Hoy Google le hace a Celia Cruz la justicia que le niega su propio país:
Post data:
A continuación un texto que escribí a raíz de su muerte, hace diez años ya:
Post data:
A continuación un texto que escribí a raíz de su muerte, hace diez años ya:
Azúcar eterna
Hace apenas dos semanas un amigo me
contó cómo alguien de un país que no recuerdo le había preguntado de dónde era
Celia Cruz. Mi amigo, paciente y pedagógico, le explicaba que Celia era cubana
cuando tropezó con la sonrisa burlona de su interlocutor. El otro había
fraguado la pregunta como una provocación, una trampa para que mi amigo se
ofendiera con una ignorancia que se le antojaba impensable. Ignorar que Celia
Cruz era cubana era para él como ignorar que que el hielo es frío o el algodón
es blanco.
Yo en cambio, no
siempre supe siquiera quién era Celia Cruz. En la Cuba que viví un espeso
silencio rodeaba su nombre. Un día tuve que confesarle a un amigo
puertorriqueño que nunca la había escuchado. “¿Pero cómo va a ser posible? –me
dijo alarmado- ¡La voz de la tierra!” y en el siguiente viaje atenuó mi
ignorancia con una grabación de las más antiguas y selectas que pudo encontrar.
Desde entonces Celia me acompañó como hacía décadas había acompañado la alegría
de tanta gente en este mundo. Ahora por primera vez y en contra de su voluntad,
Celia nos ha puesto tristes. Tanta tristeza por la muerte de una persona ya
anciana y enferma puede explicarse de muchas maneras: se ha muerto una de las
grandes cantantes de todos los tiempos y de cualquier parte (no existe cantante
que haya conseguido tantos éxitos ininterrumpidos por todo el mundo durante
medio siglo); se ha muerto el alma de una de las músicas más alegres de este
mundo; se ha muerto sin que sus compatriotas de la isla tengan derecho a
escucharla. Se me antoja otra explicación que no excluye las anteriores: tanta
tristeza sólo se explica porque no contábamos con su muerte. Contábamos en
cambio con la sorpresa de qué sería lo próximo que se le ocurriría cantar, de
qué otro modo iba a embrujarnos desde su garganta.
Y hay otra cosa que hace aún más
triste su muerte. Todos esos lugares comunes que se prodigan cuando se muere
alguna personalidad de la cultura al contacto con una figura como Celia Cruz se
vuelven insólitamente reales. Decir: “Se ha muerto una parte de Cuba, se ha
muerto una parte de nuestra cultura” o “Su muerte deja un gran vacío” o
“Seguirá viviendo eternamente con nosotros” pierde su manida ridiculez para
adquirir una consistencia insospechada. Celia era en efecto una parte de Cuba,
parte de su mejor parte. La de la alegría generosa, la más activa y creadora. Y
como dos o tres elegidos su presencia será irremplazable y sobre los hombros de
todos los nuevos cantantes cubanos pesará para siempre el obstáculo insalvable
de su comparación. Y sí, desde ahora uno sabe que siempre estará aquí, con
nosotros y no sabremos como olvidarla si no es a costa de olvidarnos de
nosotros mismos.
He dicho antes que
Celia era Cuba pensando, entre otras cosas, en que ella se bastaría para darle
sentido a ser cubano. Era ella, a diferencia de casi cualquier otra cosa, ese
mínimo común denominador que podía servir para identificarnos como nación. Pero
ahora caigo en que es una buena pero falsa ilusión. Como antes perdimos la
oportunidad de disfrutarla juntos, ahora ni siquiera hemos podido llorarla al
mismo tiempo. La nota brevísima que apareció en el principal periódico de su
país fue aún más breve que la que recuerdo que apareció en el mismo periódico
cuando Lennon murió. Que hoy se venere a Lennon en La Habana podría servir de
consuelo a largo plazo, pero tal ironía nos sabe demasiado amarga. Celia Cruz
muerta en el exilio sin haber podido nunca reencontrarse con su país termina
resumiendo de un modo siniestro la vida cubana de las últimas décadas: Cuba ha
muerto lejos de Cuba y la isla ni siquiera ha tenido la oportunidad de llorarla
públicamente como antes no tuvo oportunidad de escucharla. Algo muy terrible ha
pasado en un país que no le es dado reconocer lo mejor de sí. En este caso
tenemos al menos algo a nuestro favor. Celia a no dudar, es eterna, de modo que
siempre tendremos tiempo de enmendar el crimen terrible de obligar a un país a
ignorar su mejor parte.
lindo, chama.
ResponderEliminarA Celia no se le permitió ni siquiera reencontrarse con su propia madre para enterrarla cuando murió en Cuba, pues la "revolución" no tiene nada de generosa. Partida de miserables.
ResponderEliminar