jueves, 14 de octubre de 2021

Emilio Ichikawa, una despedida

 

Luego de largos años de silencio mutuo no me sentía con derecho de hablar del recién fallecido escritor Emilio Ichikawa. Viendo los comentarios de los que lo conocieron confesando que también ellos habían perdido contacto con Ichiwawa desde hacía mucho tiempo entendí que nuestro distanciamiento era solo parte del largo repliegue del mundo que emprendió Ichi como si de un ejército en retirada destruyendo los puentes a su paso se tratara.

En tales circunstancias hablar de Ichikawa más que derecho, es un deber. Porque si algo lo conocí -con todo y su retirada- se que preferiría que su despedida fuera de todo menos silenciosa. Hablaré entonces del Ichi que prefiero recordar y no de aquel con el que corté relaciones para alivio de ambos. Lo conocí no más entrar a la universidad, en 1985. El acababa de graduarse de la carrera de Filosofía y la facultad, cosa rarísima en la época, le había otorgado un puesto de profesor. Como quiera, Ichikawa seguía sintiéndose mucho más cómodo entre los estudiantes que entre sus colegas y sospecho que fue así siempre. Debo aclarar que, profesor de filosofía como fue, nunca me dio clases. Ni falta que hacía. Al lado suyo siempre se aprendía: daba igual en el receso de las clases en el murito de la facultad, en el surco de alguna de aquellas movilizaciones en el campo o en el exuberante patio de su casa en Bauta. Se aprendía de filosofía sobre todo, pero también de historia, de fútbol -al entrar en la facultad todavía resonaban sus hazañas como jugador de uno de los poquísimos equipos campeones de aquella facultad crónicamente inepta para el deporte- o de viejos héroes de la décima campesina. Su mente era inquieta y omnívora e Ichikawa ejercía sin ningún esfuerzo su papel de Sócrates itinerante en un físico que cada vez se acercaba más al de Buda.

Por mal que se haya portado luego con el resto de la humanidad a Ichikawa le debo, le debemos, muchísimas cosas todos los que estuvimos en sus alrededores. Alrededores que se fueron ensanchando a medida que empezó a publicar y sus ideas, siempre abundantes, y su especial manera de ver el mundo estuvieron al alcance de más personas. Junto a Rafael Rojas, Iván de la Nuez, Alexis Jardines y Antonio José Ponte se convirtió en uno de los ensayistas más importantes de una generación que descolló precisamente en ese género. El error de ofrecerle una cátedra en una facultad dedicada a mayor gloria del marxismo fue luego corregido por las autoridades. Primero con el acoso sistemático -que incluyó un episodio en el que descubrieron a un estudiante que grababa sus clases en secreto bajo las previsibles órdenes de la Seguridad del Estado- y luego con su salida forzosa de la universidad, salida de la que sospecho, nunca se repuso del todo.

En el “debe” particular de mis intercambios con Ichikawa debo incluir, aparte de las horas de diversión pura, de pura amistad, el aguijón de su inteligencia incansable, pendenciera, y el de las lecturas que proponía o facilitaba. Fue a través de Ichikawa que por primera vez tuve acceso a ciertos libros de Kundera, Reinaldo Arenas o Cabrera Infante, algo que en aquellos días tenía un valor muy difícil de explicar ahora. Porque Ichi fue siempre generoso en espíritu o materia. Lo mismo regalaba ideas en forma de chismes socráticos o batistianos que te entregaba una camisa si te atrevías a elogiársela, como me ocurrió una vez y más nunca me atreví a hacerlo. Cuando, luego de quedarme en España, la propia tutora de mi tesis en la universidad de La Habana se negó a escribirme una carta de recomendación para una beca fue Ichikawa, junto al profesor Enrique Sosa, quien se ofreció a escribirme la suya. O luego cuando nos encontrábamos en Madrid o Nueva York fue igualmente generoso con los valiosos contactos que tenía por todas partes.

Nada de eso lo podrán borrar los desplantes posteriores. Menos ahora en que el silencio entre nosotros se ha vuelto definitivo y puedo escoger qué parte de sus recuerdos van a quedarse conmigo.   

7 comentarios:

  1. Este senor se desaparecio o se escondio a la vista de todos.Admiro o creo entender lo que lo animo a superar la mediocridad de su entorno y buscar refugio.Un buen dia Emilio vendio el cajetin,Hace como 15 anos.No pudo resistir el exilio invasor

    ResponderEliminar
  2. Lo mejor que he leido .. asi mismo !

    ResponderEliminar
  3. Anonimo: suena bonito pero no fue así. Ichi pasó por muchos avatares. De ser sidekick de Edmundo García terminó siendo trumpista, de los que no se vacunaba. Sospecho que eso fue lo que lo mató.

    ResponderEliminar
  4. Por este artículo me entero del fallecimiento de Emilio Ichikawa.

    Fui asiduo de su antiguo blog en la época dorada de la blogosfera cubana (+ ó - 2007-2015). Lo recuerdo como sencillo y amigable, de hecho, en dos ocasiones me pidió elaborar comentarios que hice en su blog para colgarlos como artículos de opinión. Otra vez, así de la nada, me envió una receta suya de ceviche con guarnición al estilo limeño.

    Nunca entendí los ataques de corte personal que le dedicaba Pepe Varela y después que el blog de Ichi fue inactivado, creo que por un "hackeo", perdí su rastro. Recuerdo gratamente sus "posts" sobre el balompié y las estrellas bautenses. Yo que viví los últimos años de mi infancia en Bauta, donde el balompié corría casi a la par con la pelota, esos artículos me resultaban muy gratos.

    Gracias por esta nota de despedida.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Ahce: ¿ser trumpista o no vacunarse?, porque para usted ambas cosas parecen ser igual de letales.

    ResponderEliminar
  6. Para mí, Ichikawa escasamente existió. Fue alguien más o menos exótico, cuya obra en los medios me resultó ajena y demasiado particular para interesarme. Me parece, a gran distancia, que tenía muchos "issues," como dicen los americanos. En resumen de cuentas, los llamados intelectuales son una clase bastante dudosa desde un punto de vista práctico, y en el caso de Cuba, han sido mayormente inútiles, si no han sido peores.

    ResponderEliminar
  7. No dudo de que a su lado aprendiste y tuviste acceso a libros prohibidos, que no se negó a escribirte la carta de recomendación que tanto necesitabas y que fue “generoso con los valiosos contactos que tenía por todas partes”, como no dudo que en alguna ocasión le diste la hora y ahora escribes esto. A fin de cuentas, a los muertos se les debe la verdad, pero a los vivos ¿qué les debemos?

    ResponderEliminar