Dos semanas atrás
estaba en un congreso en Puerto Rico. Presentaba una ponencia sobre tres
novelas de la generación de Mariel La travesía secreta de Carlos Victoria
(1994) y Sabanalamar (2002) y El instante (2011) de José Abreu Felippe. El
argumento de mi ponencia -resumido- no podía ser más sencillo: la verdadera Novela
de la Revolución Cubana no la habían escrito sus partidarios sino sus
perseguidos, sus resistentes, sus víctimas (aunque la condición de víctima en un escritor siempre me ha resultado cuestionable). Luego la ponencia intentaba
demostrar por qué las novelas mencionadas eran precisamente novelas. Cómo, a
pesar de la carga de sufrimientos que podían atestiguar, conseguían superar la
condición de memorial de agravios, de panfleto, de buzón de quejas y
sugerencias de la Historia, para llegar a ser esa otra cosa tan difícil de definir
pero fácil de reconocer que es una obra de arte.
Al final, como
para animar la discusión la investigadora Mónica Simal, una de las poquísimas especialistas
en la generación de Mariel, preguntó que por qué pensaba yo que aquellos escritores siguen siendo ignorados, más allá de la obra de Reinaldo Arenas. La
respuesta era fácil. El problema consistía en decirla. Porque -como le expliqué
a la audiencia aquella tarde- mientras la Revolución Cubana siguiera existiendo
como mito nadie estaría interesado en leer a esos heraldos de la mala vieja de
que aquella Revolución llevaba la simiente del autoritarismo y la opresión
desde su mismo comienzo. Y eso -no contado por latifundistas y burgueses sino por
escritores de origen humildísimo que en no pocos casos creyeron en ella- era algo que la gente
prefería no escuchar.
"En vez de eso -añadí- prefieren leer novelas de Leonardo Padura, que si bien pueden pasar por
críticas se cuidan de conservar una visión nostálgica que no afecta en absoluto
al mito de la Revolución Cubana". Si acaso le añade la elegante pátina que da la
melancolía que producen las buenas intenciones que no han podido ser cumplidas. Debe
tenerse en cuenta que mis compañeras de panel presentaban justamente sendas ponencias
sobre novelas de Padura. Las ponentes no se dieron por aludidas lo cual
agradezco e incluso una de ellas asistió a la presentación que hice de “Los que
van a escribir te saludan” en la librería Laberinto del Viejo San Juan.
Después de todo mi intención declarada no era iniciar una guerra civil en aquel
apacible panel pues encima de todo alguien tuvo la mala idea de asignarme la
responsabilidad de moderador de aquel evento. Me bastaba con dejar clavada allí mi
certeza de que ante ciertos mitos el espíritu crítico de la academia se
desvanece y acude a respuestas tranquilizadoras, sedantes. Como cualquier ama de casa se
sienta cada noche a ver su telenovela favorita.
Sí, lo de Padura es una suerte de sedante o de tranquilizante (suponiendo que haya inquietud alguna). Y por supuesto, sus lectores no son cubanos de a pie en Cuba, sino extranjeros ajenos o indiferentes a la verdadera realidad de Aquella Mierda.
ResponderEliminarY con respecto a Arenas, si hubiera sido heterosexual no estuviera en nada, aunque su talento literario fuera el mismo o hasta mayor. Eso se llama falsedad e hipocresía, pero ambas cosas son perfectamente "normales" para gente "correcta"--y no, no les da ni pena ni los incomoda, no porque no se den cuenta, sino porque se saben protegidos y comprendidos por muchos otros iguales que ellos.
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