lunes, 30 de abril de 2018

Rodolfo de Lagardere, el sueño de una Cuba mulata y española*

Por Jorge Ignacio Domínguez

Se cuenta que Eugenio Surín, uno de los líderes del Partido Independiente de Color, en una ocasión “se interrumpió en medio de uno de sus discursos incendiarios, para decir que no podía continuar en el uso de la palabra, porque el cuello de la camisa, por ser blanco, le asfixiaba”1.
La anécdota la cuentan sus enemigos, los periodistas Rafael Conte y José M. Capmany, en su libro Guerra de razas (Negros contra Blancos en Cuba).
Y cuentan también Conte y Capmany que el líder de los Independientes de Color Evaristo Estenoz, en un discurso en Guantánamo, en los días que precedieron a la Guerra de 1912, dijo que “después del triunfo del Partido Independiente de Color, los mulatos, que hasta el presente habían sido producto del cruzamiento del blanco y la negra, nacerían de la unión del negro con la blanca”2.
Con esas citas, los autores llevan la intención de descalificar a Surín y Estenoz, sin preguntarse por las razones de la asfixia ni por el origen más común de los mulatos durante los cuatro siglos, o la violencia y el abuso que ese origen supone.
Sabemos, por supuesto, quién escribe la historia, y Estenoz profesó una larga amistad con la derrota: había estado preso durante la primera intervención norteamericana, se había levantado en armas contra la reelección de Estrada Palma en 1906, y fue el líder de los Independientes de Color en la Guerra de 1912, que terminaría con su muerte y la de miles de cubanos negros.
Había sido, por tanto, testigo de excepción del cumplimiento de los tres destinos infaustos que profetizaron quienes se oponían a la independencia, y no solo ellos: el peligro de la dominación americana, la supuesta incapacidad de los cubanos para el autogobierno, y la amenaza de una guerra de razas en una Cuba independiente.
Rodolfo de Lagardere
Desde el Pacto del Zanjón hasta el Maine, esos tres mitos malditos habían imantado el discurso de integristas y autonomistas. Uno de sus más curiosos expositores es hoy una figura olvidada: Rodolfo de Lagardere. Se le recuerda poco, y cuando se lo menciona es usualmente para vituperarlo.
La condena es expedita y las razones irrebatibles. Lagardere era un mulato nacido en Barcelona, integrista a ultranza, católico ultramontano y enemigo de Darwin y del naturalismo, tanto en filosofía como en literatura. ¿Valdría la pena acaso detenerse en su figura?
Casi todo lo que sabemos de su biografía fue escrito por un adversario. Los detalles de su origen se pueden hallar en un libro implacable escrito por Martín Morúa Delgado y publicado en Nueva York en 1882: Dos apuntes: Biografía de dos langostas que parecen hombres3.
Es un retrato mordaz y devastador, como el mismo título anuncia. Morúa acusa a Lagardere de ser un agente pagado por el gobierno español para promover la causa del integrismo entre la población negra de Cuba; de ser mal amigo, cobarde, informante de la policía, ladrón, ampuloso y ridículo. Sobre los rasgos de su carácter sería difícil pronunciarse sin pruebas. Su prosa, sin embargo, justifica las acusaciones de ridiculez y ampulosidad.
En su libro, Morúa explica que el abuelo de Lagardere, Pedro Blanco, era un traficante de esclavos catalán establecido en La Habana que, por intereses “comerciales”, se había casado con la hija del rey africano al que le compraba los prisioneros que traía a América como esclavos. De esa unión nació Rosa, la madre de Lagardere. Educada en Francia, Rosa hablaba el español con dificultad. Quizás el primer idioma de Lagardere haya sido el francés. Su verdadero nombre era Rodolfo Fernández-Trava.
Según Morúa, él y Lagardere habían sido amigos. En los años inmediatamente posteriores a la Guerra de los Diez Años, bajo el seudónimo de El Mandinga, Lagardere se había convertido en un columnista muy popular, especialmente entre la población negra de la Isla. En esa época, Morúa había sido uno de sus admiradores. Y Lagardere lo había guiado y ayudado en sus primeros pasos en el mundillo literario de la Cuba de entreguerras. Según el libro de Morúa, en un debate periodístico, Lagardere le recordó esa admiración antigua y aquellos favores. Morúa acepta en su libro la exactitud de esos detalles, pero es evidente que el recordatorio no aminoró su enemistad.
