sábado, 28 de marzo de 2009

El otro Figueredo

Hay días en que puedo ponerme supersticioso. Como ayer. Estaba frente a la computadora leyendo cuando a mis espaldas sentí un pequeño estruendo. Me viré y vi en el suelo los libros que acababan de caer: Tres tristes tigres y Genealogía de la moral de Nietzsche. Otro hubiera llegado a la conclusión de que ya era hora imponer cierto orden a mi biblioteca. No yo. No ayer al menos. “Parece que Cabrera Infante me quiere decir algo” le comenté a mi mujer cuando se asomó a la oficina. De Nietzsche no esperaba ninguna confesión. No sé alemán. Me puse a leer el artículo que acababa de abrir. Hablaba del Chino Figueredo, un personaje de tercera fila de la Historia cubana, casi un figurante, que sin embargo conseguía aparecer en los créditos de ciertos momentos claves. En la muerte de José Antonio Echeverría, el líder del Directorio Revolucionario el 13 de marzo de 1957, por ejemplo. El Chino Figueredo era quien manejaba el carro al salir del asalto a la emisora radio Reloj, y con el resto de los ocupantes del carro se echó a correr al cruzarse con un carro policía. Mientras, Echeverría avanzaba en dirección contraria, hacia la muerte. Ahora Carlos Figueredo volvía a ser noticia como sólo lo puedes ser medio siglo después de coronar tu biografía con una huída: el Chino había muerto. Cierto que era una muerte adobada por la impaciencia que no se espera de quien ronde los ochenta años. Figueredo no ha esperado al curso natural de la biología y decide que esta vez será él quien vaya en busca de la muerte. Por el artículo me entero que fue el Chino Figueredo el encargado de llevar una tanqueta capturada en Santa Clara hasta la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana. Es entonces que descubro que ese personaje oscuro pudo tener no poca influencia en mi vida. En esa tanqueta yo había pasado un montón de horas de mi infancia. Horas a la espera de que mi madre salga de sus clases en la universidad o a que mi familia visite a un abuelo enfermo de muerte en el Calixto García. En una mañana como la de ayer a uno se le antoja que alguna conexión habrá entre ese detalle y el hecho de terminar mis estudios en esa misma universidad con una tesis sobre el Directorio Revolucionario. Que no puede culparse a la casualidad por todo. Tampoco por la caída del libro de Cabrera Infante. Es entonces que recuerdo que Infante había escrito sobre Figueredo. Es en Vista del amanecer en el trópico, ese libro en que relata la historia cubana ahorrándose los nombres de los personajes que intervienen en su trama y los adjetivos que suelen distinguir el bien del mal. No obstante para quien guste de los chismes históricos casi todos los personajes son fácilmente reconocibles y por el libro me había enterado que el Chino se había destacado luego como interrogador:
CUANDO ERA CAMARERO guardaba una pistola en su taquilla a la espera de que viniera algún capitoste del régimen (ésas fueron sus palabras), un coronel del servicio de inteligencia militar o un ministro del gobierno, a comer. Luego participó en el asalto a una emisora de radio el día que asaltaron el palacio presidencial. Acompañaba a su primo. Sobrevivieron el asalto y estuvieron escondidos juntos por unos días. Más tarde se separaron y él se fue a esconder en el sitio de mayor peligro, mientras su primo iba a refugiarse en un apartamento seguro. Ironías de la guerra de guerrillas, el lugar seguro fue asaltado por la policía y mataron a su primo, mientras él sobrevivió hasta el triunfo de la revolución. Lo hicieron comandante pero sin tener nada que hacer se aburría y coleccionaba armas y municiones en su casa. Un día tuvo una pelea con su mujer y le prendió fuego a la cama matrimonial debajo de la cual guardaba las armas y municiones. Las explosiones atrajeron a medio mundo y cuando él salió por entre el humo, riéndose, lo detuvieron y lo degradaron. Estuvo preso algún tiempo pero después lo soltaron y le restituyeron los grados hasta hacerlo capitán y lo asignaron al Ministerio del Interior, encargado de los interrogatorios a presos políticos.
De nuevo soltero, ahora vivía en una casa requisada, en una mansión más bien, donde tenía un piano de cola en la sala y un cuarto alfombrado y acolchado al fondo para oír y hacer música, ya que era un batería aficionado y tocaba muy bien los tambores. Tenía también un vasto ropero (se cambiaba de camisa varias veces en una noche) y una colección de cámaras caras. Andaba siempre rodeado de una cuadrilla y con su cuerpo delgado parecía un torero. A veces hacía reuniones en su casa para beber con sus amigos y oír discos de jazz y hacer música. Estas reuniones duraban desde la medianoche hasta las cuatro o las cinco, cuando se iba a trabajar en los interrogatorios. Había un método en su trabajo. Invariablemente se quitaba la camisa para interrogar a un detenido y según avanzaba la madrugada y el calor de la celda lo hacía sudarse frotaba debajo del brazo y hacía rollitos y bolitas con el sudor y la mugre del sobaco. Después disparaba estos detritus como balas a la cara del interrogado. Se le tenía por un excelente interrogador, tanto que volvió a ser comandante en pocos meses.

