Este es el texto que leí hoy en la presentación de "Hígado al ensayo", libro de Alfredo Triff:
Alfredo Triff o maneras de asesinar el tiempo
“Hígado al ensayo” es un libro atado al tiempo en que ha sido escrito. O sea, corre el riesgo de cualquier criatura viva o de un reloj conectado a una bomba: morir antes de que dé todo de sí. Porque Alfredo Triff en este libro comienza por eludir esa escritura que pretende la inmortalidad mediante el viejo truco de nacer muerta. No. “La crítica tiene serios problemas con el culo” es su primera línea, como para asegurarse un puesto bajo en la cola de los comienzos memorables. Pero ese es solo el principio. La lengua de Triff es tan viva que tal parece que mientras lo lees el libro te salta entre las manos como un lenguado acabado de sacar del mar. Se le hace parcial justicia vinculándolo a la estirpe de Guillermo Cabrera Infante si pensamos en otro escritor lúdico por definición y modo de acercarse al idioma. Sin embargo buscarle ese parentesco tendría la misma utilidad que la denominación de perro mudo que le dieron los conquistadores a un cuadrúpedo que acompañaba a los indígenas americanos: no serviría para otra cosa que para que nunca demos con ese animal bípedo y grafómano (entre otras tantas obsesiones) llamado Alfredo Triff.
Si tomamos en cuenta que Euclides de Alejandría es considerado el padre de la geometría clásica digamos que Triff es un escritor no euclidiano. Un escritor que pretende que la línea más corta entre dos puntos es la curva teniendo en cuenta que esos dos puntos que deben unir sus palabras son, por supuesto, el nacimiento y la muerte. Pero la adicción de Triff a la línea curva se evidencia no sólo en su recorrido por ciertas sinuosidades de la arquitectura moderna o por el perfil de una nalga. Triff concibe la escritura toda como desvío y en esto no es original: no hay buen escritor en este mundo que no haya llegado a la misma conclusión. No es coincidencia que uno de los más venerables géneros literarios llevara precisamente el nombre de parábola. O que la etimología común de “parábola” y “palabra” nos remita al desvío. Triff sabe que mientras más recta es la palabra más rápido nos acercará a la muerte. Pero al mismo tiempo el escritor comprende que el desvío absoluto, el ilusorio mirar para otro lado, no conseguirá evitar la muerte y sí, en cambio, disolver el poco sentido que podamos inventarnos. En ese difícil equilibrio camina todo “Hígado al ensayo”. Escribir contra el tiempo sin ignorar que el tiempo mismo existe. Todo el libro remite a esta batalla contra el tiempo, a su insoportable insistencia: su título gastronómico porque nos recuerda que la cocina no es otra cosa que materia, fuego y tiempo; sus juegos con la Historia porque invita a imaginar otras posibilidades de acontecimientos que solemos pensar como definitivos y por eso mismo, eternos. Su crítica a ciertas esencias porque nos advierte que no siempre estuvieron allí ni tienen por qué acompañarnos toda la vida. Su ocultación o transmutación de las fechas porque no hay nada como esconder ciertos detalles para que nos interesemos en su existencia.
“Hígado al ensayo”, un libro surgido, en parte, en el tropelaje vocinglero de un blog, está compuesto por textos -como ciertas moscas- destinados a vivir un día y que sin embargo, trasladados del mundo virtual a la tierra firme del papel saben resistir nuestra lectura mucho mejor que otros que ya se pretendían trascendentes incluso antes de ser escritos. Porque este libro promete ser tan duradero como las supersticiones que combate. Y no son pocas: la superstición de Martí, la de la Historia, la del castrismo como broma pesada y la del castrismo como asunto realmente serio. O la superstición martiana de que el racismo desaparecerá apenas se deje de hablar de razas. O aquellas supersticiones espaciales como la de que Miami es un espejismo o es el sitio donde automática y literalmente se pasa a mejor vida, o sea, una versión pantanosa del paraíso. O que La Habana desde siempre estuvo condenada a ser su propia ruina o que el paraíso alguna vez tomó la forma de La Habana de Batista. Respecto a esto último desempolva al tan venerado como poco leído Padre Félix Varela: “La superstición es una suave enfermedad que llega a ser amada por el propio paciente”. Así, sin añadir más, Triff nos sugiere la clave de la persistencia de nuestros fetiches. Pasar del convencimiento de que mientras nos dure la enfermedad seguiremos con vida, a la esquizofrénica conclusión de que vida y enfermedad son una misma y única cosa. Y Triff nos dice todo esto con la misma ausencia aparente de esfuerzo con que Federer juega al tenis, con la facilidad con que el propio Triff invoca referencias que seres más normales tardarían varias vidas en reunir, con la tranquilidad de quien en el fondo, en el fondo, no cree ni en la muerte ni en el tiempo.
