A Jorge Ferrer de El Tono de la Voz quiero agradecerle haber incluido en su blog un generoso comentario sobre mi libro Elogio de la levedad y un fragmento de su capítulo final. También me da la oportunidad de leer las opiniones de los lectores que me han resultado muy instructivas sobre todo porque consiguen resumir muy bien una de las grandes virtudes cubanas: no dejar distraerse por ninguna idea ajena a la hora de soltar el discurso propio. Y otra bella tradición: dedicarse a descubrir agentes castristas en los sitios mas insospechados. Aquí reproduzco el fragmento citado por Ferrer que es un breve capítulo que lleva el mismo título que el del libro:
Elogio de la levedad
Por Enrique del Risco
A pesar del esfuerzo desmitificador de estos ensayistas su propio discurso a su vez no está exento de una dimensión mítica. Todos estos estudios, en su esfuerzo por la localización del origen del “mal” en el cuerpo mismo de la nación, “mal” en el que se que podría reincidir en cualquier futuro posible de no tomarse las debidas prevenciones, pueden resumirse en un nuevo relato mítico. Según este la Revolución y el régimen totalitario resultante son consecuencia y castigo por los pecados cometidos por aquellos que en la construcción de la nación no supieron ver, imaginar y defender otras soluciones que las que no emanaran del relato revolucionario. Conscientes de que el actual régimen ha permanecido demasiado tiempo como para desconocer su peso e importancia en la historia y la memoria nacionales estos ensayistas a diferencia de aquellos críticos de la Revolución en las primeras décadas intentan encontrarle un sentido al relato revolucionario y sobre todo a su agotamiento para imaginar salidas a la ruptura que se avecina tras la muerte de las principales figuras del régimen. De ahí que no baste con apelar a las tradiciones democráticas y liberales en el sentido más amplio, marginadas durante décadas por el discurso oficial. Estos ensayistas no desconocen el estado de agotamiento de la sociedad cubana actual, la profunda crisis de confianza en “los discursos ‘duros’ de identidad nacional, reflotados en la última década” (Nuez.12), suspicacia que algunos han dado en llamar “cansancio histórico”. Tampoco ignoran que la nueva Tierra Prometida de la democracia y el estado de derecho (“paraíso de la indistinción y de la indiferencia” al decir de Jorge Ferrer) carece del aura redentora de las revoluciones y que “es muy posible que se arribe a ella cuando ésta manifieste su canto de cisne, cuando pasa sus horas más bajas el Homo democraticus” (Nuez.12) Por lo demás el énfasis del discurso oficial en su propia gravedad y sus reacciones desmedidas hacia todo lo que pudiera parecer frívolo o leve estimularon el crecimiento de una sospecha: la de la vacuidad de ese discurso y su incapacidad de respuesta ante los discursos críticos que no imitaran su propia gravedad. Esto lleva a Carlos Alberto Aguilera a la conclusión de que
parece que un estado es mucho más frágil de lo que in situ aparenta. De ahí que como decía la Mandelstam tengan que castigar y hacer cirugía hasta el hueso, silenciando cualquier relato o palabra que coloque en evidencia los rasgos creativos. De ahí, que a todas las ficciones de estado falte risa. (Aguilera)
Esta conjunción de circunstancias políticas y necesidades discursivas, de exaltación oficial de nacionalismo y agotamiento íntimo de ese tono discursivo fue la causa de que con sorprendente sincronía muchos de estos ensayistas hayan lanzado una especie de cruzada contra los discursos graves del estado y a su vez empiecen a apelar a un discurso nacional “leve”. Desde Rafael Rojas con su propuesta de un “patriotismo suave” hasta José Manuel Prieto o Emilio Ichikawa exaltando las virtudes de la frivolidad. Desde Jorge Ferrer invitando festivamente a la apostasía patriótica hasta las arremetidas del propio Ichikawa contra la exaltación del heroísmo y el espíritu de sacrificio. Como diría Rojas al definir esta tendencia “Frente al metarrelato monumental de la nacionalidad, se coloca un discurso tenue y sensitivo que ironiza hasta su propia resistencia” (Rojas.1998.223). Las alternativas que ofrece este discurso leve y autoirónico van desde mesuradas recomendaciones de convivencia democrática o reconstrucción arquitectónica hasta propuestas ironicamente delirantes como la sustitución de los omnipresentes bustos de Martí por “piezas bicéfalas, en las que unos mismos hombros sostengan las cabezas de Martí y Shabbatai Tseví”, famoso apóstata judío (Ferrer.162) o el proyecto de monumento funerario para Fidel Castro ideado por el arquitecto exiliado Rafael Fornés.
