La mía, como la de la mayoría de mis contemporáneos habaneros fue una niñez cinematográfica. Una experiencia humilde pero sobrecogedora que repetíamos al menos semanalmente. Poco importaba si las películas estaban escogidas entre lo peor de la cinematografía de Europa del Este o si recibíamos como estrenos películas con cuatro, cinco o diez años de retraso. Eran, mal que bien, continuos empujones a la imaginación individual y colectiva a través de historias que cada lunes discutíamos y reproducíamos en la escuela con no poco entusiasmo; modos de acceder a una realidad bastante más amplia a la que estábamos constreñidos por mucho que asumiéramos que la costumbre más habitual entre los neoyorquinos era asaltar y que las empinadas calles de San Francisco no servían para otra cosa que para presenciar persecuciones policiales.
Pero había más. En esos cines de barrios, disfrutábamos de los últimos restos del confort y la elegancia de un mundo y una época que, se decía, ya no tenía espacio en la nueva sociedad. Nombres como Ambassador y Metropolitan, el oasis exquisito del aire condicionado en medio del calor de los trópicos, aquellos detalles art deco que interrogábamos mucho antes de que pudiéramos nombrarlos ya nos situaban en otro universo incluso antes de que apagaran las luces. En esos cines de barrio en los que entrábamos con tanta familiaridad, como en una versión espléndida de la sala de nuestras casas (o como en una fuga de ellas) no se puede pensar sin cariño. Cines en los que entrábamos casi siempre después de empezada la función para luego “empatar” la trama con los inicios de la función siguiente y entrenarnos anticipadamente y sin saberlos en la lectura de la literatura de vanguardia. Cines en los que estrenábamos la libertad de alejarnos de la tutela paterna aunque fuera por unas cuadras y un par de horas. Entretenernos en cuánto se ha ensañado el tiempo y la desidia en aquellos sitios donde pasamos buena parte de lo mejor de nuestra infancia sería un masoquismo excesivo. Hay gente que ya ni eso tendrá para recordar.
Pero había más. En esos cines de barrios, disfrutábamos de los últimos restos del confort y la elegancia de un mundo y una época que, se decía, ya no tenía espacio en la nueva sociedad. Nombres como Ambassador y Metropolitan, el oasis exquisito del aire condicionado en medio del calor de los trópicos, aquellos detalles art deco que interrogábamos mucho antes de que pudiéramos nombrarlos ya nos situaban en otro universo incluso antes de que apagaran las luces. En esos cines de barrio en los que entrábamos con tanta familiaridad, como en una versión espléndida de la sala de nuestras casas (o como en una fuga de ellas) no se puede pensar sin cariño. Cines en los que entrábamos casi siempre después de empezada la función para luego “empatar” la trama con los inicios de la función siguiente y entrenarnos anticipadamente y sin saberlos en la lectura de la literatura de vanguardia. Cines en los que estrenábamos la libertad de alejarnos de la tutela paterna aunque fuera por unas cuadras y un par de horas. Entretenernos en cuánto se ha ensañado el tiempo y la desidia en aquellos sitios donde pasamos buena parte de lo mejor de nuestra infancia sería un masoquismo excesivo. Hay gente que ya ni eso tendrá para recordar.
El Cosmos, a apenas dos cuadras de mi casa era, propiamente, mi cine de barrio. A donde uno se escapaba a cualquier hora entre semana o los domingos saboreaba esa espléndida palabra francesa: "matinee". En sus inicios se llamaba San Carlos y desde finales de los noventas dejó de funcionar como cine y fue convertido, me dicen, en almacén. Supongo que el enredado que exhibe en la foto fue un añadido para ayudarlo a cumplir sus nuevas funciones.
Tengo entendido que el cine Avenida luego de un largo abandono ha sido reconstruido. Se agradece si me hicieran llegar imágenes más recientes.
El principal cine de estreno del barrio justo antes de su inauguración a finales de los años cincuenta, supongo.
Foto del Ambassador en la que ya lucía señales claras de su decadencia. Pero eso no sería todo....
Ya para este momento el Ambassador ha perdido todas las letras de su nombre.
Segundo cine en cercanía desde mi casa era el Metropolitan, bastante más elegante que el Cosmos y en el que se estrenaban películas incluso en época de festival.
Cine Arenal, uno de los ejemplos más obvios que recuerdo de la arquitectura art deco en La Habana.
También mi niñez fue cinematográfica. Recuerdo cada domingo ir a la función de las 2 de la tarde a alguno de los cines de Santos Suárez o La Víbora: Los Angeles, Mara, Santa Catalina, Alameda, Mónaco... Después de ver estas fotos, me pregunto en qué condiciones estarán. También recuerdo los cine América, Duplex/Rex, Cinecito, Payret ... Pensándolo mejor, se pudiera decir que La Habana era una ciudad cinematográfica...
ResponderEliminarA través de diferentes épocas, opino que los cubanos pecamos de ser fiebrús del cine. Yo igualmente en Bauta, donde residía hasta que nos fuímos en el '67, iba semanalmente al cine. Para esos años todavía se veian películas norteamericanas, inglesas, francesas, italianas, suecas, etc. estrenadas entre 1960 y 1965. Recuerdo perfectamente haber visto "This Sporting Life" con Richard Harris y Rachel Roberts y "The Virgin Spring" (La fuente de la virgen, en español) con Max Von Sydow, por mencionar dos. Pero ya los panfletos fílmicos soviéticos y chinos estaban en su apogeo. El cine de Bauta no existía cuando fui en 2003.
