No entienden lo que explicamos, o lo entienden con demasiada literalidad; o bien padecen una penosa falta de referencias culturales para interpretar algo más allá de lo que entra por sus audífonos; o, si no, les falta sutileza para entender la complejidad de lo real y les sobra engreimiento para suponer que están equivocados. Y, por tanto, los profesores somos perfectamente inocentes pues no pasar de ser piezas de un sistema educativo encargado de mantenerlos entretenidos mientras atraviesan la ardua labor de graduarse de un nivel tras otro.
¿No está de acuerdo con lo anterior? Pues no se preocupe. Como Groucho Marx, tengo otros principios. Puedo afirmar que son los profesores los únicos responsables de que los estudiantes sean… bueno, eso que acabo de decir. Como si los niños salieran directamente de alguna incubadora a nuestras aulas. Como si no existieran las películas, los video juegos, Disney Channel o los abogados de los padres de los alumnos. Pero si no le convencen ninguna de las dos opciones anteriores quizás concordará con una tercera teoría y es que algo tendremos que ver con la actual condición de nuestros estudiantes.
Si vamos empezar por algún sitio mejor que sea por un extremo. Como la noticia de que un panel compuesto por miembros del distrito escolar de San Francisco decidió renombrar más de un tercio de las 125 escuelas que lo componen por considerarlos “inapropiados”. ¿La razón? Eliminar cualquier rastro de “alguien o algo asociado con la esclavitud, el genocidio, la colonización, la explotación y la opresión entre otros factores”. Entre los nombres no aptos para adornar la fachada de las escuelas se encontraban los de George Washington, Abraham Lincoln y alguno de los dos Roosevelt. Casi nada.
No es la primera vez que la humanidad padece fiebres iconoclastas. Ya las experimentaron el imperio de Bizancio, la Europa protestante, o todo cambio de régimen más o menos abrupto. Los viejos ídolos deben ceder su espacio en el panteón colectivo a otros nuevos. La actual cruzada iconoclasta que sacude Estados Unidos empezó promoviendo el derribo de las estatuas de líderes confederados pero se ha ido extendiendo a destacados luchadores contra los esclavistas del Sur, incluidos el presidente Abraham Lincoln y el general Ulysses Grant. Pero si la cruzada empezó como asunto de adolescentes airados atacando estatuas con nocturnidad y alevosía ahora es iniciativa oficial del distrito de educación de una de las ciudades más importantes del país.
No se trata de discutir si los nombres de Washington o Lincoln, además de las ciudades, puentes y túneles dedicados a su memoria, necesitan figurar a la entrada de un par de escuelas en San Francisco. Se trata del síntoma. ¿Realmente suponen que la vida de sus estudiantes mejorará porque nuestras reverencias cambien de ídolos? Pero más preocupante aun es la concepción de la historia que late bajo tales censuras. Un pasado esterilizado de opresiones, ajeno a cualquier manifestación del mal. O sea, un mundo solo posible a costa de engañarse mucho, de desconocer la complicada naturaleza del ser humano.
Preocupante es que los encargados de educar al futuro de la nación lo hagan desde una visión con la profundidad moral de Disney Channel aunque el contenido y el signo ideológico sean muy distintos. Una educación que, lejos de analizar el pasado en su irreductible complejidad, se limite a someterlo a cierto ideal contemporáneo de pureza, lo más seguro es que induzca, con ese impulso torpe y devastador que da la ignorancia impetuosa, a repetir lo peor del pasado. Porque lo peor del pasado no es alguna particular manifestación del mal, tan generoso en variantes, sino el candor entusiasta con que se suele ejercer. Como si no pudiéramos aprender nada. Nunca.
*Publicado originalmente en Hispanic Outlook on Education Magazine
Buen análisis. Ese es el término exacto, la "disneyficación" de la vida desde muy chicos para aislarlos de situaciones conflictivas porque todas las experiencias deben ser positivas. Por lo que uno se cuestiona qué pasa cuando se enfrentan de adultos a la realidad.
ResponderEliminarLo estamos viviendo con la pandemia. Personas jóvenes, y otras no tanto, con salud protestando porque no pueden hacer y deshacer por los decretos salubristas. El mundo se les acaba si no pueden "parisear" y pasarla bien. A una conocida nuestra que viene a menudo con ese tema le digo lo siento, que debe sentirse como si viviese en Varsovia entre 1939 y 1944.
Otra vez escuché a una mujer cuyo nieto había sido puesto bajo psicoanálisis por recomendación de expertos escolares porque el niño (de kinder) había mordido a otro que lo molestaba. Resultó que el niño antropófago era de muy mal comer, y el psicólogo teorizó que el desgano y la mordedura eran parte de una fijación oral ¿?.
Lo de cambiarle el nombre a todo lo relacionado con el pasado "politically incorrect" es parte de un fenómeno del mundo occidental (los mahometanos, por ejemplo, no sufren de esos complejos). El abuso de la campaña española del "no, es no" ha resultado que algunos países adviertan a sus viajeros a España sobre las citas, porque un gesto mal interpretado puede devenir en acusación por agresión sexual.
Saludos