Reproducimos aquí el prólogo del libro El soviet caribeño. La otra historia de la Revolución Cubana que la editorial Penguin Random House acaba de publicar en su edición electrónica.
A manera de prólogo (sobre la historia de un gran engaño)
Dicho libro fue prologado por el escritor argentino Juan Bautista Yofre antiguo secretario de Inteligencia del Estado en su país. Es autor entre otros libros de Fue Cuba. La infiltración cubano-soviética que dio origen a la violencia subversiva en Latinoamérica.
Próximamente publicaremos en este mismo blog el primer capítulo de El soviet caribeño.
A manera de prólogo (sobre la historia de un gran engaño)
Por Juan Bautista Yofre
Hace poco menos de un lustro, cuando decidí escribir Fue Cuba como una forma de explicar a los lectores la desgracia argentina de los años 60 y 70, me sumergí en innumerables textos de autores muy reconocidos internacionalmente y con gran respaldo económico. Otros libros eran testimonios de diplomáticos sobre sus pasos por La Habana o simples observaciones sobre gestiones de personajes de la época pre y post dictadura de Fulgencio Batista Zaldívar. En la lista de libros observados tampoco faltaron los de varios que reflejaron un clima de época no del todo completo sobre la inevitabilidad de la llegada de Fidel Castro Ruz y el clandestino Partido Comunista al poder en Cuba (conocido como Partido Socialista Popular). También consulté los testimonios de algunos de los que acompañaron a Fidel Castro durante los días de la Sierra Maestra y más tarde, cuando vieron la luz de la verdad, lo abandonaron y fueron encarcelados por años o partieron al exilio. En escasas palabras, y sin ningún atisbo de vanidad, puedo decir que leí más de lo conveniente. Hasta de aquellos a los que considero cómplices de la tiranía castrista porque no contaron certeramente la verdad de la génesis del pensamiento de la revolución cubana, buscando un éxito editorial que en general nunca les faltó. Son los surfistas del progresismo, muchas veces acompañados por editoriales capitalistas. Fue cuando recordé a Eric Hobsbawn, que nos decía: “La historia tergiversada no es historia inofensiva. Es peligrosa”. A todos estos libros agregué los archivos secretos de la Inteligencia checoslovaca.
Fue en ese tiempo de gestación de mi libro sobre la responsabilidad cubana en la tragedia argentina (y latinoamericana) que comencé a prestar atención a detalles que venían del más allá, a miles de kilómetros de Buenos Aires, de Canadá, que me decían que en mi damero narrativo faltaban elementos informativos muy importantes y que, por lo general, nadie se atrevía a señalar y poner en su justo lugar. Observaciones que la Inteligencia estadounidense no tuvo en cuenta por simple estupidez o irresponsabilidad absoluta y que sí ilustraban el archivo de la Inteligencia checoslovaca en mi poder.
Esa voz que me venía de Canadá a través de relatos aislados —por el momento— sobre El soviet caribeño era la de César Reynel Aguilera, un joven médico y escritor cubano que nació cuando yo atravesaba los 17 años de mi existencia y faltaba un año (1964) para que una columna guerrillera entrara a la Argentina por el Norte para desafiar a los poderes constitucionales. La encabezaba un argentino amigo de Ernesto “Che” Guevara y contaba en su dotación con hombres forjados en la Sierra Maestra, algunos de los cuales llegarían a altos cargos en el gobierno cubano y el Partido Comunista de Cuba.
Con el paso de los días y las semanas, César Reynel Aguilera se convirtió en mi sherpa. Fue él quien me enseñó la importancia de personajes clave en la operación de apoderamiento comunista de la nación cubana, mientras muchos se distraían con los sones de Benny Moré. Al respecto, no faltó la ironía atribuida a Ernesto Guevara —y aceptada por Carlos Franqui— al decir que era “una revolución con pachanga”. Lastimosamente, cuando la pachanga —que es la expresión de la alegría— se apagó, Cuba cayó en la tristeza de la penumbra y llegaron los sonidos de las balalaikas.
Es de los pocos autores que pusieron su lupa sobre la personalidad y el trabajo en las sombras del polaco comunista Fabio Grobart en Cuba. Así se llega a saber que Fidel Castro Ruz ya era comunista antes de entrar en La Habana el 8 de enero de 1959. No lo digo yo, lo afirmó el propio Castro a los dos años de estar en el poder y tras haber ahogado en el silencio todo atisbo de oposición en Cuba. Fue el 22 de diciembre de 1961 cuando se sacó la máscara y declaró al diario Revolución: “Desde luego, si nosotros nos paramos en el pico Turquino cuando éramos ‘cuatro gatos’ y decimos: somos marxistas-leninistas, desde el pico Turquino, posiblemente no hubiéramos podido bajar al llano. Así que nosotros nos denominábamos de otra manera, no abordábamos ese tema...”.1
Acentúo el desafío-franqueza de Castro porque es bueno que se sepa que los funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, hasta ese momento, vivían en Babia: “No encontramos evidencia creíble que indicara que Castro tenía lazos con el Partido Comunista o, incluso, que sintiera mucha simpatía por ese partido”, dijo el secretario de Embajada en Cuba Wayne Smith años más tarde. Era el encargado de cerrar la embajada estadounidense en La Habana en 1960 y partió para asesorar a la Casa Blanca como especialista en cuestiones cubano-americanas y miembro del Buró de Inteligencia de Foggy Bottom. En los peores años de la década del 70, Smith fungió en Buenos Aires de consejero político de los embajadores John Davis Lodge y Robert Hill.