ResponderEliminarEn cuanto a los cines de barrio, no puedo hablar de otros paises hispanoamericanos, pero la suerte de estos en Puerto Rico ha sido la misma que en los EE.UU., han desaparecido y se han mudado a los "malls". En la zona metropolitana sanjuanera solamente queda uno.
Guillermo Cabrera Infante en uno de sus ensayos menciona el número de salas de cine en La Habana durante la década del 50, y me puedo equivocar, pero creo que eran sobre 200.
Saludos.
Querido Miguel, se puede ver esto como parte de la decadencia en la que entraron los cines en todo el mundo. Lo diferente en Cuba… bueno, es lo que hace a Cuba diferente casi siempre. En los cincuentas esta forma de entretenimiento había llegado a su máximo esplendor en pugna con la naciente televisión y todo eso se vivió de una manera más dramática en una ciudad que había conocido su momento de mayor expansión en sus suburbios de clase media. De ahí la monstruosa cantidad de cines en La Habana y su modernidad. La revolución no solo interrumpe esa expansión. También la encapsula. Metidos en esa cápsula de tiempo que fue la Revolución Cubana o el Castrismo Clásico, como quieran llamarle, no vivimos la decadencia comercial de esa industria que sufrió en todo el mundo en los setentas y los ochentas debido a la competencia de la televisión y el video. La televisión en Cuba seguía funcionando unas seis horas al día a través de dos tristes canales mientras que los cines mantenían los precios de los cincuentas. Mientras que en el resto del mundo la asistencia a las salas decaía en toda Cuba seguía siendo masiva, salas que mal que bien conservaban un esplendor y unas maneras de un mundo ya desaparecido en otros espacios sociales. No es extraño que aquellos cines hayan dejado una huella en la memoria de nuestra generación como no la dejó en la de nuestros contemporáneos en otros lugares del mundo. O que su decadencia, acentuada por el hecho de que muchos sigan ahí, en pie sin que nada los reemplace en una sociedad igualmente paralizada, se haga especialmente visible y, poniéndonos sentimentales, dolorosa.
ResponderEliminarHe visto muchas informaciones al respecto. Y muchos datos diferentes. Como soy del campo y no conocí aquella Habana de tantos cines, no puedo dar fe de cual es la cifra exacta, pero les dejo un link con una relación que por los datos que aporta es para mi la más creíble de lo que he visto sobre el tema.
ResponderEliminarEn mi pequeño pueblo que en enero de 1959 no pasaba de 20,000 habitantes contando los alrededores, llegamos a tener tres salas de cine simultaneamente y, al igual que ustedes, asistí casi todos los domingos a aquellas inolvidables "matinees" de los años cincuenta.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/5181064d3a682e0f88c4c4a9#.VmMgAdIrLs0
Simon:
ResponderEliminarSi me circunscribi a mi barrio es para no hablar de lo que no conozco bien (la otra ciudad en la que asisti con cierta frecuencia al cine fue Camaguey) y evitar ese viejo vicio habanero de asumir de hablar por todo el pais. Pero si, me imagino que fenomenos parecidos ocurrian a lo largo del pais. Lo otro es que en cada semana en La Habana se estrenaban dos o tres peliculas a lo sumo que no es mucho pero si a eso se le añade la bastante menos uniforme programacion de los cines de barrio entonces la oferta se ampliaba mucho mas, algo que te permitia ver, si te lo proponias, unas cuantas peliculas diferentes cada semana.
Que dolor me da ver La Habana destrozada, cines, teatros, no queda nada, lo peor es que dentro de poco no quedara ni la memoria. Gacias enrisco por escribir, a ver si saco tiempo y escribo tambien, aunque no tenga el don de hacerlo como tu, de forma tan amena, pero igual puedo aportar alguito, los cubanos que tenemos memoria e internet deberiamos escribir antes de que se pierda todo...
ResponderEliminarMuy bueno esto de los cines sacado a la luz por Enrisco. En realidad, ya deben quedar funcionando una quincena en toda La Habana. Hace años un colega y yo emprendimos una encuesta telefónica, llamando a todos los cines que aparecían en la guía. No recuerdo exactamente la cifra resultado, pero no eran mucho más de una veintena los que aun respiraban tartajosamente. La mayor parte los transformaron en almacenes, los que luego tenían una curiosa e inmutable deriva hacia colmenas multifamniliares o, como el caso del Santos Suárez, que pareció desaparecer a pedacitos. primero las puertas de acordeón, luego los mármoles de la entrada, y así siguieron las ventanas,los ladrillos, losas, vigas de los techos y azulejos y muebles sanitarios de los baños, y hasta el escombro, todo rapiñado por los revendedores de materiales de construcción del barrio. El caso es que un buen día pasé por ahí y ya no estaba. Ahora anidaba en muchas casas a la redonda, repartido como el pan y los peces. Poco después , instauraron allí un artefacto urbano que aquí persisten en lllamar agromercado. Y ahí está aun, boqueando con la inflación. Me quedé también con la pena de por lo no menos no haberle tirado un par de fotos al magnífico letrero art deco del cine MARA, al que una grúa hizo añicos con total desenfado para acabar pronto y poner el letrero de la nueva escuela de ballet.
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