miércoles, 9 de marzo de 2016

Quique (1905-1996)


Ayer se cumplieron veinte años de la muerte de mi abuelo paterno, ese que inauguró la estela de Enriques en la familia. Enrique del Risco Caballero: un guajiro duro y sentimental, amistoso y pícaro. Amante de la música y el baile, las recopilaciones de décimas de El Cucalambé fueron los únicos libros que le vi leer con devoción. A él mismo le gustaba componer cuartetas sencillas y picarescas que memorizaba y soltaba cuando venían a cuento. También había memorizado una retahíla de décimas llenas de ripios que resumían la historia de Cuba desde el inicio de la república hasta la caída de Machado. Al parecer la había leído en alguna revista y comenzaba así:

Cuando Cuba tuvo el alma
de nación independiente
Fue su primer presidente
Don Tomás Estrada Palma
Gobernó con celo y calma
Y con magnífico afán
Pero cometió el desmán
De ir a la reelección
Y puso la situación
De ataja y tatarantán

Era una suerte de leyenda local en la zona de Santa Cruz del Sur. (En Santa Cruz nació y murió su brevísima carrera política: allí fue electo consejal a los 27 años pero antes de que consiguiera tomar posesión del cargo el ras de mar más terrible que haya conocido la isla se tragó el pueblo con buena parte de sus habitantes). Una vez que recorría la zona me bastó con decir que era su nieto para que dos guajiros empezaran a contar sus “hazañas”. Que si cuando joven entraba a las fiestas de cabeza, caminando con las manos si no era que lo hacía con un caballo al que le había enseñado a subir sus patas delanteras a los taburetes. O -contaban- que iba a dormir sus borracheras al cementerio para asegurarse de que nadie se atreviera a molestarlo. O de la vez que, en medio de una trifulca que se desató en una fiesta, le compuso unas cuartetas a unos músicos que huían de la pelea, cuartetas que aquellos campesinos todavía recordaban íntegramente.
Siguiendo una tradición familiar a nada le daba más valor que a su propia palabra lo que no sé si tuvo que ver con su demostrada incapacidad como negociante. Lo suyo era criar ganado en aquella finca que se conserva espléndida en mi memoria de niño y a la que puso por nombre “Los Magueyales” (sí, los mismos que se mencionan en "México lindo y querido"). Después de pasar toda la vida en las llanuras camagueyanas a los 81 años asumió el reto de subir la montaña más alta de Cuba, el pico Turquino, que si bien no es una elevación considerable conlleva tres días de trabajosa caminata. Y lo consiguió, asombrando a todos los que se encontraba en el camino, algunos de los cuales, todos jóvenes, habían terminado desistiendo del esfuerzo.
Veinte años después de haberse ido sigue ahí, acompañándonos. Cuando algún Del Risco sale especialmente alegre nuestro primer instinto es achacárselo a los genes de mi abuelo. Como si el viejo Quique hubiera inventado la alegría.

Yo llevaba fuera de Cuba cinco meses cuando supe de su muerte. Así lo consigné en "Siempre nos quedará Madrid":


"Más de una semana demoré en enterarme de la muerte de mi abuelo. Una noticia absurda, pensé, porque qué iba a hacer la muerte con un tipo como mi abuelo, el ser más inquieto que haya conocido nunca. El mismo que dos Nocheviejas atrás prefirió pasarla con mis amigos en el patio a sentarse a conversar con mis padres y mi abuela en el frente de la casa. “¿Qué voy a hacer yo entre esos viejos?”, decía. Y yo, tratando de entretenerlo, porque en el fondo del patio uno de los amigos intentaba escapar de la fiesta fumando alguna especia que le habían vendido como marihuana. En aquellos años, aislado del mundo rural que antes reinaba con sus ocurrencias y su deseo de hacerse sentir, mi abuelo me había convertido en el cómplice que le suministraba libros de viejos poetas campesinos y oídos en los que revivir sus hazañas de guajiro pendenciero y ocurrente. El día en que mi padre intentó darme la noticia de su muerte con la voz estrangulada entendí por qué la gente se empeñaba en crear un más allá. Porque algún sitio tiene que existir en el que quepan ciertas almas alérgicas al descanso. Paraíso, infierno o purgatorio: donde quiera que haya ido a dar mi abuelo debe de ser un sitio bien movidito. “Se le fue la cabeza las últimas semanas. Apenas sufrió”, me dijo mi padre intentando consolarme"

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