Hace
días el escritor Ángel Santiesteban comentaba en un artículo el caso de un
escritor que “se
atreve a decir en la televisión nacional que el realismo socialista, tan dañino
al arte en Cuba, no fue impuesto por el Ministerio de Cultura”. Lo de menos es quién
lo diga (siempre encontrarán a alguien dispuesto a repetir esas sandeces). Lo
de más es la clara intención, primero del sistema, luego de sus repetidores en
todas partes del mundo de vendernos una historia diferente de la que ocurrió, de
la que en su momento celebraban como un logro del que estaban orgullosos y con el
que machacaron a generaciones de cubanos. Es Mariela Castro (ahí el nombre sí
importa porque lo veremos repetirse) intentando ocultar que la represión a los
homosexuales no fue un proceso sistemático destinado a “depurar” la nueva sociedad.
Es convertir el terror permanente sobre toda la sociedad en mero susto
quinquenal. Es Raúl Castro (otro nombre y otro apellido que veremos con
frecuencia) negando la existencia de presos políticos, de ejecuciones
extrajudiciales, de fusilamientos sistemáticos. Eso es lo de más. Como si no bastara
que te apolismen y te humillen sino que encima tengas que olvidarlo.
Pero
volvamos al tema del realismo socialista. No hace mucho tuve similar discusión con un teórico ruso especialista en literatura soviética, quien me negaba la
posibilidad de que en Cuba hubiera florecido el realismo socialista (es un
decir) cuando ya en la Unión Soviética
hacía un par de décadas que lo habían abandonado. Me decía él:
"La Revolución cubana ocurrió mucho después. Su cultura fue formada en los 60. Por supuesto que es el mismo tipo de cultura, es la cultura populista de las masas no educadas, pero aun así tiene un trasfondo completamente diferente al del realismo socialista ruso. Porque —por ejemplo— el realismo socialista en Rusia trata de simular o explotar la cultura folclorista y está basada en el cristianismo ortodoxo. Mientras que la cultura cubana está basada en la tradición católica"Lo que él veía (el realismo socialista) como un fenómeno histórico, coyuntural, y local yo tiendo a pensarlo como instinto básico del sistema, como etapa “natural” de su crecimiento. O, empleando el término pedagógico tan popular en otro tiempo, se trata de una “regularidad del socialismo” (si tengo algo de razón en los próximos años veremos la eclosión del realismo socialista venezolano). Yo no dejo de insistir en que más que aberración momentánea ese –el de la década conocida como Quinquenio Gris- fue su período clásico, el de mayor esplendor. Tiempos en que su ideología campeaba por todos los niveles de la vida cubana sin el menor asomo de inquietud, sin pensar que alguna vez alguien les pediría explicaciones. Cuando afirmaba a cada paso que el contenido –revolucionario, comunista- debía primar a cada paso sobre la forma. Cuando defender cualquier formalismo era poco menos que un acto de disidencia. Años en que se atrevían a decir sin embozo: “El arte y la literatura promoverán los más altos valores humanos, enriquecerán la vida de nuestro pueblo y participarán activamente en la formación de la personalidad comunista. La política cultural en el terreno de la creación artística y literaria estimulará las manifestaciones el arte y la literatura con un espíritu clasista dentro de los principios del marxismo leninismo” Tesis y Resoluciones del Primer Congreso del Partido Comunista de 1975.
Nunca
han vuelto a ser tan honestos como entonces. Después, cuando ven que las
fuerzas no les alcanzan para conseguir todo lo que pretendían se han vuelto más
sofisticados, algo se avergüenzan de sus fechorías pasadas e intentan hacérnoslas
olvidar. O decirnos que fue un breve arrebato de excesos y no el punto de
plenitud más acabada. Y muchas veces usan a los mismos que pateaban en el
pasado –o cada vez que sea necesario- para reescribirlo, para convencerte de
nada ocurrió. “Son muchos los que reciben patadas en el trasero pero luego aceptan
alguna prebenda que los vuelve a situar bien, y así esperan la próxima patada”
dice Santiesteban. Esa es, donde quiera que haya existido, otra regularidad del
socialismo. La del realismo de que hay que doblegarse ante el Poder porque no queda
otra opción.
El castrismo hace lo que le es propio—lo que sabe y entiende—que se reduce a protegerse y perpetuarse de la forma que sea. No se puede esperar que haga otra cosa, porque otra cosa sencillamente no le sale. Por supuesto no hay decencia ni pudor alguno; esas son boberías burguesas, como exigir pruebas de crimen cuando se quiere condenar a alguien. Solamente importa lo que le conviene a la “revolución.”
ResponderEliminarYo he llegado a sentir mayor desprecio por los extranjeros que le hacen el juego al castrismo, como por ejemplo a Mariela Castro, que por sujetos como Mariela, que simplemente responden a su naturaleza y crianza, por no hablar de sus obvios intereses. En fin, mientras el castrismo tenga quien le compre lo que vende, seguirá vendiéndolo, por fraudulento que sea. Después de todo, el aparato entero, el "proceso" entero, siempre se ha basado en la mentira.
Realpolitik, me refería a los Catros no como merecedores de desprecio sino como beneficiarios de esas versiones de la historia. Y apenas intento recordar que el caracter totalitario de ese sistema estaba reconocido oficialmente en sus textos fundacionales.
ResponderEliminarEnrique, entiendo tu intención, y la de Santiesteban, de presentar testimonios de lo que hoy en día el régimen niega o disfraza sobre lo dicho o hecho históricamnente. Es un esfuerzo planificado para borrar su pasado (y presente) represivo. Y quienes mejor para esta labor que los mismos reprimidos. En el Archivo de Connie hay unos recortes de periódico donde las UMAP son elevadas a nivel de campamentos de verano. Salen fotografiados reclusos con administradores compartiendo en franca camaradería. ¿Cómo a Hitler no se le ocurrió eso?
ResponderEliminarAnte el umbral de un cambio generacional en el mando (Castro o no Castro) tienen que limpiar ese pasado a como dé lugar para ir aflojando las riendas poco a poco. Tienen que buscar la manera de retener a la juventud del país, a esa juventud distante de un Moncada y de todas las epopeyas revolucionarias. Una juventud que desea alcanzar lo que sus padres y abuelos carecieron, un enfermedad ya hereditaria, aliviada parcialmente por la parentela que se ha ido al exterior.
Cuba no es la RDA y no se abrirán los archivos y no habrá acceso a prueba alguna. Por tanto, artículos como este son vitales puntos de referencia, así como escritos a lo Antonio José Ponte en "La fiesta vigilada".
Saludos.