Cuba no es Venecia: contra la autonomía
Y sin embargo, no todo es integrismo y ampulosidad en Lagardere. En 1887, publica un folleto con el curioso título de La cuestión social de Cuba: Cuba no es Venecia. Es una denuncia contra los autonomistas, contra la idea misma de la autonomía de Cuba. Entre sus razones menciona algunas que no son las que normalmente identificamos con el integrismos español: la igualdad racial y lo que hoy llamaríamos “la multiculturalidad” de la nación. Para Lagardere, cuanta mayor autonomía tuviese la Isla, menos espacio y menos dignidad habría en ella para los cubanos negros:
“…la autonomía jamás marchará hacia el magnífico ideal de la abolición de razas, la abolición de castas. Antes al contrario, perpetuará la libertad mutilada, el derecho de libertad abolido por el derecho del color. […] en ese gobierno serían imposible los procedimientos verdaderamente democráticos y los antiguos esclavos se convertirían en eternos menores4.
Su segunda razón esencial contra el autonomismo es, según él, su inviabilidad. Lagardere comenta que los autonomistas, necesariamente, terminarán siendo partidarios de una guerra de independencia o de la anexión: “La historia dirá en su día, hasta qué punto me he equivocado; pero yo declaro, en honor de los autonomistas, que por todas partes se echarán en brazos de la guerra social o del extranjero, POR HUIR DE MADRID y no hacer abdicaciones que ellos creen vergonzosas, porque no nacerían de sus corazones”5.
Para Lagardere “Cuba no es Venecia” porque sus vínculos con España son mucho más poderosos que los que Venecia podría tener en esa época con el imperio de los Hapsburgos o los Bonaparte. Y, por otro lado, apunta Lagardere, España es ya un abanico de etnias y culturas en el que los cubanos de cualquier color u origen cabrían naturalmente:
Grandes diferencias de raza, de intereses, de costumbres, de dialectos, de clima y hasta de historia, separan una de otras a las provincias de la madre patria. Estudiad el carácter del andaluz y encontraréis un español distinto al catalán […] Tratad al aragonés y no dudareis en llamar extranjero al navarro. Y sin embargo, la Patria España concierta estas antítesis de la naturaleza y de la historia, del carácter y de la tradición.6
En esa patria ecuménica, piensa Lagardere, ¿por qué no iban a caber los descendientes de españoles y africanos que pueblan la isla de Cuba? [Uno se pregunta que diría un Carles Puigdemont de semejante idea, por supuesto.] Lo que hace a Lagardere una rara avis son las peculiares razones de su crítica contra el autonomismo y el separatismo. Su condición de mulato, nieto de traficante de esclavos y princesa africana, nacido en España y residente en Cuba, lo pone en el centro de todas las encrucijadas del final de la colonia, y le da una perspectiva propia.
Así como sostiene que gallegos y catalanes son españoles por igual, asume que negar a los españoles su lugar en la Isla es tan imposible como excluir de su fuero a los africanos traídos como esclavos o a sus descendientes: “Aquí y en Puerto Rico, no se es descendiente sino de los españoles europeos o de los negros africanos. […] Aquí y en Puerto Rico, nadie puede llamar forastero al español europeo, ni al moreno de nación”.7 
Blancos y negros: contra el racismo
Al año siguiente, en agosto de 1888, el Dr. Benjamín de Céspedes publica su libro La prostitución en la ciudad de La Habana. Lagardere tenía ante sí a su adversario ideal. De Céspedes, médico de familia acaudalada, había estudiado en Francia y España, era separatista, profesaba un criollismo ingenuo y extremista, y en sus ratos libres era presidente de la Liga Anticlerical de la Isla de Cuba. Fue colaborador de La Habana Elegante y otras revistas literarias habaneras. Predicaba también, como lo demuestra en su libro, el racismo más extremo y abominable que se pueda hallar quizá en la historia impresa de Cuba.
El libro de De Céspedes fue prologado elogiosamente por Enrique José Varona. En ese prólogo, nuestro “insigne filósofo y pedagogo” se refiere a los cubanos de origen asiático como chinos decrépitos en el vicio” y a los venidos de África como “piaras de ganado negro”. Vale la pena recordar que siete años después, Varona sucedería a José Martí como director del periódico Patria.
