El documental “Cuba
and the Cameraman” es un fascinante ejercicio de honradez narrativa y al mismo
tiempo de indecencia intelectual. Su argumento no puede ser más elemental:
cuenta la historia de los viajes del documentalista norteamericano Jon Alpert a
Cuba durante más de cuarenta años y sus encuentros reiterados con Fidel Castro,
con un trío de hermanos campesinos de Caimito ya ancianos al inicio del
documental, y con varios jóvenes negros de la Habana Vieja y Centro Habana. Ver
desfilar ante la pantalla los sueños y aspiraciones de todos ellos y en lo que
estos resultaron a lo largo de los años sin otros comentarios que los que el implacable
ojo de la cámara aporta –o los que hace in situ el director- es asistir a un impensable
resumen de la historia cubana de los últimos cuarenta años. Poco importa que al
final del documental (que concluye con el monstruoso ceremonial que se desplegó
a la muerte de Fidel Castro en 2016) la admiración de Alpert por su Comandante
se mantenga tan encendida como al principio. Es difícil imaginar una denuncia
más descarnada venida de un observador tan favorable al castrismo. O precisamente por ello.
Con la insistencia
como la única virtud –y quizás un mínimo de sensibilidad humana, esa de la que
carece en absoluto su admirado comandante- Alpert, tras décadas de insistentes
visitas a la isla, no puede ofrecer nada mejor que la devastadora debacle en la
que se hunde un país frente la despiadada indiferencia de su gobernante. (Incluso
en el caso de que quisiera presentarse el documental como una muestra de los
estragos del embargo norteamericano en la economía cubana tendrá como mayor
obstáculo de dicha lectura al propio Comandante: en medio de la peor crisis
que haya azotado al país en su historia al ser interrogado por el
documentalista su única preocupación parece ser el estado de la economía… de
los Estados Unidos). La incapacidad del documentalista para llegar a las
conclusiones elementales que cualquiera arribaría a partir de sus propias imágenes
no limita el documental sino, a su manera indirecta ilumina otra realidad tan
persistente como la del poder castrista sobre la isla: la del entusiasmo de
buena parte de la izquierda occidental por eso que llama Revolución Cubana sin
importar las evidencias que puedan presentársele, su fe incapaz de conmoverse
ante los insistentes llamados de la realidad.
*“Cuba and the
Cameraman” puede verse en Netflix.
La cosa tiene un nombre: willful blindness, o ceguera auto-inducida. Y no, no responde en absoluto a ninguna evidencia o pruebas. Es una suerte de hijeputez o, en el mejor de los casos, de fanatismo.
ResponderEliminarSiempre que me topo con una recomendación de este documental haciendo "browsing" en Netflix, me resisto a verlo, precisamente por lo que he leído sobre el mismo, que tú has expuesto genialmente. Saludos.
ResponderEliminar"Es difícil imaginar una denuncia más descarnada venida de un observador tan favorable al castrismo. O precisamente por ello.
ResponderEliminarCon la insistencia como la única virtud –y quizás un mínimo de sensibilidad humana, esa de la que carece en absoluto su admirado comandante- Alpert, tras décadas de insistentes visitas a la isla, no puede ofrecer nada mejor que la devastadora debacle en la que se hunde un país frente la despiadada indiferencia de su gobernante..."
Coincido contigo.
Es difícil imaginar una denuncia más descarnada venida de un observador tan favorable al castrismo. O precisamente por ello.
ResponderEliminarCon la insistencia como la única virtud –y quizás un mínimo de sensibilidad humana, esa de la que carece en absoluto su admirado comandante- Alpert, tras décadas de insistentes visitas a la isla, no puede ofrecer nada mejor que la devastadora debacle en la que se hunde un país frente la despiadada indiferencia de su gobernante.