Hoy chateaba con un viejo amigo, el diseñador Jorge Hernández a quien conocí hace un cuarto de siglo, cuando empezaba a colaborar con la revista Alma Mater, una de las publicaciones con que colaboraba en esos años. Le hablé del momento en que el Siempre nos quedará Madrid hice alusión a aquella revista y a su consejo de redacción por lo que me parecía de ilustrativo que ocurrió con toda nuestra generación. A seguidas el fragmento a que me refería:
"Al llegar, con alivio, reconozco a Otto. El nombre corresponde con la cara que recordaba vagamente cuando me lo mencionaron. Diseñador de la revista de los universitarios en Cuba, una que anunciaba como fecha de fundación 1922 (“La revista joven más antigua de Cuba”, era su lema) y cuyas páginas estaban destinadas a las mismas rutinas propagandísticas del resto de las publicaciones cubanas: o sea, a la exaltación fervorosa de la Nada. Si por algo destacaba era precisamente por el diseño. Por algunas de esas raras casualidades que se daban en Cuba de tanto en tanto en la revista se había reunido un grupo de diseñadores jóvenes con una concepción de la imagen gráfica forjada en el trasiego de revistas extranjeras y el deseo de darle sentido a su talento más allá de la chapucería ambiente. Una revista que daba ganas de abrirla aunque luego esos deseos se apagaran con la lectura de los primeros párrafos"
"Luego se atrevieron a algo más: a cambiar el formato de la revista, a buscar nuevos colaboradores, tocar temas prohibidos. Eran tiempos propicios para la audacia. Con la perestroika en marcha en la Unión Soviética, los censores locales andaban desorientados y esa circunstancia la aprovecharon todos los que en la isla soñaban con cosas distintas a las que ofrecía el escaso repertorio de la realidad local. Con hacer algo. Junto con el cambio de formato aparecieron nuevas secciones y se invitó a colaboradores con la misma urticaria creativa. Como sucedió en ciertas publicaciones, estaciones de radio, instituciones culturales o grupos que se iban organizando informalmente en aquellos días, el impulso inicial chocó enseguida con la resistencia sedimentada por décadas de obediencia y sospecha. Cuando el bloque soviético pasó de experimentar con las reformas a disolverse, los censores nativos recuperaron su brújula que esta vez ya no apuntaba a Moscú sino se alineaba estrictamente con sus urgencias locales para no correr la misma suerte que su antiguo modelo. Si durante unos meses permitieron excentricidades como la aparición en portada de Karl Marx sentado en un pupitre escolar o la simple mención de escritores prohibidos durante décadas, ya no quedaban excusas para tanta tolerancia. Y ahora está frente a mí Otto, uno de los tantos que terminó chamuscado en medio del experimento, con su figura de galán a escala reducida y su sonrisa pícara"
Ahora al enviarle el fragmento de Siempre nos quedará Madrid Jorge me aclara que para el momento del cambio de formato ya Otto Treto se había ido. Que para el tiempo en que Alma Mater adopta el formato tipo sábana el director era Armando Fraga, entre los redactores estaban José León y Joaquín Borges Triana, el realizador era Dani Sibianu y el diseñador era el propio Jorge Hernández. Y estas precisiones van más allá de la corrección de una impresión errónea que pudiera dar mi libro sino porque me parece de elemental justicia reconocer los nombres de las personas que estaban detrás de una de las publicaciones más atrevidas desde todo punto de vista en la época. Aquellos esfuerzos podrían parecernos ingenuos en estos tiempos pero si se le contrasta con lo que arriesgaban entonces desde una publicación oficial no puede menos que agradecerse y admirarse, como mismo sus lectores agradecíamos y admirábamos cada número que salía a la calle. Y si uno se asoma a la revista actual y ve que sus páginas están en buena medida dedicadas a la campaña por la libertad de Los Cinco (que Son Tres) el asombro ante lo que alguna vez fue aquella revista es mayor aún.
En otras y pocas palabras, la eterna miseria humana.
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