A veces la literatura es la guerra por otros medios. Como la política o las cenas familiares. Como pasó con la novela Cecilia Valdés, la mulata que fue mito. Su autor, Cirilo Villaverde, se había mudado a Nueva York en 1848 porque en Cuba un tribunal español lo condenó a muerte y quizás pensó que el clima de la isla no era el más apropiado para su salud. Acá se unió al general venezolano Narciso López que conspiraba para liberar a Cuba del despótico poder español y entonces… bueno ya se vería.
Como Nueva York todavía no tenía ni estatua de la Libertad, ni puente de Brooklyn, ni teatros de Broadway y el único atractivo turístico era marcharse a Europa, Villaverde se dedicó a hacer patria: fue secretario de López cuando preparaba sus expediciones a Cuba, testigo de la creación de la bandera cubana y redactor de artículos explicando que antes de estar sometida a España era preferible que Cuba fuera de otro, lo que de paso lo convirtió en precursor del bolero.
Después de que los españoles ejecutaran a Narciso López —mientras el otro (Estados Unidos) no parecía dispuesto a arriesgarse para obtener Cuba—, Villaverde se inclinó por la independencia. No por mucho tiempo: en Filadelfia conoció a Emilia Casanova. Del intercambio de impresiones sobre su mutuamente admirado Narciso López pasarán a casarse el 8 de julio de 1855. A su primer hijo lo llamaron (¿adivinan?) Narciso.
Tras una amnistía regresan a vivir en Cuba en 1858 pero dos años después vuelven a Nueva York para siempre. O casi. Acá los sorprende la guerra de independencia cubana de 1868 que Cirilo recibe con entusiasmo y más artículos. Y colabora con Emilia en la organización de expediciones en apoyo a los insurrectos. Pero luego del fracaso del Virginius las cosas pintaban para los independentistas color Titanic tras el encuentro con el iceberg.
Así fue. Como pasó con el Titanic, al principio no se notó mucho. Los mambises creyeron que podían seguir dando machete como aquellos músicos que pulsaban sus instrumentos durante el hundimiento del Titanic. Hasta que empezaron a preguntarse si tenía sentido seguir. Justo entonces Villaverde regresó al manuscrito de una novela que comenzara cuarenta años antes sobre los amores imposibles entre la mulata Cecilia y el señoritingo blanco Leonardo. Imposibles no porque se abstuvieran de meterse mano sino porque (aunque no lo sabían) eran medio hermanos: al padre de Leonardo, Don Cándido Gamboa, ser esclavista y racista militante no le había impedido aparearse con negras esclavas y, como subproducto de su intercambio cultural, engendrar a la bella Cecilia.
¿Y qué tienen que ver los amores interraciales de dos medios hermanos con la guerra que se acababa? Pues que Cirilo tenía una memoria de elefante y reprodujo La Habana de medio siglo antes con tal precisión que se siente la presencia del último de los tornillos de las calesas en las que los cocheros esclavos paseaban a sus dueños. Y como la guerra de independencia era una batalla contra la realidad colonial Cirilo supondría que reproducir una realidad tan fea con tanto detalle era una forma de combatirla.
Quien fuera comentarista de modas, cronista campestre, conspirador fallido, preso, fugitivo, periodista comprometido, organizador de expediciones y diseñador de patrias llegó, tras décadas de exilio, a publicar en 1882 en su imprenta “El Espejo” de la calle Cedar la novela que lo consagraría como el mayor novelista cubano del siglo. Ya podía morir tranquilo, pero como tampoco tenía apuro esperó más de una década para hacerlo. Y el que había pasado su vida en el exilio regresó cadáver a su patria, para lo mismo que aquel que pedía que si moría en Madrid lo enterraran en Barcelona y viceversa.
Para seguir dando guerra.
*Aparecido originalmente en Nuestra Voz
Sobra decir que si un escritor cubano exiliado y anticastrista escribe y publica en el extranjero lo que resulta ser la novela de su siglo, tanto los castristas en Cuba como sus todavía abundantes aliados a nivel internacional (o sea, la izquierda) intentarían ningunearlo e invalidar su autenticidad. En otras palabras, si quieres la corona de laurel, tienes que ser un camaján calculador como el Padura (o peor), si no, pues no cuentas. Y repito, no hablo solamente de los castristas oficiales en la isla.
ResponderEliminarY por supuesto, si lo que uno tiene disponible como arma es su pluma o su palabra, pues a usarla como tal, que todo lo que se pueda utilizar contra el mal se debe aprovechar.
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