La crisis bestial que empezó a tomar forma a finales
de 1990 no disuadió al gobierno de celebrar en La Habana los Juegos Panamericanos
programados para el año siguiente. Me imagino que si alguna vez eso se discutió
en el único nivel que se discutían esas cosas Quientusabes acalló el debate
diciendo que ya se habían gastado demasiados recursos en la construcción de las
instalaciones donde tendrían lugar los juegos como para echarse atrás. Era
verdad. Yo mismo, en mi último año como estudiante universitario, había
trabajado unos cuantos días en la construcción de la Villa Panamericana. Y
junto conmigo media ciudad.
Igual podrían haberse arrepentido. Las obras ya
marchaban retrasadísimas y el estadio olímpico diseñado para la ocasión nunca
llegó a terminarse. Durante la ceremonia inaugural transmitida por televisión
pudimos constatar que la mitad de las gradas no habían sido construidas, aunque
los comentaristas televisivos presentaban aquello como una particularidad del
diseño. Al poco tiempo de concluir aquellos juegos todas las instalaciones pasaron
a formar parte de la magnífica colección de ruinas producidas por la Revolución
Cubana a lo largo de su Historia. Hoy, treinta años después, ninguna de ellas
funciona.
La preparación de los atletas no parecía ir mucho
mejor. Siempre había tenido la idea de que recibían un trato especial, una
alimentación especial. Algo de eso habría, pero también a ellos el Hambre les
había dado alcance. Una vez me encontré en el autobús con una integrante del
equipo de remos. Una mujer bellísima, previsiblemente alta y de ojos azules que
hablaba pestes del gobierno y de la comida que recibía para prepararse con
vistas a la competencia. Se refería con rabia especial de unos espaguetis fríos
que aparecían con demasiada frecuencia en su bandeja. “Y con esa mierda esta
gente quiere que les gane una medalla”, me dijo.
[…] Resultó que no habíamos estado suficiente tiempo
en Baracoa. Todavía le quedaba un buen rato a los Panamericanos con su euforia
inducida y sus competencias interminables acaparando los televisores. Tras cada
victoria cubana sonaban las notas de nuestro bonito himno plagiado a Mozart que
eran rematadas con la entrevista al ganador que invariablemente le dedicaba su
victoria al Comandante en Jefe. No les dejaban muchas opciones. Al preguntarle
a la campeona absoluta de la gimnástica que a quién le dedicaba sus medallas
mencionó a sus padres, su familia. El periodista insistió y la campeona incluyó
en la dedicatoria a su barrio, a sus amigos, al pueblo cubano. Cuando no le
quedaba nadie más que mencionar y el periodista insistía fue que la gimnasta se
resignó a mencionar al Comandante en Jefe.
En un periódico donde leí los resultados de los
juegos vi, entre los medallistas, el nombre de la bella remera que había
conocido en el autobús. Me alegré por ella, aunque sospecho que también tuvo
que dedicarle su medalla al Comandante. Hay algo consustancial a Aquello y es
no dejar que disfrutes tus logros sin que vengan sus representantes a
reclamarte lo que creen suyo.
Años después descubrí el nombre de la remera en un
reportaje de un periódico de Boston tras haber conseguido escapar de Cuba. Me
alegré más por ella que cuando consiguió la medalla.
Fueron días rellenos con el himno mozartiano, las
dedicatorias al Comandante y la presencia del Tocopán. El Tocopán era la
mascota de los juegos. Su nombre venía del apareamiento del ave nacional, el
tocororo, (que a pesar de su estatus simbólico poquísimos cubanos han visto en su
vida), y los juegos Panamericanos. Un pajarito con sombrero de yarey e
indumentaria deportiva que se convirtió en la respuesta a una adivinanza que se
puso de moda al acabarse los juegos. “¿Cuál es el animal que más come?”.
—El Tocopán. Se come en dos semanas la comida de
once millones de personas para un año.
Pero, ¿qué es la comida ante la gloria continental? Solo en dos ocasiones Estados Unidos ha sido relegado al segundo puesto de la competencia. En 1951 por la Argentina de Perón en los juegos celebrados en Buenos Aires, y cuarenta años después por la Cuba de Fidel Castro en los juegos de La Habana. Meses después, en medio de la peor hambruna que haya soportado la República de Cuba, podías encontrarte gente orgullosa de aquel primer lugar en el medallero panamericano. La comida al fin y al cabo se digiere y se excreta mientras que el brillo de las hazañas deportivas resplandece para siempre. Así que nunca olviden el dato: en el verano de 1991, Cuba se impuso a los Estados Unidos en los Juegos Panamericanos. No fue poca el hambre que nos costó.
*Fragmento del libro inédito Nuestra hambre en La Habana
Pues claro. Todo palidece y cuenta menos comparado con la gloria, por hueca que sea, de la "revolución," que por supuesto significa la dictadura totalitaria castrista y, en resumen de cuentas, el Máximo Dictador. Aunque nunca hubo culto de personalidad ni nada, qué va, sencillamente el amor, digo, la veneración del pueblo por su redentor. Tanta bazofia propagandística barata, y tanta vulgaridad...bueno, basta con ver de donde emanaba todo, o mejor dicho, qué culo se tiraba tales peos.
ResponderEliminarAunque es cierto que Cuba se impuso a los Estados Unidos en el medallero final de aquellos Juegos Panamericanos, no debe olvidarse que los americanos tiraron los juegos a mierda porque ganarlos o perderlos les interesaba poco. En general EE.UU envió deportistas de tercera, con rarísimas excepciones como el Dream Team de baloncesto, que hizo todo lo posible por chotear los juegos: viajaba desde Miami antes de cada juego, pues no aceptó pasar ni una noche en la isla.
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