Hablar ahora de una obra de teatro estrenada hace diecisiete años debe parecer tan anacrónico como contar las primeras impresiones de la llegada de Colón a América. Pero Delirio habanero, pieza firmada por el dramaturgo cubano más importante en los últimos treinta años, el ya fallecido Alberto Pedro, ya lleva en sí el estigma de la atemporalidad. O no. Delirio habanero parecería la respuesta teatral a la última Cuba, la de las atrofiadas concesiones a los negocios particulares cuando en realidad nos hace sospechar que su feroz actualidad se debe a que pese a los cambios epidérmicos el país actual no escapa a la época en que se concibió la obra.
La situación dramática no puede ser más sencilla: en un bar dilapidado por la ofensiva revolucionaria de 1968 y las erosivas décadas que le sucedieron tres locos traman la manera de devolverle el esplendor que nunca tuvo. Solo que los personajes en los que su locura encarna son la esencia redescubierta de la nación. El Bárbaro (Mario Guerra) dice ser el mismísimo Benny Moré, La Reina (Laura de la Uz) es una Celia Cruz regresada de incógnito de su largo exilio y Varilla (Amaryllis Núñez) es el antiguo barman de un restaurante legendario de La Habana que intenta atenuar en el choque entre los egos de El Bárbaro y la Reina y así evitar que naufrague su plan de abrir el utópico Varilla’s Bar.
¿Por qué, entonces, representar una obra tan local e intrascendente, por qué empecinarse en personajes que pierden buena parte de su significado fuera de los límites en que surgieron? La respuesta más económica es que no hay nada más local e intrascendente que la vida que nos ha tocado vivir a cada uno de nosotros como intrascendente y local debió parecerle a Homero la conquista de una ciudad que solo con mucha paciencia arqueológica ha conseguido ubicarse en el mapa. A menos que intentemos imitar la locura de los personajes el tema central de Delirio habanero no es lo que en el gusto cubano por el eufemismo se ha dado en llamar “el problema de la diáspora”. Más allá de su delirio ni el Bárbaro, ni la Reina, ni Varilla han puesto un pie fuera de la isla. El gran tema de la obra no es la relación de una nación con los que se van, los que escapan de su asfixiante abrazo, sino la de un pueblo consigo mismo y con su destino en un país debatido entre la grandeza perdida y el sueño -cada vez más infundado- de recuperarla.
Pese a condición subalterna, abrumado por la gloria imaginaria del Bárbaro y la Reina, es Varilla el personaje decisivo de la trama. No recuerdo un retrato más fiel y comprensivo del pueblo cubano como en esa mezcla de entusiasmo, tenacidad voluble, espíritu soñador, desprecio por el prójimo, reverencia por sus ídolos e ingenuidad tierna y frívola que el que se condensa en el personaje de Varilla. Si la Reina y el Bárbaro son el delirio de la gloria perdida Varilla representa la única (y remota) posibilidad de darle alguna consistencia a sus quimeras. La cercanía inteligente e intensa del director Raúl Martín hacia el texto, la fuerza con que los actores Mario Guerra y Amaryllis Núñez enfrentan sus papeles y la maestría con que Laura de la Uz asume ese espíritu cuya envoltura humana fue conocida como Celia Cruz le da a esta puesta de Delirio habanero una sustancia insondable y milagrosa. Un modo de recordarnos por qué los griegos iban al teatro como quien se prepara para una decisiva entrevista con los dioses.
[Delirio habanero se presenta en Nueva York en el Repertorio español hasta el domingo 16 y en Miami los días 20 y 21 en el Miami Dade County Auditorium]
La situación dramática no puede ser más sencilla: en un bar dilapidado por la ofensiva revolucionaria de 1968 y las erosivas décadas que le sucedieron tres locos traman la manera de devolverle el esplendor que nunca tuvo. Solo que los personajes en los que su locura encarna son la esencia redescubierta de la nación. El Bárbaro (Mario Guerra) dice ser el mismísimo Benny Moré, La Reina (Laura de la Uz) es una Celia Cruz regresada de incógnito de su largo exilio y Varilla (Amaryllis Núñez) es el antiguo barman de un restaurante legendario de La Habana que intenta atenuar en el choque entre los egos de El Bárbaro y la Reina y así evitar que naufrague su plan de abrir el utópico Varilla’s Bar.
¿Por qué, entonces, representar una obra tan local e intrascendente, por qué empecinarse en personajes que pierden buena parte de su significado fuera de los límites en que surgieron? La respuesta más económica es que no hay nada más local e intrascendente que la vida que nos ha tocado vivir a cada uno de nosotros como intrascendente y local debió parecerle a Homero la conquista de una ciudad que solo con mucha paciencia arqueológica ha conseguido ubicarse en el mapa. A menos que intentemos imitar la locura de los personajes el tema central de Delirio habanero no es lo que en el gusto cubano por el eufemismo se ha dado en llamar “el problema de la diáspora”. Más allá de su delirio ni el Bárbaro, ni la Reina, ni Varilla han puesto un pie fuera de la isla. El gran tema de la obra no es la relación de una nación con los que se van, los que escapan de su asfixiante abrazo, sino la de un pueblo consigo mismo y con su destino en un país debatido entre la grandeza perdida y el sueño -cada vez más infundado- de recuperarla.
Pese a condición subalterna, abrumado por la gloria imaginaria del Bárbaro y la Reina, es Varilla el personaje decisivo de la trama. No recuerdo un retrato más fiel y comprensivo del pueblo cubano como en esa mezcla de entusiasmo, tenacidad voluble, espíritu soñador, desprecio por el prójimo, reverencia por sus ídolos e ingenuidad tierna y frívola que el que se condensa en el personaje de Varilla. Si la Reina y el Bárbaro son el delirio de la gloria perdida Varilla representa la única (y remota) posibilidad de darle alguna consistencia a sus quimeras. La cercanía inteligente e intensa del director Raúl Martín hacia el texto, la fuerza con que los actores Mario Guerra y Amaryllis Núñez enfrentan sus papeles y la maestría con que Laura de la Uz asume ese espíritu cuya envoltura humana fue conocida como Celia Cruz le da a esta puesta de Delirio habanero una sustancia insondable y milagrosa. Un modo de recordarnos por qué los griegos iban al teatro como quien se prepara para una decisiva entrevista con los dioses.
[Delirio habanero se presenta en Nueva York en el Repertorio español hasta el domingo 16 y en Miami los días 20 y 21 en el Miami Dade County Auditorium]
lindo review.
ResponderEliminartenenos que falar antes de que el ano acabe.