Todo el recorrido del relato de Reynel Aguilera es una revelación tras otra que él pudo tomar en su casa paterna (su padre fue un importante miembro del PSP) y del propio conocimiento de sus años de observación y estudio. Para aquellos que trabajan en la investigación periodística, su capítulo “El quinto mártir” es un espejo donde reflejarse.
No soy proclive a escribir prólogos, pero estimé necesario hacerlo en este caso por dos razones. La primera, porque el lector va a conocer de primera mano y con certezas absolutas cómo el comunismo se apoderó de Cuba ante la sorpresa generalizada de su sociedad. Luego, por una cuestión de reconocimiento —y agradecimiento—, porque sin César Reynel Aguilera no hubiera llegado a profundizar los pliegues de la gran estafa castrista que lleva más de medio siglo en el poder.
Con El soviet caribeño el lector habrá de sumergirse en un mundo secreto, impreciso, cargado de hipocresías y mentiras; un universo de miradas de hombres de buena fe que confiaron en el discurso público de Castro mientras se maceraba ya en el poder, a través de un gobierno en las sombras, la tragedia cubana que se pretendería, más tarde, llevar o exportar a toda América Latina. Es un libro necesario para comprender lo que sucedió en Cuba y lo que puede ocurrir cuando lo que se dice no es lo que se piensa.
Ah, los surfistas del progresismo (qué no progreso). Bueno, el oportunismo siempre se presta a sacarle lasca a cualquier cosa provechosa, sea lo que sea, y suele llevarse muy bien con la hijeputez. Al fin y al cabo, la moda imperante es algo MUY poderoso, porque la mayoría de la gente o la sigue o no se atreve oponerse a ella. Ahora, aunque el mundo en general se ha portado tan miserablemente mal con Cuba, eso nunca es igual que cuando lo hacen los mismos cubanos, lo cual es mucho peor. O sea, se puede detestar y maldecir al Fabio Grobart, por ejemplo, pero el tipo no tiene la culpa de que hubieran cubanos dispuestos a seguir las órdenes y servir los intereses de la URSS, y nada menos que la de Stalin, algo tan aberrante que fuera increíble si no hubiera sucedido.
ResponderEliminarEste comentario nada tiene que ver con el contenido del recién publicado libro de César Reynel Aguilera, el cual no he leído, se trata sobre el prologuista del mismo.
ResponderEliminarCuriosa selección ya que este señor, Juan Bautista Yofre, mientras era ministro del gobierno de Carlos Menem, orquestó el indulto de los Montoneros encarcelados, notoria pandilla que mató y secuestró a diestra y siniestra a políticos, policías y otros funcionarios públicos argentinos en la década del 70. Todo, claro está, fue justicia en nombre del pueblo revolucionario, y durante los años 70 y 80 muchos Montoneros fueron acogidos y albergados en la gloriosa Isla.
Varios años después de ser ministro, el Sr. Yofre siendo un civil más, fue acusado de organizar una red de espionaje al margen de la ley, interceptando miles de mensajes de correos electrónicos de funcionarios gubernamentales, los cuales vendió a terceros (Hillary Clinton y Facebook déjà vu). Para su fortuna y de los co-acusados, el proceso judicial terminó en sobreseimiento.
"La mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo", no pun intended.
Saludos
Miguel,
ResponderEliminarAchacarle a Yofre el 100% de la decisión de liberar a los montoneros es, cuando menos, un acto de indolencia intelectual. Esas decisiones fueron tomadas, como muchas otras, para mantener una paz social que en la Argentina siempre ha sido bien precaria (sobre todo después de la dictadura). Al mismo tiempo, pensar que un funcionario está de acuerdo con una orden, porque la acata, es vivir en un mundo de cuentos infantiles.
En cuanto a las escuchas, solo le digo que no sea usted ingenuo.
Llama la atención, por reveladora, la elección de sus palabras en la manida frase sobre El César, fíjese que escoge usted “la mujer” donde bien pudo haber escrito “el amigo”. ¿Proyección psicológica?