Sin citar profusamente su libro es difícil hacerse una idea exacta de la intensidad del racismo de Benjamín de  Céspedes; ni aquilatar con justicia la crítica de Lagardere. Por ejemplo, De Céspedes afirma:
Una fatalidad antiquísima, verdadera desgracia moral heredada, corroe la infeliz raza de color, explotada ayer como servil instrumento de trabajo, y hoy como carne de lujuria. Pero esa raza impenitente, después de diez años de redención, es hoy más esclava que nunca, de su indolencia, sus vicios y depravaciones. Si al menos como el estiércol aislado, ella se destruyera sin contagios, en su podredumbre; pero no, su contacto íntimo inficiona [sic] todo cuanto toca; la raza de nuestras desgracias, habrá de servir de vehículo también de nuestras miserias.
[…]
En el organismo linfático de la sociedad cubana, el abceso [sic] supurante de la prostitución radica en las costumbres de la raza de color [...] las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones.9
Es difícil no leer esos calificativos —estiércol, podredumbre, contagio, infección, absceso— y no pensar en las expresiones del racismo genocida que hemos conocido en el siglo XX.
Para Lagardere, De Céspedes es el ejemplo exacto de todos los males que él ha combatido. De Céspedes es anticlerical, darwiniano y separatista. Y para Lagardere los tres se complementan. El darwinismo supone la negación de Dios y el racismo, el rechazo a la Iglesia Católica lleva al rechazo de la herencia española, al separatismo. Para Lagardere el resultado de esta mezcla será una Cuba independiente, irreligiosa y racista.
En 1889, Lagardere responde a De Céspedes con un folleto de 50 páginas que titula Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», del Dr. Céspedes. 
 […] ¿qué cargos, qué serios cargos no podría hacer yo a la raza a que no dudo pertenezca el Dr. Céspedes, empeñado en encerrar la personalidad del negro en el ataúd de plomo de las genealogías y del privilegio del color, y empeñado en desdeñar de la manera más injuriosa, al tenido por él, inferior a los brutos, a las aves y a los peces? ¿No temerá el Dr. Céspedes el juicio, impregnado con lágrimas de los que mañana escriban y dirijan su ojo perscrutador [sic] sobre esa democracia criolla-blanca-sin igualdad, democracia que ha destinado a los negros como los caballos padres en las yeguadas, que ha relegado a ser meros comparsas, sin voz ni voto […] y ha mantenido a los ayer esclavos en la más crasa ignorancia por medio de grandes cábalas políticas, de tremendos engaños y de sofísticas mentiras? ¿No temerán esos blancos que comulgan en los mismos altares que comulga el Dr. Céspedes […] no temerán el fallo de la historia por haber perpetuado a los negros, mucho tiempo y por razones de conveniencia, en instituciones como la Esclavitud [sic], opuestas a su naturaleza y a su voluntad? 10
Aunque la mayoría de las invectivas de De Céspedes van contra la raza negra, su lista de “excluibles” y despreciables es mucho larga. Su libro de 200 páginas es un concilio ecuménico de odios numerosos. Lagardere se concentra en la defensa de la raza negra, pero también responde a sus diatribas contra de los chinos, las mujeres, los peninsulares y las prostitutas.
Su breve libro es también un ajuste de cuentas con el racismo cubano del siglo XIX. De José Antonio Saco dice que “murió de espanto, de miedo a los negros, ¡los pobres negros!”11.
