La breve visita del presidente
Obama a Cuba parece marcar –entre tantas cosas- la apoteosis del racismo revolucionario:
ya sea en la forma de comparaciones –desfavorables- llevadas a cabo por FidelCastro entre el presidente norteamericano y el cubano Antonio Maceo o el
sudafricano Nelson Mandela; de algún periodista oficialista tratando de
demostrar que ser negro es incompatible –por ejemplo- con ser sueco. Un racismo
que se hacía notar en la insistencia en ciertas expectativas asociadas con la
raza del actual presidente norteamericano. O en las reiteraciones de que no
tenía sentido abordar el tema del racismo en Cuba porque este había abolido por
la Revolución en 1959.
Y es que una de las principales diferencias
entre el racismo revolucionario y el tradicional es que mientras el segundo
hace todo lo posible por conservar y justificar las desigualdades el primero,
el revolucionario, pretende eliminar las desigualdades por el procedimiento
expedito de prohibir que se mencionen. El racismo “revolucionario” se empeñará incluso
en eliminar cualquier modo oficial de discriminación pero a continuación las “minorías”
hasta entonces discriminadas deberán delegar su capacidad de reclamo en la
vanguardia “revolucionaria”. Es racista porque
al igual que el racismo tradicional entiende que la minoría en cuestión no
puede ni debe decidir por sí misma lo que le conviene y lo que no porque en
cuestiones de autonomía y autoconciencia social son inferiores. Es revolucionaria
porque a diferencia del racismo tradicional considera que a tales minorías se
les puede sacar partido. Luego de restregarles durante un buen rato los méritos
de la vanguardia revolucionaria como liberadora de dicha minoría se le exige
una absoluta devoción y la cesión total de su capacidad de expresar y defender sus
reclamos particulares o generales.
De ahí que la reacción en los
medios oficiales a la visita del presidente norteamericano –y en especial a su
discurso en defensa de los valores democráticos del país que representa- haya
sido tan visceral. Aunque esos mismos medios debieran haber sabido que Obama había
llegado la presidencia con la mayoría de los votos de un país que durante
décadas han demonizado no han podido ocultar la sorpresa que les produjo su defensa
de valores esencialmente norteamericanos. De alguna manera esperaban del president
norteamericano la misma devoción que esperan de la población negra en la isla. Porque
para el racismo revolucionario como para cualquier otro resulta elemental
asociar el color de la piel de una persona con cierta actitud. En este caso se
trataría de esperar al menos alguna suerte de complicidad de parte de Obama en
nombre de las supuestas ventajas otorgadas por la Revolución a la raza a la que
pertenece. Un racismo que, a diferencia del tradicional, sí hace una
ditintinción entre las personas pertenecientes a la raza negra. Para ellos
existen negros útiles y negros imperdonables. Útiles como Esteban Lazo,
funcionario de rango impreciso en la nomenclatura castrista pero al que durante
la visita de Obama era colocado insistentemente al lado del octogenario dictador
ya fuera para convencer a Obama que los negros cubanos no estaban totalmente
apartados del poder o para compensar la blancura del Castro de turno. Un negro imperdonable sería el disidente
Orlando Zapata Tamayo muerto tras una larguísima huelga de hambre en la cárcel
hace seis años por su alevosa intentona de dañar la imagen de la Revolución con
su muerte.
El estupor y la saña de los ataques
que en estos días se suceden en la prensa oficial cubana rebasa el simple antagonismo
político. Denota además una rabia mal controlada hacia un fenómeno que no acaba
de entenderse porque nunca se entendió: el de personas negras que no estuvieran
profunda y eternamente agradecidos a los desvelos de la Revolución por
convertirlos en personas. Como lo atestiguaba el recientemente fallecido Jorge
Valls en sus recuerdos de su paso por las cárceles cubanas de 1964 a 1984
"...los negros eran objeto de un trato especialmente malo: "tú, negro" decía el vigilante, "¿cómo pudiste rebelarte contra una revolución que está haciendo seres humanos de ustedes?". Siempre acababan con más golpes y pinchazos de bayoneta que los demás"
Ese racismo revolucionario,
paternalista con los que le prestaban una obediencia que asumían obligatoria y
brutal con los que la rechazaban, siempre estuvo ahí. Siempre se basó, como
cualquier otra variante de racismo, en no reconocer a determinado grupo humano
en absoluto pie de igualdad sino conceder cualquier trato igualitario como un
favor que debía ser retribuido con un agradecimiento infinito. Si hoy lo
notamos más no es por una alteración de la norma por parte de la ahora añeja
vanguardia revolucionaria. Se trata más bien de que el mundo a su alrededor ha
cambiado mucho en las casi seis décadas que lleva en el poder. Nada como la
presencia del primer presidente norteamericano negro en La Habana para acentuar
el contraste y el absurdo anacronismo que representan esos octogenarios con
ínfulas de libertadores.
No procede tu argumento. Tu deseo de encontrar un ángulo favorable te traiciona. Hay que ser más serio, aunque ese no sea tu fuerte.
ResponderEliminarAh, pero toda esa retahila de viejos impresentables, empezando por el Anacronismo Máximo que supuestamente sigue "reflexionando," pueden seguir sacando a San Mandela y muchas otras prominentes figuras negras extranjeras vivientes que siempre los apoyaron y los siguen apoyando. O sea, si tantos supuestos campeones de los derechos civiles de los negros no tienen problema con el racismo "revolucionario," y ni siquiera lo reconocen, lo que digan ciertos cubanos no puede ser muy confiable. No es por nada que casi todos los "expertos" oficiales en el tema de Cuba no son cubanos, aparte de gente como el Arturo López Callejas, emparentado con la Primera Familia de Cuba. Todo es un chanchullo y un asco, por no decir una obscenidad.
ResponderEliminarEsto resume la situación: Se trata más bien de que el mundo a su alrededor ha cambiado mucho en las casi seis décadas que lleva en el poder. Nada como la presencia del primer presidente norteamericano negro en La Habana para acentuar el contraste y el absurdo anacronismo que representan esos octogenarios con ínfulas de libertadores.
ResponderEliminarPero más trágico es que después de seis décadas no abunden cuestionamientos serios a ese discurso anacrónico, ¿libertadores en el s.21?, dentro y fuera de Cuba. Aparte del loquito de Norcorea, los chamos bolivarianos y los abuelitos revolucionarios, ¿qué líder mundial anda de uniforme? hasta los chinos cambiaron los pijamas por trajes y corbatas. Alguien lo dijo por ahí, que la Cubamanía mundial está cimentada en que la gente en vez de visitar un país, visita un museo viviente. Saludos.
Anonimo: mi deseo de encontrar un angulo favorable me traiciona? un angulo favorable de que y para que? Hay que ser mas claro aunque no parece que ese sea su fuerte.
ResponderEliminarMuy buena nota, ese racismo revolucionario siempre estuvo ahí con el régimen. Exacto y genial, nada mejor que la presencia de Obama "para acentuar el contraste y el absurdo del anacronismo de los octogenarios con infulas de libertarios". Gracias
ResponderEliminarCoño Enrisco apretaste. No por el articulo, sin porque has logrado encabronar a un grupo de entusiastas y cultivados chivatos (como el anónimo del 6 de abril de 2016, 12:14). Felicidades...
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