El crítico Joaquín Badajoz ha conseguido en su último artículo en El Nuevo Herald no sólo darnos la más aguda interpretación del proyecto Némesis del artista Geandy Pavón sino al mismo tiempo asomarse de manera desinhibida en el escabroso tema –sobre para los críticos cubanos- de la relación entre arte y política:
Dentro del arte conceptual cubano, tradicionalmente naïve, mimético y asincrónico -que se apropia de conceptos, tendencias y referencias a menudos agotadas en el imaginario occidental creando un pastiche de citas inconexas-, debemos celebrar la coherencia del discurso de Pavón. Sus series pictóricas, así como sus video proyecciones son ensayos visuales sobre un concepto en el que ha trabajado obsesivamente por más de una década: la recontextualización del simbólico vanitas que inspiró a los artistas holandeses del Renacimiento tardío. La vanidad, el vacío de sentido, el contenido perverso del placer, la muerte y el caos son atributos que sirven para resaltar esas realidades políticas o sociales que hemos preferido ignorar mientras disfrutamos la vida. A través de su serie Vanitas o del proyecto multimedia Némesis Pavón recicla los conceptos de la moral y la ética asociada al vanitas y el castigo. El arte es nuevamente la piedra en el zapato que no nos deja abandonarnos a la resaca de la gran fiesta del mercado, y el artista, el guardián que vigila al vigilante, que castiga el relativismo ético y moral de nuestro tiempo. Pavón lo explica mejor cuando conversamos sobre el objetivo de su proyección de la imagen del cubano Orlando Zapata en el Carnegie Hall: “Aquí hay un banquete, un carnaval”, nos dice. “Cuando salgan se encontrarán una calavera, un funeral”.
Hay arte que sorprende, que alcanza su momentum, esa proyección constante que lo aparta del resto, por diversas razones, algunas extraartísticas; pero lo importante es que llegado el caso la obra resista un análisis estético y conceptual. Aunque el arte político corre siempre el riesgo de dejarse despojar por la política, Geandy Pavón ha logrado madurez con una propuesta bien facturada, oportuna sin ser oportunista y que evita el discurso panfletario, una obra que activa el gatillo de la conciencia y nos hacen pensar. En una época de crisis del arte como idea disfrutar de un artista en pleno apogeo creativo, orgánicamente subversivo, incisivo e inquietante, es motivo suficiente para que el temor al vanitas sea menor que la tentación de celebrar.
G&y es la bestia.
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