Por vacuo y oportunista que parezca intervenir en una polémica de hace más de veinte años cuyos dos protagonistas están entregados al más definitivo de los silencios (a excepción, claro, de lo que han dejado escrito o de algún manuscrito perdido que pueda aparecer) creo que vale la pena asomarse al intercambio epistolar que sostuvieron el escritor Joseph Brodsky y el dramaturgo-presidente Vaclav Havel en 1994. Este se produjo tras la publicación en la revista de New York Review of Books de un discurso pronunciado por el checo bajo el título de “La pesadilla postcomunista” y a la que Brodsky replicó con una carta en la misma revista y Havel cerró con una breve y amistosa respuesta.
En apariencia lo que le recrimina el escritor ruso al checo es el no ser lo suficientemente sutil al describir tanto el comunismo como el postcomunismo. Lo acusa en fin, con todo el cariño y la suavidad –y la malicia- de que era capaz Brodsky cuando algo le incomodaba mucho, de que al escribir su discurso Havel se comportara más como político que como escritor. Es por eso que al comenzar la carta le recuerda que “tenemos algo en común: ambos somos escritores. En este tipo de trabajo uno mide sus palabras con más cuidado que en otros antes de entregarlas al papel o, dado el caso, al micrófono”. Brodsky alaba la cortesía del presidente checo (“su célebre cortesía” dice) pero luego le sugiere que “quizá la verdadera cortesía, señor Presidente, consista en no crear falsas ilusiones”.
Si se quiere determinar la probable razón del texto de Brodsky, su rabia fundacional digamos, no es demasiado difícil encontrarla pues se trata ni más ni menos que de patriotismo herido. Las puyas nacionalistas atraviesan el texto de Brodsky desde el principio cuando al comparar los retorcidos resortes pedagógicos puestos en juego en sus respectivas prisiones sugiere que
“la desesperanza de un hoyo de cemento, colmado de la peste de orines en las entrañas de Rusia lo hace uno cobrar conciencia de la arbitrariedad de la existencia más rápidamente de lo que vislumbré alguna vez como un aislamiento penal limpio y cubierto de estuco en la Praga civilizada”.
No poco le debe de haber molestado al ruso que el checo insistiera en que, a diferencia “de algunos otros países de la región”, la república Checa “el más occidental de los países postcomunistas” disfrutaba de “tradiciones democráticas previas y de un clima intelectual único”. Aunque claro, lo que está en juego no es solo el prestigio nacional sino la autoridad desde la que Brodsky habla a Occidente en las páginas de sus principales revistas intelectuales sobre comunismo y postcomunismo frente a los discursos del presidente checo. Sin embargo, cuando ruso ve en la descripción que del comunismo hace el checo un retrato robot del imperio soviético no es únicamente el prestigio de Rusia o el suyo como su interlocutor ante Occidente lo que ve en peligro. Brodsky advierte que la conveniencia política del reducir el comunismo a un asunto “oriental” cerraba la posibilidad de entenderlo en toda su complejidad y su peligro:
“Es conveniente tratar estos asuntos como un error, como una horrenda aberración política, quizá impuesta a los seres humanos desde algún lugar anónimo. Es aún más conveniente si ese lugar tiene un nombre geográfico exacto o que suene extranjero, cuya ortografía oculte su naturaleza absolutamente”
Pero siendo Brodsky uno de los intelectuales más serios y agudos del pasado medio siglo le preocupaba que el sufrimiento causado por uno de los sistemas más devastadores que ha conocido la historia de la humanidad terminara en mero malentendido cultural. Que tanto sufrimiento no sirviera siquiera para sacar las lecciones apropiadas como asunto humano y universal en lugar de cierto atavismo oriental y tercermundista. Es por ello le recuerda al presidente checo que el origen teórico del comunismo no se encuentra en el Oriente sino en el corazón de Occidente (¿o es que existe algo más Occidental que los escritos redactados por un judío alemán en la British Library?) y que, por tanto, desde ese punto de vista los rusos pueden reclamarlo como una imposición
Cierto, nuestros ‘ismo’ particular no fue concebido a orillas del Volga o del Moldava y el hecho de que floreciera allí no indica la fertilidad excepcional de nuestra tierra pues floreció con igual intensidad en latitudes y culturas extremadamente distintas. Este hecho no sugiere tanto una imposición como el origen orgánico –por no decir universal- de nuestro ismo.
Para Brodsky queda claro que “orientalizar” el comunismo, insistir en su otredad, racializarlo incluso es privar a la humanidad –y a Occidente democrático en concreto que tantas veces se atribuye la representación de toda la humanidad- de una de las lecciones más importantes de los últimos dos siglos de historia universal, lección que entraña la necesidad de reconocer que
“la catástrofe que ocurrió en nuestra parte del mundo fue el primer grito de la sociedad de masas: un grito, por decirlo así, proveniente del futuro del mundo, y reconocerlo no como un ismo sino como un abismo que se abre de repente en el corazón humano para tragarse la honestidad, la compasión, la cortesía, la justicia”.
[Continuará]
No, los rusos no inventaron el marxismo, pero si no hubiera sido por ellos y lo que hicieron con ese engendro perverso, es muy posible que nunca hubiera llegado muy lejos, y es seguro que hubiera hecho mucho menos daño. Por supuesto que la miseria humana es universal, pero los que más se destacan en practicarla tienen que responder por ello, y salir con algo como “todos somos pecadores” no es precisamente decoroso viniendo de un ruso.
ResponderEliminarSi los rusos no crearon el marxismo, mucho menos lo hicieron los cubanos, pero que no me venga nadie con que “Bueno, eso llegó de fuera, como un virus africano, y la gente se enfermó.” Aunque yo no tenga nada que ver personalmente con el castrismo y sus catastróficas consecuencias, me siento abochornado como cubano, y bastante, y estimo que un cubano que no sienta la debida vergüenza no es respetable, o por lo menos no tiene mi respeto.
Cierto, no somos ni peores ni mejores que otras víctimas del comunismo, pero pueblos que estaban mucho más mal parados que Cuba no cayeron en semejante abismo, y los cubanos tienen que responder por eso, o como mínimo reconocer su enorme fallo y hacer todo lo posible por superarlo.