Caricatura de Grandville y Daumier cortesía de Guamá
Con Cuba no funciona el efecto dominó. La maldita circunstancia del agua por todas partes amortigua las ondas expansivas de la Historia. Eso ha hecho que la historia cubana (o la puertorriqueña, por poner otro ejemplo) transcurra por trillos muy particulares. La Cuba del XIX tuvo que marchar al ritmo de su propia Historia, de ahí su profunda anacronía con el resto del continente. Se suele mencionar como causa de la poca atracción cubana por la vía independentista durante la primera mitad del siglo los favores que le arrancaron a la corona española reformistas como Arango y Parreño. O el miedo a una revuelta negra similar a la de Haití. Lo cierto es que en muchas partes del imperio español con una aristocracia criolla igualmente indispuesta hacia la independencia fueron arrastrados de muy escasa gana por las tropas de Bolívar, Sucre y San Martín. Los planes de invadir a Cuba naufragaron antes de ponerse en marcha entre otras cosas porque Cuba no ofrecía el aliciente del peligro para las recién liberadas colonias. La Geografía le ganaba la partida a la Historia
A la caída del comunismo europeo se volvió a apostar a que las leyes de la Física hicieran su parte. Una apuesta cuyo fallo no se explica con la tesis de la autoctonía del régimen. Yugoslavia y Albania habían pasado por procesos no menos endémicos y terminaron siendo arrastradas por la marea que inició la perestroika. Cuba, pese a la “amistad inquebrantable” con la URSS y el resto de los hermanos socialistas, era a esas alturas bastante más isla de lo que lo fue en el siglo XIX. Fidel Castro nunca se dejó tentar por el aire de cambios y terminó censurando las películas soviéticas que recogían los signos de los nuevos tiempos con más saña que a las norteamericanas que cumplían su función de opio del pueblo. El 5 de agosto fue mucho menos resultado de ese efecto dominó que del empecinamiento castrista en no ceder un ápice de control sobre cada espacio de la vida nacional. La concesión de los mercados agrícolas inmediatamente después del alzamiento fue un indicio claro de la conciencia del régimen de por dónde pasaban las reformas mínimas (que de haber sido tomadas años atrás hubieran ahorrado enfermedades y miles de muertes en el estrecho de la Florida). El aislamiento cubano funcionaba no sólo hacia el exterior sino a lo largo de la nervadura social de la isla. No es difícil imaginar que las erupciones de malestar que se dieron en todo el país, de haber tenido algo más de coordinación, de simultaneidad, podrían haber derrocado a un régimen que estaba preparado para casi todo menos para luchar contra la idea que tenía de sí. Cada brote de rebeldía fue reprimido con las dos armas que cualquier régimen totalitario dispone en cantidades casi infinitas: la violencia y el silencio. Muchos de ellos -con sus represiones respectivas- son todavía para la mayoría de los cubanos leyendas urbanas a las que cuesta hallarle sentido.
Si el régimen no cayó en aquellos días no fue por su bondad intrínseca o la cobardía innata de sus súbditos. Fue la Geografía (con su vía de escape rumbo norte) y la aceitada maquinaria del totalitarismo lo que lo mantuvo en pie. De los nazis haber sido más modestos en sus planes de expansión Hitler habría muerto en su lecho presidencial viendo los videos de sus discursos favoritos. Su versión española –Franco- sirve para darnos una idea de la capacidad de supervivencia de todo régimen totalitario*. Hay quien insista en resolverlo todo con la Química entre el líder y la masa o la Genética deficiente de esta última. Ahí es cuando los científicos se ponen a hablar de Magia.
*Es injusto, sin embargo, poner a todos los totalitarismos en un mismo saco. Hay que concederle a los de izquierda mejores argumentos -más "humanistas"- para legitimarse y hasta para elegir a sus víctimas.
P.D.: Para abundar en el tema genético ahí va la noticia de detenciones de disidentes que celebraron el 15 aniversario del maleconazo. Entre ellos el indescriptible Antúnez.
