domingo, 1 de diciembre de 2013

Entrevistas

Como los antiguos diarios las viejas entrevistas sirven para dar una referencia del paso del tiempo, de la oscuridad esencial por la que uno se mueve. Lo pienso a propósito de dos entrevistas que me hicieron por distintas razones en el ya lejano 2001. En una de ellas, -a propósito de la escandalosa actitud de las autoridades cubanas en la Feria del Libro de Guadalajara en la que fueron de intimidar a una editorial mexicana para que excluyera a escritores exiliados de una antología a organizar y alentar un acto de repudio contra otra conocida revista mexicana que abordaba el tema cubano en el número que presentaba en la feria- me preguntaba Antonio Ortuño para la revista Milenio sobre la posibilidad de un diálogo “con escritores adictos al régimen”. Mi respuesta fue:

El diálogo no tengo que inventármelo, ya ha ocurrido en varias ocasiones y el resultado es francamente desalentador. Te confieso una vieja sospecha que tengo: los escritores adictos al régimen cubano no existen. Pueden apoyarlo por conveniencia personal o porque relacionan su adhesión a algún tipo de estabilidad emocional que necesiten pero hasta ahora no he encontrado ninguno que crea realmente que el régimen que apoyan funciona. Un escritor adicto a un régimen como el cubano es una imposibilidad teórica y según mi experiencia, también una imposibilidad práctica. Cuando me he encontrado uno de estos personajes se puede hablar de cualquier cosa excepto de la situación cubana. Llegado a ese punto sólo pueden hilar unas cuantas consignas. Eso es en público. Una vez que pasan a un plano más privado, en caso que tal cosa suceda, te pasan el brazo por arriba, tratando de convencerte de dos cosas: que los invites a tomarse una cerveza y de que nada de lo que han dicho en público hay que tomárselo totalmente en serio. Después de un par de cervezas vuelve el tema político pero esta vez en la forma de algún ataque personal, como para sentirse ellos mismos libres de la culpa de haberle aceptado una cerveza al enemigo. Es un patrón casi matemático. Me lo explico pensando que un régimen decrépito como el cubano, incapacitado de producir nuevas ideas o aún de dejarlas producir aunque le sean favorables sólo permite la reproducción de consignas. Los escritores que apoyan al régimen tienen muy poco juego y su contribución se reduce a añadir comas y adjetivos, crear epítetos contra el enemigo pero siempre atentos a los caprichosos cambios de humor y de consignas del caudillo. Sólo Él decidirá cual es la táctica del momento y el enemigo del momento. De otro modo el escritor oficialista, pongamos por caso al propio ministro de cultura, habla de integración y acercamiento en una feria donde uno de los primeros actos es una burda provocación contra la presentación de una revista, provocación que hace quedar en ridículo a ese propio ministro. Ante una situación así los cambios se hacen imprescindibles para los propios sectores oficiales y el único tema de discusión posible sería la dirección y la envergadura de esos cambios. Pero poco se puede esperar en ese sentido cuando hablar de cambios no sólo puede ser considerado peligroso sino inconstitucional.

Y sí, al cabo de los años han tenido lugar algunos cambios teniendo en cuenta muy parcialmente las necesidades del país y para nada su opinión. Lo curioso es que yo me refería a un socialismo que se había declarado “irreversible” poco antes y éste ha sido –pese a su inmunidad constitucional- el principal objeto de los cambios con los principales medios de producción pasando a manos privadas.  

En otra entrevista –en este caso de Dennys Matos para Cubaencuentro- éste me preguntaba sobre el carácter autobiográfico de libros como “Pérdida y recuperación de la inocencia” y “Lágrimas de cocodrilo”, mucho antes de que se me ocurriera perpetrar mis precoces memorias madrileñas. Mis esfuerzos por constatar rastros autobiográficos en aquellos cuentos desaforados y absurdos hoy me hacen sonreír:

Son libros que relatan la experiencia bajo un poder político tan absoluto y abarcador que parecería una metáfora de la idea de poder si no se ejerciera sobre (y contra) gente real. Es autobiográfico porque no me he inventado esa experiencia. Es, ni más ni menos, el resultado de vivir en Cuba durante 28 años. No es autobiográfica porque tuve que usar mucha imaginación, mentir literariamente para poder relatar hechos que, contados de un modo literal, resultarían incomprensibles. Buena parte de mi escritura se ha realizado en condiciones en las que no sabía cuándo ni quiénes la leerían, de modo que debía asumir de antemano una dificultad adicional para la comprensión. Pero nunca perdí la oportunidad ni la esperanza de dar cuentas a un público más inmediato. Buscaba imágenes, tramas que fuesen asimilables para cualquiera que las leyera. Y sin embargo, hay algo de ajuste de cuentas con mi tiempo, pese al sabor siciliano de la expresión. Porque si no ajustamos cuentas con nuestro tiempo (y eso puede tener desde la dimensión más social o política hasta la más íntima) el tiempo ajustará cuentas con nosotros. Lo que sucede conmigo –supongo que también le pasó al resto de mis coetáneos– es que la dimensión política contaminó incluso mi intimidad. Por eso veo que [en el caso cubano] una separación entre lo íntimo y lo político es algo innecesariamente superficial y falso. Me interesa más bien observar cómo se produce esa contaminación por motivos terapéuticos, si lo quieres ver así.


 Y al preguntarme sobre la posibilidad de ser considerado parte de alguna generación de escritores, o de la existencia de la misma idea de generación entre mis contemporáneos respondí:

No lo sé. Tampoco me preocupa. No me siento parte de ninguna generación o grupo a pesar de que tengo muchos amigos escritores más o menos de mi edad con los que coincido en muchas cosas esenciales. No me identifico demasiado con "mi" generación o promoción. Sin embargo, sospecho que cuando llegue el tiempo de mirar esto con la debida perspectiva alguien descubrirá identidad en lo que otros no veían más que contrastes. La diferencia es lo mejor que nos podría suceder después de tanta uniformidad entusiasta. De cualquier manera, lo que hace que una generación se sienta a sí misma como tal, –compartir espacios comunes (revistas, círculos, debates) más que ideas comunes–, prácticamente no existe dentro ni fuera de Cuba. De momento estamos demasiado dispersos para inventarnos ese tipo de comunión a menos que seamos la primera generación que se forje a través de Internet.

Y me llama la atención al cabo de los años descubrir que si internet no nos ha acercado como generación literaria pero sí lo ha hecho como generación a secas. En estos días estamos mucho más conscientes de lo que están haciendo los otros ya sean libros o hijos o saliendo de vacaciones. Sin importar la distancia hoy somos mucho más contemporáneos que nunca.  

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