Como se verá este relato tiene un aliento mucho más personal que otros del mismo libro. Tiene menos de Historia que de confesión lateral. Entonces descubro que no es casual ese tono. Que Cabrera Infante ayudó a esconderse a Figueredo y a su primo Joe Westbrook, asesinado al mes siguiente en la famosa encerrona de Humbolt 7. El mismo escritor que luego lo describiría a la luz insistente de sus interrogatorios.
Quedan cabos sueltos pero hay días en que a uno le repugna el soborno del azar. Que debe prescindir de explicaciones como la enfermedad o el aburrimiento, esas que bastan para justificar un suicidio en cualquier circunstancia. Uno siente que el juego de explicarse el mundo debe llevarse un poco más lejos que de costumbre ¿Cómo explicar la muerte voluntaria de un sobreviviente nato? ¿cómo explicar a La Genealogía de la moral revolcándose en el suelo con Cabrera Infante? No me queda otra cosa que especular con los pocos datos que tengo a mano. La marcha de los hijos del Chino a Miami y su respuesta: “Me explicaron sus razones y me convencieron”. La visita posterior a la ciudad enemiga habrá redondeado la impresión de derrota. Porque el suicida no parece haber tenido profundos conflictos ideológicos o morales. Su moral en todo caso debió haber sido otra: la moral de los fuertes, de los vencedores, esa moral originaria que según Nietzsche había sido degradada por la de los esclavos. La tanqueta encaramada en la colina universitaria sería la concreción de su idea de la Historia como botín de los vencedores. Cualquier precio estaría justificado por un disfrute que se extendería a los descendientes. La nobleza ganada a tiros que luego se transmite por la sangre. Sólo que la fuga de sus hijos lo enfrentaba a una realidad más bien insoportable: han conquistado un país que ni sus propios hijos desean poseer. Lo más seguro es que yo esté equivocado. Especular tanto de quien sólo se conocen un par de detalles abre posibilidades infinitas al error. Pero es que hay días en que uno debe permitirse ciertos juegos, como ese de que la realidad tiene algún sentido. Porque puede llegar el momento en que la realidad ya no querrá permitir que juegues con ella. Y entonces pasa lo que pasa.

15 comentarios:

  1. Las casualidades se transmutan en causalidades cuando arriban a los puertos adecuados. No olvidar que las casualidades no son mas que una concatenacion de causalidades que no evidencian sus concatenaciones. Yo tambien siempre fui presa de las casualidades-causalidades de la tanqueta del Directorio.

    ResponderEliminar
  2. Enrique: Figueredo pudiera haber sido otro; la historia, también otra; para mí, la pieza que has escrito es excelente.



    Emilio García Montiel

    ResponderEliminar
  3. Genial tu articulo de hoy, Enrisco. Saludos desde Madrid

    ResponderEliminar
  4. Si señor, ¡¡esto es Cultura cubana de la buena!!
    Gracias Enrisco por compartir.