Con Cuba no funciona el efecto dominó. La maldita circunstancia del agua por todas partes amortigua las ondas expansivas de la Historia. Eso ha hecho que la historia cubana (o la puertorriqueña, por poner otro ejemplo) transcurra por trillos muy particulares. La Cuba del XIX tuvo que marchar al ritmo de su propia Historia, de ahí su profunda anacronía con el resto del continente. Se suele mencionar como causa de la poca atracción cubana por la vía independentista durante la primera mitad del siglo los favores que le arrancaron a la corona española reformistas como Arango y Parreño. O el miedo a una revuelta negra similar a la de Haití. Lo cierto es que en muchas partes del imperio español con una aristocracia criolla igualmente indispuesta hacia la independencia fueron arrastrados de muy escasa gana por las tropas de Bolívar, Sucre y San Martín. Los planes de invadir a Cuba naufragaron antes de ponerse en marcha entre otras cosas porque Cuba no ofrecía el aliciente del peligro para las recién liberadas colonias. La Geografía le ganaba la partida a la Historia
A la caída del comunismo europeo se volvió a apostar a que las leyes de la Física hicieran su parte. Una apuesta cuyo fallo no se explica con la tesis de la autoctonía del régimen. Yugoslavia y Albania habían pasado por procesos no menos endémicos y terminaron siendo arrastradas por la marea que inició la perestroika. Cuba, pese a la “amistad inquebrantable” con la URSS y el resto de los hermanos socialistas, era a esas alturas bastante más isla de lo que lo fue en el siglo XIX. Fidel Castro nunca se dejó tentar por el aire de cambios y terminó censurando las películas soviéticas que recogían los signos de los nuevos tiempos con más saña que a las norteamericanas que cumplían su función de opio del pueblo. El 5 de agosto fue mucho menos resultado de ese efecto dominó que del empecinamiento castrista en no ceder un ápice de control sobre cada espacio de la vida nacional. La concesión de los mercados agrícolas inmediatamente después del alzamiento fue un indicio claro de la conciencia del régimen de por dónde pasaban las reformas mínimas (que de haber sido tomadas años atrás hubieran ahorrado enfermedades y miles de muertes en el estrecho de la Florida). El aislamiento cubano funcionaba no sólo hacia el exterior sino a lo largo de la nervadura social de la isla. No es difícil imaginar que las erupciones de malestar que se dieron en todo el país, de haber tenido algo más de coordinación, de simultaneidad, podrían haber derrocado a un régimen que estaba preparado para casi todo menos para luchar contra la idea que tenía de sí. Cada brote de rebeldía fue reprimido con las dos armas que cualquier régimen totalitario dispone en cantidades casi infinitas: la violencia y el silencio. Muchos de ellos -con sus represiones respectivas- son todavía para la mayoría de los cubanos leyendas urbanas a las que cuesta hallarle sentido.
Si el régimen no cayó en aquellos días no fue por su bondad intrínseca o la cobardía innata de sus súbditos. Fue la Geografía (con su vía de escape rumbo norte) y la aceitada maquinaria del totalitarismo lo que lo mantuvo en pie. De los nazis haber sido más modestos en sus planes de expansión Hitler habría muerto en su lecho presidencial viendo los videos de sus discursos favoritos. Su versión española –Franco- sirve para darnos una idea de la capacidad de supervivencia de todo régimen totalitario*. Hay quien insista en resolverlo todo con la Química entre el líder y la masa o la Genética deficiente de esta última. Ahí es cuando los científicos se ponen a hablar de Magia.
*Es injusto, sin embargo, poner a todos los totalitarismos en un mismo saco. Hay que concederle a los de izquierda mejores argumentos -más "humanistas"- para legitimarse y hasta para elegir a sus víctimas.
P.D.: Para abundar en el tema genético ahí va la noticia de detenciones de disidentes que celebraron el 15 aniversario del maleconazo. Entre ellos el indescriptible Antúnez.
brother, te quedó muy bueno.... abrazo.
ResponderEliminarExcelente Enrisco, más claro no canta un gallo. Felicidades.
ResponderEliminarMI
Pensando en la isla de Pascua, con sus inmoviles lagartos y tortugas gigantes, no puedo menos que darte la razon.
ResponderEliminarSin embargo, todavia queda por ver como la insularidad detiene las ideas en un mundo globalizado
ResponderEliminarSiendo también una isla, ¿que pensarán de nosotros en Japón?
ResponderEliminarcasaca: ya pensaba que no te asomabas por aca. me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarPi,
ResponderEliminarHablando de insularidad... la Isla de Pascua (Chile) es conocida primordialmente por los moais, que son inmóviles.
En las Islas Galápagos (Ecuador) es que hay tortugas enormes (de ahí el nombre del archipiélago) y muchas iguanas, parte de una flora y fauna de riqueza, diversidad y especialización únicas (remember Darwin).
El aislamiento propicia las condiciones ideales para el desarrollo de individuos singulares (en todos los reinos biológicos).
Saludos,
MI
Iluminador, aunque no sé si el insularismo sea aplicable a todas las islas. Viva Cuba libre.
ResponderEliminarhenry, aunque he reducido mucho mis paseos blogisticos, el tuyo sigue siendo una parada obligada... fijate que hasta los difundo en mi facebook. fuerte abrazo.
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