Acabo de ver los dos primeros capítulos de “Break It All: the History of Rock in Latin America”, documental de Netflix que intenta resumir la historia del rock hispanoamericano (no latinoamericano como anuncia el título, sospecho, porque de incluir el brasileño habría que cuestionarse la condición rockera de lo que se hacía en el resto del continente. Y hasta la musical). Un tercio del total de la serie. aquel que abarca las dos primeras décadas de recorrido del género. Muy interesante el eje que se intenta construir entre los dos focos rockeros de la América Hispana. De un lado México y del otro Argentina con entrevistas a muchos de los protagonistas del movimiento: El Tri, Café Tacuba, Botellita de Jerez, Los Shakers, Los Gatos, Pappo’s Blues, Serú Girán, Pescado Rabioso. Y en el medio bandas venezolanas, peruanas, chilenas. El intento de reproducir el rugido de generaciones que se reconocieron a sí mismas en el retumbar de guitarras eléctricas y de baterías y el largo del pelo. Todo eso.
Impresiona, sobre
todo, la amplitud de la pesquisa. Su ambición de darle una dimensión
continental a lo que fue, al menos en las primeras dos décadas de evolución
rockera, asunto local. Se insiste en identificar el rock con la rebeldía y la
resistencia de generaciones que buscaban un cambio social que empezaba por su
necesidad de expresarse y ser escuchados. Rebeldía y resistencia que sería
contestada por las sociedades reacias a cualquier insinuación de cambio, con
desprecio o brutalidad, según fuera el caso. (La excepción sería Chile donde el rock local sería aupado por el
gobierno de la Unidad Popular y perseguido tras el golpe de Estado de Pinochet con
el asesinato de Víctor Jara como su apoteosis).
Llama la atención
una ausencia, la de Cuba. Da la impresión que la isla no forma parte del continente
musical y social que se está describiendo. La única alusión que se hace es demasiado
marginal para tomarla en serio: el grupo chileno Los Jaivas cuenta cómo en sus
inicios experimentales llegaron a grabar el disco de un discurso de Fidel Castro
haciédolo girar al revés. “Parecía ruso” comenta uno de ellos, divertido. Tal ausencia, la de Cuba, está más que justificada en esta historia. Como cuando faltábamos
a clase pero llevábamos al día siguiente una nota escrita por el médico. En el
caso de la inasistencia cubana a la historia del rock continental la nota diría:
“Cuba no puede asistir debido a que en ese momento estaba enfrascada en cosas
más importantes como la construcción de la sociedad socialista”.
La nota del doctor podría
ser mucho más explicativa pero no hace falta entrar en detalles. A Gustavo Santaolalla,
productor ejecutivo de la serie de Netflix y autor de la música de Diarios
de motocicleta -esa tierna road movie guevarista- no habrá que
explicarle la ubicación geográfica de Cuba. O su pertinencia musical. Su empeño
en mostrar el hostil contexto político y social en que se desarrolló el rock
hispanoamericano nos revela, sin querer, una realidad incontestable: por brutal
que fuera la represión sufrida por los rockeros del subcontinente -y lo fue, mucho-
fue bastante menos eficaz que la que llevó a cabo el Estado socialista cubano que aquellas generaciones
latinoamericanas usaron como referencia. Una eficacia demostrada en el hecho de que el silenciamiento del naciente rock cubano en las décadas del sesenta y setenta fue casi absoluto. Después de todo al Poder cubano le asistía el doble de razones que a sus similares en el continente: el rock era -como la homosexualidad- una excrecencia de la decadente sociedad burguesa o, en el mejor de los casos -como el feminismo- una rebeldía innecesaria donde todos los problemas sociales habían quedado atrás. O blasfemo o superfluo. Así donde los rockeros de todo el
continente pueden mostrar con orgullo una obra original tocada, grabada y difundida en medio de autoritarismos hostiles los isleños apenas pueden testimoniar un
rock de catacumbas donde no había rebeldía mayor a su alcance que copiar nota a nota
las grabaciones producidas por norteamericanos e ingleses.
Sobra pedirle a Santaolalla
que haga espacio para su comprensión histórica de Latinoamérica al “caso cubano”,
un caso que tanto impacto tuvo en el imaginario colectivo de su generación y
posteriores. De hacerlo su discurso se vería obligado a asumir una complejidad para la que no está preparada la izquierda elemental del continente. Apenas me atrevería a sugerirle que cada vez que muestre
un mapa del continente en su serie el espacio correspondiente a la isla de Cuba
lo rellene con el agua del Caribe que lo circunda. Eso, de paso, ayudará a fijar la imagen del
Che Guevara que aparece en cada rincón del documental como la de pionero del rock argentino en vez de la verdugo en la Cabaña.
P.D.
Para una historia testimonial del rock cubano recomiendo el documental de Jorge Solino A contratiempo.
Con respecto a Cuba, lo de siempre, lo cual a estas alturas resulta por lo menos indecente, por no decir algo más feo (y más merecido). Lo siento, pero cuando no hay decencia no hay credibilidad ni respetabilidad, y no lo digo en el sentido "burgués" sino el simplemente humano. Si el desprecio fuera mortal, no quedarían muchos letrinamericanos en pie.
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