Como todo escritor que se respete Roberto Bolaño puso extremo cuidado en el cultivo de malentendidos. Uno de ellos –quizás el más notorio- es que era un escritor de izquierdas. Para confirmarlo estaban, entre otros detalles biográficos, su detención en tiempos del golpe de estado de Pinochet o su exilio. Pero lo cierto es que lo único que le quedaba a Bolaño de izquierdas en su última década de vida, sin duda la más creativa, era la desilusión. Y eso es algo que prefiere ignorar la mayor parte de la crítica, ejercida por miembros de la izquierda hereditaria y nostálgica a quien les resultaría incómodo relacionar su admiración por la obra del chileno con el desencanto que da sentido a toda su narrativa madura.
Esto no significa -siguiendo el precepto borgeano de que no ser ser católico no te convierte automáticamente en mormón- que Bolaño fuese un escritor de derechas. Según su propia confesión el discurso vacío de la derecha ya lo daba por sentado pero lo que lo incomodaba especialmente –aburrir es el verbo que usa- era el discurso vacío de la izquierda. No sólo por sus múltiples inconsecuencias como la de sus compañeros de exilio que, por ejemplo, preconizaban la liberación absoluta de la humanidad mientras intensamente practicaban la homofobia porque esa “gente de izquierda” “pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile”. Aunque Bolaño conservaba intacta su repugnancia hacia las injusticias sociales contra las que se erige el ideario de la izquierda exhibía un rechazo no menor hacia un discurso que, a falta de otra cosa, se ha rellenado con la sangre de generaciones de jóvenes latinoamericanos. No en balde llamó a aquella fiebre generacional por formar guerrillas en Latinoamérica “guerras floridas” en memoria de las guerras rituales destinadas a procurar prisioneros para ser sacrificados en tiempos de hambruna; ni gratuita su insistencia en hablar de la extensa trampa en la que cayó aquella promoción de “luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor”.
“Estrella distante”, posiblemente su novela más compacta es a la vez su denuncia más aguda y oscura de ese discurso vacío de la izquierda. La figura de Carlos Wieder, poeta- asesino al servicio del régimen de Pinochet, es una condensación de los rasgos que comparten los radicalismos de izquierda y de derecha, sus instintos comunes: el ansia de absoluto -social o espiritual- y el desprecio por la vida humana justificadas a través de una intensa estetización de la violencia. No es casual que Bolaño haya escogido al poeta Raúl Zurita, poeta de clara filiación izquierdista para modelar a su pinochetista Carlos Wieder. El performance “La vida nueva” de Zurita en el que cinco aviones trazan en los cielos de Nueva York versos en español como “MI DIOS ES HAMBRE”, “MI DIOS ES CANCER” se traduce a un Carlos Weider volando sobre el cielo de Concepción en un avión con el que traza en latín los primeros versículos en Génesis bíblico. (O antes, en “La literatura nazi en América" Bolaño hace a Carlos Ramírez Hoffman, previa encarnación literaria de Zurita- Weider, escribir en el mismo cielo y por lo mismos medios frases como “LA MUERTE ES AMISTAD”, “LA MUERTE ES RESPONSABILIDAD”). Reducir la elección del modelo a las usuales rencillas literarias o a la tensión entre exilio y la resistencia artística de izquierdas dentro del régimen de Pinochet es negarle profundidad a la novela. El Carlos Weider de “Estrella distante” es la encarnación del principio en que se fundan las vanguardias políticas y estéticas más radicales: eliminar junto a todo lastre del pasado cualquier diferencia entre vida y poesía. Hacer de ambas una y la misma cosa. Pero la novela de Bolaño, sospecho, está encaminada menos a ajustar cuentas con los colegas y compañeros de ruta que con el Bolaño que veinte años antes de la publicación de “Estrella distante” escribía en su Manifiesto infrarrealista: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”. Escribir “Estrella distante” fue su propia cura de desintoxicación contra ese nuevo opio de los pueblos que permitía asesinar en nombre del pueblo al poeta Roque Dalton o al propio Bolaño lo impelía a masacrar el lenguaje en nombre de un futuro mejor:
Fotografía del performance de Raúl Zurita “La vida nueva”.
Esto no significa -siguiendo el precepto borgeano de que no ser ser católico no te convierte automáticamente en mormón- que Bolaño fuese un escritor de derechas. Según su propia confesión el discurso vacío de la derecha ya lo daba por sentado pero lo que lo incomodaba especialmente –aburrir es el verbo que usa- era el discurso vacío de la izquierda. No sólo por sus múltiples inconsecuencias como la de sus compañeros de exilio que, por ejemplo, preconizaban la liberación absoluta de la humanidad mientras intensamente practicaban la homofobia porque esa “gente de izquierda” “pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile”. Aunque Bolaño conservaba intacta su repugnancia hacia las injusticias sociales contra las que se erige el ideario de la izquierda exhibía un rechazo no menor hacia un discurso que, a falta de otra cosa, se ha rellenado con la sangre de generaciones de jóvenes latinoamericanos. No en balde llamó a aquella fiebre generacional por formar guerrillas en Latinoamérica “guerras floridas” en memoria de las guerras rituales destinadas a procurar prisioneros para ser sacrificados en tiempos de hambruna; ni gratuita su insistencia en hablar de la extensa trampa en la que cayó aquella promoción de “luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor”.