Alfredo Triff o maneras de asesinar el tiempo
“Hígado al ensayo” es un libro atado al tiempo en que ha sido escrito. O sea, corre el riesgo de cualquier criatura viva o de un reloj conectado a una bomba: morir antes de que dé todo de sí. Porque Alfredo Triff en este libro comienza por eludir esa escritura que pretende la inmortalidad mediante el viejo truco de nacer muerta. No. “La crítica tiene serios problemas con el culo” es su primera línea, como para asegurarse un puesto bajo en la cola de los comienzos memorables. Pero ese es solo el principio. La lengua de Triff es tan viva que tal parece que mientras lo lees el libro te salta entre las manos como un lenguado acabado de sacar del mar. Se le hace parcial justicia vinculándolo a la estirpe de Guillermo Cabrera Infante si pensamos en otro escritor lúdico por definición y modo de acercarse al idioma. Sin embargo buscarle ese parentesco tendría la misma utilidad que la denominación de perro mudo que le dieron los conquistadores a un cuadrúpedo que acompañaba a los indígenas americanos: no serviría para otra cosa que para que nunca demos con ese animal bípedo y grafómano (entre otras tantas obsesiones) llamado Alfredo Triff.
Si tomamos en cuenta que Euclides de Alejandría es considerado el padre de la geometría clásica digamos que Triff es un escritor no euclidiano. Un escritor que pretende que la línea más corta entre dos puntos es la curva teniendo en cuenta que esos dos puntos que deben unir sus palabras son, por supuesto, el nacimiento y la muerte. Pero la adicción de Triff a la línea curva se evidencia no sólo en su recorrido por ciertas sinuosidades de la arquitectura moderna o por el perfil de una nalga. Triff concibe la escritura toda como desvío y en esto no es original: no hay buen escritor en este mundo que no haya llegado a la misma conclusión. No es coincidencia que uno de los más venerables géneros literarios llevara precisamente el nombre de parábola. O que la etimología común de “parábola” y “palabra” nos remita al desvío. Triff sabe que mientras más recta es la palabra más rápido nos acercará a la muerte. Pero al mismo tiempo el escritor comprende que el desvío absoluto, el ilusorio mirar para otro lado, no conseguirá evitar la muerte y sí, en cambio, disolver el poco sentido que podamos inventarnos. En ese difícil equilibrio camina todo “Hígado al ensayo”. Escribir contra el tiempo sin ignorar que el tiempo mismo existe. Todo el libro remite a esta batalla contra el tiempo, a su insoportable insistencia: su título gastronómico porque nos recuerda que la cocina no es otra cosa que materia, fuego y tiempo; sus juegos con la Historia porque invita a imaginar otras posibilidades de acontecimientos que solemos pensar como definitivos y por eso mismo, eternos. Su crítica a ciertas esencias porque nos advierte que no siempre estuvieron allí ni tienen por qué acompañarnos toda la vida. Su ocultación o transmutación de las fechas porque no hay nada como esconder ciertos detalles para que nos interesemos en su existencia.
“Hígado al ensayo”, un libro surgido, en parte, en el tropelaje vocinglero de un blog, está compuesto por textos -como ciertas moscas- destinados a vivir un día y que sin embargo, trasladados del mundo virtual a la tierra firme del papel saben resistir nuestra lectura mucho mejor que otros que ya se pretendían trascendentes incluso antes de ser escritos. Porque este libro promete ser tan duradero como las supersticiones que combate. Y no son pocas: la superstición de Martí, la de la Historia, la del castrismo como broma pesada y la del castrismo como asunto realmente serio. O la superstición martiana de que el racismo desaparecerá apenas se deje de hablar de razas. O aquellas supersticiones espaciales como la de que Miami es un espejismo o es el sitio donde automática y literalmente se pasa a mejor vida, o sea, una versión pantanosa del paraíso. O que La Habana desde siempre estuvo condenada a ser su propia ruina o que el paraíso alguna vez tomó la forma de La Habana de Batista. Respecto a esto último desempolva al tan venerado como poco leído Padre Félix Varela: “La superstición es una suave enfermedad que llega a ser amada por el propio paciente”. Así, sin añadir más, Triff nos sugiere la clave de la persistencia de nuestros fetiches. Pasar del convencimiento de que mientras nos dure la enfermedad seguiremos con vida, a la esquizofrénica conclusión de que vida y enfermedad son una misma y única cosa. Y Triff nos dice todo esto con la misma ausencia aparente de esfuerzo con que Federer juega al tenis, con la facilidad con que el propio Triff invoca referencias que seres más normales tardarían varias vidas en reunir, con la tranquilidad de quien en el fondo, en el fondo, no cree ni en la muerte ni en el tiempo.
Lamento haberme perdido la presentación. La lectura de tu texto me lo confirma.
ResponderEliminarAbrazo,
A
¡Tremenda combinación! Alfredo Triff y Enrique del Risco... qué pena uno tan lejos. Éxitos a ambos.
ResponderEliminarMI