Anexionista. Esa es
la acusación lanzada contra el artista cubano Luis Manuel Otero Alcántara por superformance “Se USA”. “Se USA” consistió en repartir banderas norteamericanas
entre muchachos del humilde barrio de San Isidro en La Habana para que
corrieran con ellas en una suerte de competencia festiva. El performance
evocaba la protesta que el opositor Daniel Llorente ejecutó el primero de mayode 2017 corriendo frente a la tribuna de la Plaza de la Revolución con una
bandera norteamericana en los momentos en que se iniciaba el desfile oficial. Si Llorente fue derribado, golpeado y detenido apenas unos cuantos
metros después de iniciar su carrera por las fuerzas de seguridad (aunque vestidas
de civil) el performance “Se USA” llegó a extenderse unos cinco minutos
antes de que aparecieran carros de la Policía Nacional Revolucionaria a detener
a sus participantes. Todo un récord: dejo decidir al lector si de eficacia policial
o paciencia represiva. Y, en cuanto a los residentes en la isla, es lícito
concluir que en caso de robo o asalto a mano armada es mucho más eficaz hacer
ondear una bandera norteamericana que llamar a la policía directamente.
Anexionista. Una acusación que alcanzó su vigencia máxima en la Cuba de mediados del siglo
XIX. Días en que los estados sureños y norteños de los Estados Unidos pugnaban
en torno a la cuestión de la esclavitud y los primeros buscaban nuevos
territorios con los que reforzar su causa. Fue entonces que un
grupo de cubanos y norteamericanos quiso aprovechar el interés de los
sureños por adquirir territorios en los que la esclavitud fuera legal para, con
el apoyo de estos, separarse de España y unirse a los Estados Unidos. Eso
explica cada detalle del diseño de la bandera cubana, creada por el general
venezolano Narciso López en Nueva York: tanto los tres colores con que está
compuesta (los mismos de la enseña norteamericana), las tres franjas azules
simbolizando los tres departamentos en los que se dividía por entonces la isla (remedando
las trece franjas rojas de la norteamericana que simbolizaban las trece colonias
originales) y la estrella solitaria, destinada a unirse en un futuro a la
constelación de la enseña norteamericana como antes había ocurrido con efímera
la República de Texas. Tras el fracaso de las expediciones del general López
primero y, luego, de la guerra civil norteamericana que pusiera fin a la
esclavitud el anexionismo dejó de ser asunto serio. Fue, si acaso, el amor no
correspondido de ciertos cubanos en el siglo XIX hacia un vecino interesado en
relaciones cercanas, pero sin exagerar. Un equivalente al “te quiero, pero como
amigo” de las relaciones adolescentes. Ni siquiera durante las dos
intervenciones militares (la de 1898 a 1902 y la de 1906 al 1909) a los que los
Estados Unidos sometieron a la isla estos cedieron a la tentación de hacerla parte integral de su territorio.
Que la acusación de anexionista aparezca obsesivamente en boca del régimen
cubano para calumniar a todo el que se le oponga no demuestra
más que su persistente anacronismo. Igual le valdría hacerles un juicio
inquisitorial por brujería y entendimientos con el maligno. El supuesto anexionismo
se correspondería así con el núcleo de la propaganda oficial: aquellos que se le
oponen no pretenden democratizar el país sino entregarlo al apetito insaciable
del vecino. No se explica entonces por qué hace apenas tres años el entonces presidente cubano agasajó
al entonces presidente norteamericano de visita en la isla. Ni por qué se fotografió con este usando como
fondo la misma bandera que en el barrio de San Isidro ha servido de cuerpo del
delito.
Con la acusación de anexionismo el régimen cubano asume que el performance “Se USA” es en realidad un ritual mágico para provocar que el ejército
norteamericano invada la isla para que, a resultas de la invasión, Cuba
termine siendo el estado 51 de la Unión. O sea, nos invita a retrotraernos a
1850, la época en que la anexión era una posibilidad real y buena parte de los negros cubanos,
esclavos. Cualquier cosa con tal de escamotear lo evidente: esto es, que
si lo que el artista trataba de demostrar en plena Bienal de La Habana que Cuba
sigue siendo un Estado policial, represivo casi hasta la perfección, -al punto
de tratar un simple juego callejero con banderas como si fuera una invasión
extranjera- lo ha demostrado con creces. Y en este sentido la contribución del
régimen cubano en el performance de Otero Alcántara ha resultado inapreciable.
Y los participantes extranjeros en la Bienal? Y el resto del mundo, aunque se entere del asunto con todo detalle? Bien, gracias, como siempre.
ResponderEliminarExcelente.
ResponderEliminar