Un amigo músico me suele decir que detesta los conciertos al aire libre. Que la intemperie está bien para el fútbol pero no para la música. Uno puede replicarle con Woodstock o Monterrey que tuvieron sus momentos de buena música pero a lo mejor esos ejemplos sólo significan que Jimi Hendrix estaba hecho a prueba de los elementos. En cambio el concierto de Juanes en la Plaza de la Revolución pareció diseñado para darle la razón a mi amigo. Aunque el mejor argumento que se desplegó ayer a favor de mi amigo no fue la falta de techo sino de música. Gente que decía que iba a cantarle a la paz y musicalmente se comportaba como terroristas despiadados. Especialmente Luis Eduardo Aute a quien debía incluírsele entre las prácticas prohibidas por la convención de Ginebra. Un concerticida según la clasificación de Trespatines. Y junto con él el resto de la legión española en el desembarco más temible de súbditos de la corona desde los tiempos de Weyler sólo que esta vez -por suerte- su enfrentamiento a los nativos sólo duró unos minutos. Y tantos gallos nacidos de las gargantas de estos repartidores de paz que si no fueran una metáfora del desafine sino realidad tangible habrían resuelto los problemas alimentarios de Cuba para los próximos dos años. (Lo mejor del concierto fue cuando los Jets de Nueva York le ganaron a los New England Patriots pero fue algo que se perdieron los que no usaron el control remoto del televisor con un frenesí similar al mío).
Quedaba la parte política del asunto y en eso los batiblancos de Juanes no desentonaron. No podían hacerlo porque se mantuvieron fieles a la bobería tantas veces demostrada en las semanas anteriores. La paz era amor y el amor era paz y así hasta el cansancio. A veces, para variar, hablaban de convertir el odio en amor con el entusiasmo de los alquimistas del renacimiento aunque incapaces de transformar el denso plomo de sus canciones en otra cosa. No era que esperara que Juanes se convirtiera en el nuevo redentor de los cubanos allí donde Wotyla no pasó de cheerleader del Señor. Más bien aspiraba a que el cantante colombiano rellenara con algo más sustancioso la injustificada idea que tiene de sí mismo (algo así como el Mesías de la cumbia- pop) y de su proyecto pero mi confianza en las capacidades del ser humano para superarse a sí mismo es algo que deberé revisar en los próximos días.
En todo caso el concierto no confirmó los peores augurios de parte del exilio (de que el concierto se convirtiese en canto de alabanza al castrismo) ni las esperanzas infundadas de la otra parte de que el colombiano encabezara a la multitud para aplicarle la operación almohada al Rey del Marabú, sorprendido en medio de la siesta. La bobería maratónica del domingo hace parecer toda la polémica previa como innecesaria –no incluyo, por razones obvias, la destrucción de discos o las amenazas de muerte como parte de la polémica- porque ¿por qué tomarse tanta molestia con algo así? Aunque uno puede consolarse pensando en que pudo haber contribuido a que el concierto no haya sido un espectáculo repugnante en lugar de lo que fue: un acto profundamente insulso. Habrá que esperar por la opinión de las víctimas principales de este concierto. O sea los miles de personas que aguantaron a pie firme durante más de cinco horas al parecer sin que se les agotara sus reservas de entusiasmo. Quizás les bastara pensar en los discursos de dimensiones parecidas soportados años atrás en ese mismo asfalto recalentado para sentirse, por contraste, como la gente más afortunada de la tierra.
Yo intenté ver algo del concierto (por el link de yahoo) pero no aguanté mucho. No se trata de juzgar la calidad del concierto musicalmente o como vivencia, ambas cosas difíciles de apreciar desde mi posición: una noche de domingo, frente a una computadora y con mala calidad del audio. En mi caso particular se trata de que esa música actualmente ni me va ni me viene. Es como cuando uno se tropieza en TV con una vieja serie, una de esas de las que uno no quería perderse un capítulo diez o quince años atrás y que hoy no te puede importar menos. Entonces mi interés era más allá de lo musical, era curiosidad por ver si pasaba algo interesante, pero lo poco que ví era la baba abstracta de la paz y el amor, platitudes de que la guerra es una mierda, exclamaciones en tono desafiante a que es hora de que el mundo se abra a esta isla, el público coreando “Cuba! Cuba! Cuba!”, banderas venezolanas y cubanas de aquí para allá y boberías de calibre semejante. Demasiado para mi estómago un domingo a las 11 de la noche. Y me fui a dormir.
ResponderEliminarNo entiendo porque resulta tan incomprencible que la gente rompa discos cuando juanito y su camarilla no tienen piedad del oido ajeno. LOS ROMPE TIMPANOS POR LA PAZ
ResponderEliminarhablando del concierto, los jets lograron que brady luciera bastante pedestre.
ResponderEliminarpero mark sanchez me sabe a fango, man.
si tú fueras quarterback, ¿no quisieras a la tañón de center?
Releyendo lo que escribí esta mañana me dí cuenta que "inventé" una palabra. Lo que hice fue españolizar una palabra sueca sin darme cuenta (que quince años de usar otro idioma diariamente deja sus huellas). En fin que donde dije "platitudes" quise decir algo así como perogrulladas.
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