La base de su oposición al racismo darwinista de De Céspedes es la doctrina cristiana y lo que él llama “la unidad adámica”. Para Lagardere, más allá incluso de la ética, el racismo es un sinsentido porque todos somos hijos de Adán. “Dios hizo que todo el humano linaje saliera de un solo hombre”, dice citando a San Pablo. Y la prueba de ello es la muerte de Cristo, por todos, en el Calvario. “La inteligencia no es blanca, no es negra, ni tiene colores. Jesús murió […] por los americanos y los asiáticos, los africanos y los europeos, murió por todos los hijos de Adán, por todos los hombres”.12
Otra diferencia irreconciliable entre De Céspedes y Lagardere —y quizás la más significativa para el futuro de aquella Isla en la encrucijada— es la idea que ambos tienen de la mezcla de razas. Para De Céspedes “las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones. De esta mancomunidad viciosa de las razas, brotará el tipo mestizo: la mulata”.13
Para Lagardere, por el contrario, “las razas más enérgicas que han aparecido sobre la tierra han sido producidas por la mezcla de elementos opuestos, por ejemplo, la mezcla del blanco con la mujer negra; elementos que dan por resultado el poderoso mundo mulato de extraordinario vigor, y capaz por sí solo de regenerar a las razas enfermizas que aquí en América languidecen, se debilitan, se extinguen y sucumben bajo el peso de la falsa bandera de los Estados Unidos”.14

Marinos y pequeñeces, contra la anexión

En 1901, Lagardere publica Marinos y pequeñeces. El mundo que defendía en sus obras anteriores había terminado con la intervención de Estados Unidos en la Guerra del 95 y el fin del dominio español. Benjamín de Céspedes para esa época estaba establecido en Costa Rica. Varona, que había nadado en ambas direcciones entre las dos aguas del autonomismo y el independentismo, era entonces funcionario del gobierno interventor norteamericano… aunque más tarde sería antiimperialista radical.
Morúa Delgado, autonomista también ayer antes de abrazar la causa de la independencia, había regresado a Cuba para participar en la Convención y oponerse a la mención de Dios en el primer artículo de la Constitución.
Lagardere es el único que parece no haber cambiado mucho. Sigue preocupado —ahora mucho más— por el destino de su Cuba española. En su libro se opone a la Enmienda Platt, a la que ve como el preludio de la anexión. Al contrario de Varona, elige ser antiimperialista a la hora en que es menos conveniente.
Los americanos, demasiado astutos, tenían necesidad de violentarlo todo, de atropellarlo todo, no en nombre de los derechos de la humanidad, que en ellos es una palabrería, sino en nombre de los altos intereses de la política. No querían tener inseguridad en su destino. Desaparecida España de América, lo demás vendrá por añadidura, y ha venido por desgracia.15
Y por supuesto, continúa a la defensa de la igualdad racial, a contrapelo de la ciencia al uso, una igualdad que él ve fundada en el cristianismo: “Las razas no son más que las diversas manifestaciones de la especie. La Ciencia concluirá por armonizarse con el Evangelio”.16
Para oponerse a la dominación americana, denuncia a “los majaderos que quieren injertar en las gargantas cubanas, voces inglesas”. Dice: “ni Gualberto Gómez, ni Sanguily, ni Giberga, ni González Llorente, renegarán nunca de la lengua castellana; pues renegar de la lengua de Cervantes, sería renegar a la patria cubana, al espíritu latino”.17
En la lengua española ve ya la posibilidad de reconciliación entre Cuba y España cuando habla de esa “lengua sublime, esa imponderable  y sonora lengua castellana, en la cual relatan los cubanos las glorias militares de un Maceo y los españoles relatamos los melancólicos pero gloriosos desastres de un Cervera”.18
Marinos y pequeñeces es, sobre todo, un lamento por la derrota de España ante Estados Unidos y el fin del Imperio Español, que para Lagardere significó el fin de su mundo personal. Si denuncia a los americanos por la intervención, y a los cubanos por adoptar el spanglish, también denuncia a los peninsulares, o a cierta tendencia dentro de la sociedad española, por haber provocado la catástrofe. El tono es melancólico, quijotesco y reaccionario, todo a la vez y todo en extremo:
“Los caballeros católicos del siglo XVI, hicieron de España la reina de las naciones. ¿Qué han hecho de España los partidarios del himno de Riego y de la electricidad? ¿Qué han hecho de España los utopistas que hacen novelas en el orden especulativo y tienen poder bastante para fascinar á las muchedumbres? Que respondan esas dos vergüenzas: Cavite primero, Santiago de Cuba después. Que respondan nuestras escuadras sumergidas en el fondo del Océano, nuestros soldados evacuando de la Habana”.19
Su conclusión es filosófica, pero igualmente desoladora: “Al costoso precio de nuestra ruina, hemos pagado las lecciones de Kant”20.
Resumen de la sesión de Cortes del Congreso de Diputados español del 23 de noviembre de 1881 donde en el punto 14 aparece la petición Rodolfo Fernández de Trava, más conocido como Rodolfo de Lagardere, de que se declare la abolición completa de la esclavitud en la isla de Cuba 
La historia de su olvido
Es difícil rastrear su nombre en los archivos (o al menos en Google Books) después de ese libro. Su nombre, como su mundo, desparece con la escuadra de Cervera. Tras rechazar la electricidad, su nombre queda en la sombra.
