Las pocas
veces que decido ir a una conferencia las dos únicas cosas que me preocupan
son:
1.- Que se
celebre en un lugar al que realmente desee ir.
2.- No caer en
ninguna de las categorías que describe "The Conference Manifesto" (que
pueden reducirse a practicar las variantes más perversas del aburrimiento).
De cualquier
manera no creo que la llamada, con un gusto excesivo por el drama, "muerte
de las humanidades" debería atribuírsele a las casi siempre indigestas
conferencias. Estas son más bien síntomas de una crisis bastante más profunda
que empieza y termina con el terror a desentonar con el ambiente académico.
(Porque una cosa es una guerra a muerte
con un colega específico y otra muy distinta pelearse contra todo el sistema).
El insufrible aburrimiento que producen usualmente las conferencias no es la
causa de la crisis de las humanidades sino el resultado de la progresiva
conversión de las humanidades en una suerte de religión tan sensible ante
cualquier heterodoxia como las inquisiciones anteriores. (Y no es de extrañar: si se tienen en cuenta los orígenes eclesiásticos de la academia, estas no está haciendo otra cosa que emprender un largo camino de regreso). Es esa religión la del
angelismo definido como “abuso de los buenos sentimientos en detrimento de la
lucidez” y se traduce, desde las aulas hasta los salones de conferencias, en
cualquier variante de las tres siguientes actitudes:
-Una competencia
frenética por ver quién es más sutil en la detección de manifestaciones de pecados
como el sexismo, el racismo, o la homofobia en clásicos universales o locales
(como si no hubiera manifestaciones mucho más elementales a diario en la vida
real, como si en realidad hubiera que ser tan sutil para verlas).
-Un esfuerzo
no menos frenético por detectar en clásicos o autores contemporáneos las
denuncias de los pecados aludidos anteriormente (como si el sexismo, el racismo,
o la homofobia estuvieran a punto de extinguirse y apenas se requiriera de estas
últimas pesquisas policiales por parte de la academia para borrarlos de la faz
del planeta).
-Hablar de
cualquier otra cosa que esté lejos de las preocupaciones de los dos puntos
anteriores (y, la mayoría de las veces, de los intereses reales del académico
en cuestión) pero que al mismo tiempo bajo ninguna circunstancia se le pueda acusar
de los pecados de sexismo, racismo, homofobia pero también de esencialismo,
eurocentrismo o cualquier otro indicio de conservadurismo.
Definitivamente
no serán las conferencias. Si algo va a matar a las humanidades será su
conversión en la variante más sofisticada de la santurronería conocida hasta
ahora. Y morirán, como es previsible, de puro aburrimiento, ese que da el terror pánico a la lucidez.
Nada, que todo se reduce a una esclavitud a la moda, o lo que se pudiera llamar "fashion victimhood." Esta gente le tiene TERROR a estar o lucir fuera de onda, y hacen lo que sea por evitarlo. Un buen ejemplo son los judíos americanos cuya verdadera religión es el izquierdismo, y no se atreven a salirse demasiado de lo "correcto" ni siquiera por el mismo Israel.
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