Almudena Grandes hace en su columna habitual una exhibición de sinsentidos a propósito de Maduro, el último gran reto retórico para la izquierda universal. Se decide al fin por el sistema de defensa de los pulpos. Lanzar un chorro de tinta a ver consigue confundir al lector. A continuación les presento el texto comentado:
No hace tanto tiempo, unos pocos intelectuales españoles intentaron implantar la idea de que el franquismo no había sido una dictadura, sino un régimen autoritario, sin más. El intento por fortuna fracasó, pero les recuerdo ahora, mientras los líderes a quienes seguramente apoyan llaman tirano a Nicolás Maduro [¿qué le pasó al resto de la oración? ¿qué trata de recordarnos la autora?]. Personalmente, hace bastantes años que no veo el momento de que Maduro abandone el poder y, en consecuencia, los argumentarios de la derecha española, que usa el régimen venezolano como algodón mágico para limpiar cualquier mancha [es obvio que más que Maduro, lo que le molesta a la Grandes son los argumentos en contra de este]. Personalmente, no siento la menor simpatía por él, [cuando lo original y meritorio sería tenérsela] pero no me parece tan sencillo calificarle como tirano [¿cómo? con lo fácil que resulta]. Creo que si ejerciera una tiranía clásica, una sanguinaria dictadura del siglo XX, [al menos es defensora del clasicismo] como la que mantuvo a Francisco Franco [¿Franco sí Maduro no?] en el poder durante cuatro décadas, resultaría más fácil derrocarle [igual de fácil que a Franco, supongo]. Pero Guaidó vive en su casa, convoca manifestaciones multitudinarias, habla ante las cámaras de todo el mundo, y lo va a seguir haciendo [y Leopoldo López todos los días saca a pasear al perro]. Maduro no cometerá el error de detenerle, porque sabe que eso sería su fin [porque entonces hasta a la Grandes le sería fácil llamarle "tirano"]. No hay que descartar, por tanto, que pese al reconocimiento de Guaidó por parte de la comunidad internacional, la situación pueda llegar a enquistarse y alargarse indefinidamente. Los españoles sabemos de sobra que las simpatías internacionales, los bloqueos diplomáticos, las declaraciones de la ONU, no derrocan dictadores, y mucho menos regímenes autoritarios de difícil clasificación [lo anterior tiene algo de sentido y es por tanto totalmente incoherente con el resto del artículo]. A nosotros no nos libraron del nuestro, y eso que ni siquiera quienes lo protegían en secreto negaban en público que fuera un dictador [imagínese este que lo defiende en público quien reconoce que no le tiene simpatía]. La única incógnita a despejar en Venezuela es si Trump se atreverá o no a asumir una intervención militar [que le permitirá a la Grandes sacar su ajuar de guerrera antimperialista]. Todo lo demás son solo palabras [todo menos lo anterior, claro].
No entiendo esta obsesión con Franco. Ok, fue dictador o gobernante autoritario, pero 40 años atrás España pasó a ser un país democrático en una transición pacífica y ejemplar. Ahora todo gira alrededor de Franco como si el desbarajuste actual del presupuesto nacional, los independentismos vasco y catalán, la inmigración ilegal, la corrupción de la clase política, etc. fuesen peccata minuta. Que tengan paciencia, que pichones de Maduro no escasean entre los políticos epañoles. Saludos.
ResponderEliminarEs que ya este tipo de cosa aburre y apesta, aunque sus practicantes no se den cuenta. Todos son como altoparlantes que transmiten mensajes grabados hechos por encargo. Bah.
ResponderEliminarEchan mano a Franco para creerse que lo que ellos pasaron fue “lo peor”. Nada nuevo… siempre recuerdo cuando Alexander Solzhenitsin visitó España y los puso a todos en su lugar referente a lo que es una “dictadura” y ante sus declaraciones unos cuantos furiosos periodistas españoles le desearon que mejor se hubiera podrido en el gulag soviético.
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