Pero perduran, testarudas, sus preguntas y sus obsesiones. Son el desmentido constante de la dicotomía falsa en que hemos parcelado nuestro siglo XIX, y que nos hace ver dos bandos donde hubo un abanico de sueños; y que nos hace identificar, con peligroso infantilismo, a uno de esos bandos como portador de todo lo que hoy nos parece deleznable, y al otro como dueño de las ideas que están de moda esta primavera.
Quienes hablan de “estar del lado equivocado de la historia” nunca se preguntan si la historia misma está siempre del lado correcto. En la mayor parte de las ocasiones, la historia no tiene ningún lado bueno, y uno sólo puede aspirar a ponerse del lado de la verdad y el bien, en la medida en que cada cual sea capaz de hacerlo.
Rodolfo de Lagardere estuvo siempre “del lado equivocado de la historia”. ¿Cómo se podía explicar que la España cristiana que él defendía hubiese practicado la esclavitud por cuatro siglos en América? ¿No negaba ese simple dato todas sus tesis? Y sin embargo, en su defensa de la raza negra, y de la igualdad de todas las razas, y en los peligros que anunció para el futuro de la Isla, y en su denuncia del racismo que muchos separatistas profesaban, fue más lúcido que sus críticos.
Ninguno de ellos fue más implacable que Martín Morúa Delgado. Sería Morúa Delgado —sin duda para escándalo de Lagardere— quien se opondría a la mención de Dios en la Constituyente que sesionaba en el Teatro Martí en los mismos días en que Lagardere escribía en su casa, por cuenta propia, Marinos y pequeñeces.
Una década más tarde, presentaría Morúa ante el Senado la enmienda al Artículo 17 de la ley electoral que llevaría su nombre, y que en la práctica ilegalizó el Partido Independiente de Color. Aprobada tras su muerte, la enmienda provocaría al cabo la Guerra de 1912 y la masacre de miles de miembros del Partido Independiente de Color, y el asesinato de su líder, Evaristo Estenoz, aquel mulato, hijo de hombre blanco y mujer negra —como Morúa, como Lagardere— que soñó con invertir la fórmula de la fusión de razas en Cuba; esa fusión que espantaba a Saco y a Benjamín de Céspedes, y que Rodolfo Lagardere presintió que era nuestra única redención.

*Discurso pronunciado el sábado 28 de abril de 2018 en el acto de investidura como miembro de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.


Bibliografía
1. “Conte, Rafael, y José M. Capmany. Guerra de razas (Negros contra Blancos en Cuba), página 20. Imprenta MILITAR de Antonio Perez. La Habana, 1912. Conte y Capmany atribuyen a frase a “Eugenio” Surín. Podría tratarse de un error, pues ese nombre no aparece usualmente mencionado entre los líderes del PIC,  sino el de “Gregorio Surín”.
2. Ibídem, página 19.
3.   Morúa Delgado, Martín. Dos apuntes: Biografía de dos langostas que parecen hombres, Imprenta de Hallet y Breen, Nueva York, 1882
4.   Lagardere, Rodolfo de. La cuestión social de Cuba: Cuba no es Venecia, pág. 29. Tipografía "La Universal", La Habana, 1887
5.   Ibídem, página 20.
6.   Ibídem, página 41.
7.   Ibídem, página 45.
8.   Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana, Establecimiento Tipográfico O’Reilly Número 9. La Habana, 1888
9.     Ibídempágs. 170-171.
10. Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», del Dr. Céspedes, pág. 5. Imprenta “La Universal”. La Habana, 1889
11. Ibídem, página 21.
12. Ibídem, página 12.
13.  Céspedes, Benjamín de. La prostitución en la ciudad de La Habana, pág. 170
14. Blancos y negros, refutación al libro «La prostitución», del Dr. Céspedes, pág. 19.
15. Lagardere, Rodolfo de. Marinos y Pequeñeces, pág. 22. Imprenta y Librería “La Propagandista”, La Habana, 1901
16. Ibídem, página 69.
17. Ibídem, página 96.
18. Ibídem, página 12.
19. Ibídem, página 73.
20. Ibídem, página 73.

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