    ResponderEliminar
  5. Excelente escrito Enrisco. También leí el artículo sobre la tanqueta y esta historia que has hilvanado encaja perfectamente con la otra, es decir, despierta en uno la curiosidad acerca del protagonista y su decisión final.

    Las viñetas de Vista del amanecer en el trópico son fascinantes y siempre he tenido lagunas en cuanto a la identidad de muchos de sus personajes y ahora aquí has esclarecido a uno.

    Saludos,

    MI

    ResponderEliminar
  6. De Eliseo Alberto para Enrico.
    Enrico: Gran texto. Por razones que no vienen al caso, rara vez dejo comentarios en los blogs, pero este domingo me atrevo a colgar uno en tu puerta para darte las gracias, desde lejos y sin conocernos. Suicidarse, en Cuba, no es rendirse sino todo lo contrario: es vencerse. Si el suicidio de un anciano siempre nos provoca un asombro desconcertante, ¿cómo no estremecernos ante el harakiri o balazo de un viejo interrogador, coleccionista de armas? ¿Qué preguntas no pudo responder ante el espejo, cara a cara consigo mismo, con su verdugo? De veras, un gran texto.
    Eliseo Alberto.

    ResponderEliminar
  7. Disculpa: mi compu "rectificó" mi ortografía y donde debía decir ENRISCO se comió la S y dejó ENRICO.
    Suerte, Eli(s)eo Alberto.

    ResponderEliminar
  8. Excelente artículo, hilvanando la historia, algo que nos hace tanta falta. Gracias Enrisco.

    ResponderEliminar
  9. Estás pasado de liga,nunca dejo comentarios en los blogs,hoy rompo la costumbre...emocionante,mi hermano
    Un abrazo
    Boris.

    ResponderEliminar
  10. Muy buen articulo me gusto mucho gracias por el regalo

    ResponderEliminar
  11. Miguel Vanguardia6 de junio de 2017, 4:34

    Acabo de leerte en Argentina en nuestro blog llamado 'Grupo Cuba', publicado por una comparada (compañera-camarada) visitante reincidente de la isla y me congratuló a mi mismo por haberlo hecho. Has logrado atraparme con tu prosa y enredarme en el relato de esta pequeña pieza de la historia de tu entrañable país. Mis humildes felicitaciones por tu regalo literario y gracias a las causalidades que me han permitido el placer de leerlo.

    ResponderEliminar
  12. Envuelta en casualidades estoy impresionada y emocionada. Soy argentina, dos meses atrás estuve en Santiago en la casa de la madre y hermana de Carlos Figueredo. Mi ignorancia de muchos detalles de la historia cubana, hicieron que me perdiera la profundidad de la charla con estas dos hermosas mujeres que me mostraban con orgullo fotos, artículos de diarios y el libro " Agua caminada" dedicado a su hermana con un "Con cariño para mi querida hermana Nancy Patria o Muerte". Siguiendo con las causalidades y buscando cuentos para contar ( soy narradora oral y fotografa) termino en tu blog con este maravilloso relato... (las fotos están en mi página de face Macachia imágenes y palabras). Gracias por compartir tu vivencia

    ResponderEliminar
  13. La mamá de El Chino Figueredo murió en el exilio, y el, no tuvo hermanas, ni hermanos. Chino era hijo único. Tampoco estuvo en Miami, eso es falso. La mamá de Joe Westbrook tambien murió en el exilio. Paren de decir mentiras. Si no tienes una verdad que ofrecer, mantente callado. No me gusta el brete de los comentarios, pero, punto y aparte de mi opinión acerca del artículo me da rabia que mientan, asi a lo descarado. Ni estoy defendiendo, ni estoy acusando, solo aclaro que no es cierto todo lo que dicen. Gracias,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El chino tenía une medio hermano. Perucho figueredo Me abuelo Ricardo figueredo tuvo dos hijos Carlos y Perucho figueredo mi papá

      Eliminar
  14. De qué articulo esta hablando? quien habló de madres y hermanos? Está seguro que habla de este artoculo?

    ResponderEliminar