si el miedo es ideológico, la justificación de su silencio también lo será. “Luis Manuel Otero Alcántara no es reprimido por el color de su piel”, dirán. Y tienen razón. Como mismo Rosa Parks o Martin Luther King tampoco fueron encarcelados o golpeados por el color de su piel. Ellos eran reprimidos y perseguidos por defender derechos que no le eran reconocidos en el país del que eran ciudadanos. Por la misma razón por la que es calumniado, vejado, maltratado a diario Luis Manuel Otero Alcántara, junto a cientos de conciudadanos de todos los colores y razas: por reclamar los derechos que les niegan en su país a todos los cubanos.
Pero ante una color blindness tan arraigada, no sé si tenga sentido preguntarse de qué color es Luis Manuel. O cualquier otro ser humano.
En EEUU la trayectoria de Otero Alcántara choca con la narrativa izquierdista de que en Cuba ahora es que los negros tienen plenos derechos y libertad. Por eso a los otros negros que usted menciona, opuestos al régimen comunista, tampoco se les tiene en cuenta.
ResponderEliminarMartin L. King se debe estar revolviendo en su tumba porque bien podría haber profetizado:
“Tengo una pesadilla: que mis hijos algún día vivan en una nación donde nadie sea juzgado por el contenido de su carácter sino solamente por el color de su piel”.
Ser negro (o por lo menos no blanco) solamente importa cuando eso se puede utilizar para ciertos fines por cierta gente. Si ese no es el caso, como no lo es con negros cubanos opuestos a la dictadura que los oprime y abusa de ellos, da lo mismo que si fueran pelirrojos con piel color de leche. Todo se reduce a utilidad, o sea, a un cuento oportunista e hipócrita.
ResponderEliminarLa vida de Otero Alcántara, aunque lo maten, no importa. No me refiero a sus opresores, que son relativamente francos, sino a una enorme cantidad de extranjeros que lloran y gritan y se rasgan las vestiduras por los derechos humanos y la justicia social--siempre y cuando se trate de víctimas convenientes, pero definitivamente no de todas.