En fin, Miguel, me parece que está usted listo para escribir en el Granma. Ya aprendió a inventar una culpabilidad (montonero y escuchas) para después extenderla, por asociación, al verdadero blanco de su campañita de embarre (smear), que en este caso soy yo.
Lo siento, pero su comentario me recordó esa obsesión del castrismo por demostrar que los opositores que visitan Miami son terroristas porque en esa ciudad vive Posada Carriles (una persona que, por demás, nunca ha sido hallada culpable de terrorismo alguno en una corte imparcial).
Cesar, suave que ni Miguel es castrista ni esta armando campaña contra ti.
ResponderEliminarEnrisco, suave, que ni el mismo Castro era castrista. En Cuba nunca ha existido castrismo, en Cuba lo que siempre ha existido es cubanía.
ResponderEliminarCésar, no te ataqué personalmente y si ves proyecciones psicológicas donde no las hay, me perdonas la letra pero es un asunto tuyo y no mío. Fíjate que especifiqué que no había leído tu libro y que mi comentario se relacionaba en torno al Sr. Yofre, a quien tampoco denigré, simplemente traje a colación eventos en los cuales este señor ha sido eje central, circunstancias que no invento ni digo que sean verdaderas escritas sobre piedra, son lo que diversas fuentes (con sus dosis de verdades o mentiras inherentes) plasman sobre él.
ResponderEliminarY de paso, la obsesión del castrismo de catalogar como terroristas a los opositores que visitan Miami no se diferencia en nada a la de acusarme que estoy listo para escribir en el Granma por el mero hecho de dar mi opinión, e ilusamente esperar una respuesta relevante o aclaratoria, y no insultos, ... and we wonder why we, the Cuban exiles, don't get any love or sympathy from others.
Saludos y éxito con tu libro.
Miguel,
ResponderEliminarNo se ponga así hombre, que para demostrar sus tonterías están sus propias palabras. Usted no ha leído mi libro, pero sí sabe, al menos, que Yofre me acompaña en el prólogo, como la mujer de El César lo hacía con él, y que ese acompañamiento refleja en mí (según usted) tanto como el de la mujer de El César podría haberlo hecho en el emperador. Esa es la esencia de su tonto comentario. Si se hubiera usted limitado a desbarrar el chisme que encontró sobre Yofre en el Internet, sin vincularlo conmigo, yo no me habría dignado a responderle, o si lo hubiera hecho habría sido más por respeto a Enrique que por cualquier otra cosa. Mi respuesta, claro está, habría sido “vaya usted y pregúntele a Yofre”. Pero no contento con repetir acríticamente, lo que leyó en el Internet, decidió vincularlo, sabrá dios por qué, conmigo.
Ahora decide hacerse la víctima. Ahora pretende mostrarse ofendido por una respuesta, la mía, que yo suavicé por respeto a Enrique. Créame, Miguel, si yo quisiera ofenderlo ya lo habría hecho. Hasta ahora solo me he limitado a señalar sus tonterías. Si no quiere sentirse ofendido por ellas ya sabe lo que tiene que hacer: deje de tontear y ya está.
Y que viva la recombinación genética.
Gracias César, es una verdadera experiencia didáctica que nos muestren nuestros errores de una forma tan sabia. No debiste haber frenado el tono de tu lección por Enrique, yo también lo respeto y este intercambio, perdón, amonestación, no tiene que ver con él. Podemos sacar al cubano del mítin de repudio, pero no el mítin de repudio del cubano.
ResponderEliminarPero como los necios no aprendemos, intento aclarar la razón de mi curiosidad por el prólogo de Yofre. Me parece una especie de gravamen a tu libro que el mismo fuese prologado por una persona que se ha visto involucrada en los hechos ya mencionados. Opino, si me es permitido, que más adelante alguien más te hará este mismo señalamiento (hombre, y si sucede, lo cual honestamente no deseo, entonces será porque aparte de corresponsal en ciernes del Granma, tengo un sideline con la Inteligencia cubiche).
Y finalmente, un punto de concordancia, ¡qué viva la recombinación genética!
Saludos
¿Gravamen? ¿Un escritor con varios libros publicados sobre temas históricos? ¿Uno de los periodistas más conocidos de la Argentina? ¿Un intelectual que tuvo la decente deferencia de compartir conmigo, porque soy cubano, sus extensos archivos sobre Cuba? Si eso es carga, yo estoy dispuesto a convertirme en estibador. En cuanto a la pureza esperada, eso me preocupa bien poco, el que quiere ver manchas las encuentra hasta en el sol (aunque sea al precio de quedarse ciego). Ocúpese usted de sus manchas, Miguel, y déjeme las mías a mí, que bastante que las disfruto. La obsesión con las manchas convirtió al dálmata en sato y al leopardo en gato.
ResponderEliminarCésar, fair enough...
ResponderEliminarSaludos