La respuesta del régimen (¿podemos llamarle de otra manera a algo que es gobierno, Estado, policía, aparato de propaganda y represivo al mismo tiempo?) ha sido, como de costumbre, aplicar una vez más la regla del fuera de juego. O sea, la redefinición, en pleno juego político, de los campos “amigo” y “enemigo”. Luego de no reportar los sucesos del viernes la prensa se ha volcado a satanizar el Movimiento San Isidro. Las acusaciones son las de siempre: agentes de la CIA, mercenarios, cabeza de playa de una invasión extranjera etc. Lo de menos es lo ridículas que luzcan tales acusaciones sino la advertencia que lanzan a los que el viernes expresaron su solidaridad con los perseguidos: quien cruce la retrazada línea que divide ambos campos -un tanto borrosa en estos días de solidaridad espontánea- pertenece al bando enemigo y será tratado como tal. Quedarán -una vez más- fuera del juego. En cambio, los que den el discreto paso atrás para desmarcarse del MSI serán tratados como los nuevos rebeldes oficiales que no buscan otra cosa que el necesario mejoramiento del régimen actual de cosas. ¿Cuántas exitosas carreras actuales no fueron erigidas sobre rebeldías abandonadas a tiempo?
Suelen ser pocos los que persisten en cruzar la línea ahora redefinida por los máximos árbitros. Porque, a fin de cuentas, quedar en fuera de juego es una situación muy delicada. Pregúntenselo a Heberto Padilla.
Todo es un vil y sucio juego, pero ya es harto viejo, cansado y aburrido--estamos muy lejos de 1960. Ya no es posible engatuzar ni convencer a nadie, salvo idiotas o cretinos, con un fracaso tan flagrante como perverso, eso que persisten ¡sin sonrojo! en llamar "revolución." Cierto, los eternos oportunistas nunca faltan, aunque al castrismo solamente le queda propaganda de pacotilla, la represión y el abuso. Pero que ni sueñen los represores que nadie cree en ellos, especialmente en Cuba, donde todos conocen muy bien el monstruo pues viven en sus entrañas. Santocielo, el desprecio.
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