No hace mucho un buen amigo me invitó a presentar mi novela Turcos en la niebla en un festival que iban a celebrar en la elegante ciudad suburbial en la que vive. Mi amigo quería aprovechar que este año el festival, estrictamente anglo hasta ahora, contaría con una sección dedicada a la literatura latina para hablar de mi novela sobre cierto barrio hispano de Nueva Jersey a aquel exquisito público de los suburbios. Pero a medida que pasaban las semanas, tras gestiones que ya me apenaban por lo extensas, mi amigo me hizo saber que a la organizadora no le parecía bien que dedicaran una hora de los días que duraría el festival a una novela escrita y publicada en español. Si acaso organizarían un panel, moderado por mi amigo, sobre la literatura hispana en los Estados Unidos. Hablaríamos de tan curiosa experiencia tres representantes de esa difusa etnia: un ecuatoriano, una española y este cubano lamentable. En medio de la desesperación de mi amigo le dije que no tenía problemas con asistir al panel. Ya me encargaría, en cuanto me cedieran el micrófono, de cuestionarme el sentido de todo aquello.
Sin embargo, las ya arduas negociaciones no se detuvieron allí. De repente a la organizadora del evento le pareció más relevante que en lugar de compartir nuestra experiencia con el público tomáramos como centro de la discusión el escándalo literario del momento: la novela American Dirt. Así debatiríamos si la autora de la novela, Jeanine Cummins, con apenas un 25% de ADN boricua, tenía derecho o no a escribir la ficción de una mexicana que se ve forzada a huir a los Estados Unidos con su hijo de ocho años perseguida por narcotraficantes. A mi amigo le pareció demasiado pasar de invitarme a presentar mi novela a tener que discutir sobre una que ni siquiera habíamos leído. Nuestra presencia en aquel festival parecía no encontrar mejor justificación que debatir cual sería el porcentaje de ADN hispano necesario para que un escritor se sintiera autorizado a alumbrar hispanos de ficción. Por lo visto a la organizadora mi novela resultaba demasiado hispana para su gusto pero en cambio le parecía atractivo cuestionar la hispanidad de la otra.
Mi amigo, un tipo milimétricamente zen en sus interacciones profesionales, le hizo saber con su delicadeza acostumbrada a la organizadora del festival lo insensata que le parecía su propuesta. Tamaña insubordinación llevó a la organizadora a pedirle a mi amigo que abandonara la moderación del anunciado panel lo cual me dio un magnífico pretexto para renunciar a un panel en el que me sentía incómodo sin siquiera haberme sentado allí.
Y nada, que aquel panel por el que tantos megabytes se habían trasegado en forma de emails terminó siendo una de las tantas víctimas colaterales de la pandemia en la que todavía nos movemos. Y no volvería a recordar el asunto si ahora no se me ocurriera pensar en lo indignada que debe andar la organizadora del festival con el racismo de este país. Y en efecto: apenas me asomo a la página aparece un fondo negro sobre el que unas letras blancas anuncian lo comprometidos que están en acabar con el racismo sistémico que existe en Estados Unidos.
Con la convicción con que lo dicen ¿Cómo no creerles?
Si este relato hubiera sido un invento, una ficción, no hubiera sido tan perfecto ni tan aplastante. A veces nadie puede superar la realidad. Por eso mi desprecio, que afortunadamente parece inagotable porque hay tanto que lo merece, no para de brotar caudalosamente--y mientras mayores son las pretensiones y el exhibicionismo de "virtud," mayor es mi desprecio, por no decir mi asco. Lo triste es que tal gente aparentemente ignora su obvia y burda ridiculez y falta de credibilidad, por no hablar de respetabilidad.
ResponderEliminarEsto me recuerda el relato de un incidente presenciado por el escritor Juann Abreu entre su amigo Reinaldo Arenas y la dizque tolerante, comprensiva, diversa e inclusiva academia americana. Recomiendo su lectura, la cual es breve y no tiene desperdicio:
ResponderEliminarhttps://www.emanaciones.com/3720
Bueno, y qué dicen del tal "Hache" o H. G. "Carrillo," un americano negro de Michigan sin una gota de sangre hispana (su verdadero nombre era Herman G. Carroll), que se inventó una identidad de exiliado cubano, publicó una novela y después varios cuentos como tal, y trabajó por años en una universidad como escritor "Latinx," engañando a medio mundo hasta que, tras su reciente fallecimiento por coronavirus, su hermana y sobrina lo sacaron de ese closet? Por lo menos la cuarto boricua era algo "latina."
ResponderEliminarY por cierto, al totalmente fake "Carrillo," que no le había dicho la verdad ni al hombre con que se había casado, le sacaron una esquela correspondientemente falsa en el Washington Post que tuvo que ser "enmendada" al destaparse el pomo--y lo hicieron con suma delicadeza y hasta ternura, por razones que no creo sea necesario explicar.
ResponderEliminarRepito, si mis reservas de desprecio no fueran tan grandes, sencillamente no supiera que hacer ante tanta hipocresía, tanto farsante engolado y tanto bullshit.
Efectivamente, las cotas de ridiculez que estamos presenciando hoy en día (me viene a la mente Pelosi y sus secuaces rodilla en tierra con “bufanda africana”) son abrumadoras.
ResponderEliminarEso que cuentas tiene mucho de “ American Dirt” y pasa a cada rato. Mucho BLM pero mientras a ellos no les muevan el pedestal y te comas su discurso donde ellos son buenos y multiculturales. ¡Ay! Un abrazo.
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