“Estrella distante”, posiblemente su novela más compacta es a la vez su denuncia más aguda y oscura de ese discurso vacío de la izquierda. La figura de Carlos Wieder, poeta- asesino al servicio del régimen de Pinochet, es una condensación de los rasgos que comparten los radicalismos de izquierda y de derecha, sus instintos comunes: el ansia de absoluto -social o espiritual- y el desprecio por la vida humana justificadas a través de una intensa estetización de la violencia. No es casual que Bolaño haya escogido al poeta Raúl Zurita, poeta de clara filiación izquierdista para modelar a su pinochetista Carlos Wieder. El performance “La vida nueva” de Zurita en el que cinco aviones trazan en los cielos de Nueva York versos en español como “MI DIOS ES HAMBRE”, “MI DIOS ES CANCER” se traduce a un Carlos Weider volando sobre el cielo de Concepción en un avión con el que traza en latín los primeros versículos en Génesis bíblico. (O antes, en “La literatura nazi en América" Bolaño hace a Carlos Ramírez Hoffman, previa encarnación literaria de Zurita- Weider, escribir en el mismo cielo y por lo mismos medios frases como “LA MUERTE ES AMISTAD”, “LA MUERTE ES RESPONSABILIDAD”). Reducir la elección del modelo a las usuales rencillas literarias o a la tensión entre exilio y la resistencia artística de izquierdas dentro del régimen de Pinochet es negarle profundidad a la novela. El Carlos Weider de “Estrella distante” es la encarnación del principio en que se fundan las vanguardias políticas y estéticas más radicales: eliminar junto a todo lastre del pasado cualquier diferencia entre vida y poesía. Hacer de ambas una y la misma cosa. Pero la novela de Bolaño, sospecho, está encaminada menos a ajustar cuentas con los colegas y compañeros de ruta que con el Bolaño que veinte años antes de la publicación de “Estrella distante” escribía en su Manifiesto infrarrealista: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”. Escribir “Estrella distante” fue su propia cura de desintoxicación contra ese nuevo opio de los pueblos que permitía asesinar en nombre del pueblo al poeta Roque Dalton o al propio Bolaño lo impelía a masacrar el lenguaje en nombre de un futuro mejor:
Cortinas de agua, cemento o lata, separan una maquinaria cultural, a la que lo mismo le da servir de conciencia o culo de la clase dominante, de un acontecer cultural vivo, fregado, en constante muerte y nacimiento, ignorante de gran parte de la historia y las bellas artes (creador cotidiano de su loquísima istoria y de su alucinante vellas hartes), cuerpo que por lo pronto experimenta en sí mismo sensaciones nuevas, producto de una época en que nos acercamos a 200 kph. al cagadero o a la revoluciónSólo así se pueden entender a cabalidad libros como “La literatura nazi en América”, descubrirle su simetria invertida. O comprender el esfuerzo del protagonista de “2666”, el ex soldado del ejército nazi Hans Reiter, por buscar reposo en la literatura bajo el seudónimo impermeable de Benno von Archimboldi. O los desencuentros poco literarios de Bolaño con la intelectualidad chilena, corroída por ese aburguesamiento culpable tan propio de la más reciente izquierda. Más allá de lo insondable que pueda ser una literatura intensa y desmedida como la suya el más básico de sus mensajes cifrados está dirigido hacia sus antiguos compañeros de generación e ideales todavía atragantados de estupidez redentora. Ese mensaje viene a ser el mismo con el que Carlos Wieder concluye su primer performance aéreo en el cielo de Concepción: “Aprendan”. Pero a Bolaño –el mejor, por paradójico, de los discípulos que ha tenido Borges- poco le importaría que alguien como yo venga a develarle sus códigos. Ya de antemano estaba seguro de que nadie me va a hacer caso.
Fotografía del performance de Raúl Zurita “La vida nueva”.
Me quedé dormido en el primer párrafo.
ResponderEliminarque envidia le tengo a tu capacidad para dormir.
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminar...yo me desperté en el segundo párrafo y de ahí en adelante fuí abriendo los ojos y el entendimiento.
Gracias Enrique.
Volao,Enrisco..He leído todo de Bolaño,y no puedo estar más de acuerdo contigo,y con él...
ResponderEliminarAbrazote
Boris
Esta muy interesante. Pero esto no es como nihilismo? Otro ni-ni?
ResponderEliminarOmar
Yo le tengo más envidia a tu capacidad de ponerme a dormir.
ResponderEliminaromar: el nihilismo es el coco conque los predicadores asustan a las buenas conciencias. pero hay tantas cosas en las que creer sn ser parte de la manada bien pensante. el problema es la dificultad para poder vivir sin sentirse parte de la manada.
ResponderEliminarenvidioso: seguramente lo haces mejor que yo. basta con que lo intentes.
No es que halla entendido mucho pero usted escribi buti de verdad.
ResponderEliminarsandokan
anónimo, qué clase de comepinga eres. omar, qué clase de anónimo eres.
ResponderEliminar¿comepinga solo porque doy mi opinión sobre el post? mira, qué bien.
ResponderEliminar