En esta apelación a la levedad se ha querido encontrar una vacuna contra futuros totalitarismos -al tiempo que se erosiona el monolitismo del discurso actual- luego de que estos ensayistas se han convencido de que “la desembocadura de todo proyecto ulterior en el gulag o en Auschwitz (...) es evitable rebajando el perfil detonante de esas retóricas que hoy nos hablan en nombre del Pueblo, de la Causa, de la Patria, incluso de la Democracia” (Nuez.13) La adopción de un discurso leve sirve para contaminar de levedad las retóricas graves a las que se enfrenta, hace sospechar del peso que se atribuyen a sí mismo los discursos graves y denuncia su fragilidad, puesta de manifiesto en su incapacidad de hacerle frente a ese discurso leve como no sea suprimiéndolo. De ahí que José Manuel Prieto manifieste su asombro de que “hasta ahora nadie haya reparado en el devastador efecto de la frivolidad sobre el cuerpo del totalitarismo.” (J. M. Prieto.73) Por eso propondrá frente a los discursos disidentes que reproducen la gravedad del discurso que critican un “tránsito hacia lo frívolo, o lo que es lo mismo, hacia lo humano: los grandiosos objetivos de la época rebajados a pequeñísimos goces actuales; un presente hinchado de significados, vasto, disfrutable en todos sus resquicios” (79) Incluso en proposiciones más vehementes como la de Jorge Ferrer, con su invitación a la apostasía incluida, se aprecia un gesto lúdico cuyo juego consiste en convertir la precariedad y el tedio histórico en sistema e incluso, señas de identidad:
Vindico, ya por fin, un nuevo reino. Vindico una nación de apóstatas que se reconozca gozosa de ser tal. Una nación deslocalizada e imbuida de una perpetua conversión. Una Cuba conversa y convertible. Otra teleología, otro espacio de redención, en el que se encarnen al mismo tiempo la tradición relegada al olvido y la ironía sobre esa misma tradición (Ferrer.160)
Otro tanto hace Emilio Ichikawa en su invitación a un hedonismo helénico en oposición al discurso del eterno sacrificio sostenido por el poder cubano. Lo que proponen todos estos textos es una fe al alcance de todos, de los mártires de la democracia y de los paralizados por el cansancio histórico. Este discurso leve responde más que a un aparente nihilismo a lo que Rojas llama una “ética intelectual de una edad sin certezas” (Rojas.1998.222).
Por otra parte, estos escritores han comprendido que para tener algún éxito en su guerra de guerrillas discursiva deben empezar por cambiar los paradigmas. Hay que tener en cuenta que no sólo se trata de enfrentar al todopoderoso sistema de propaganda castrista sino también a la nostalgia de occidente por aquellos tiempos no tan lejanos en que todo prometía cambiar de una vez y por todas. Nostalgia por los tiempos en los que los futuros gurús del posestructuralismo francés, y uno que otro estadista europeo o latinoamericano buscaban su sitio tras las barricadas.
Y he allí una de las paradojas más sugerentes del nuevo ensayismo cubano. Se ha valido de vocabularios, estrategias discursivas, gestos políticos y nuevas zonas de reinvindicación promovidos por un pensamiento nostálgico de la Revolución para cuestionarse la única revolución modélica que al menos en apariencia ha sobrevivido al siglo XXI. Han intentado evitar el enganche simbólico del régimen cubano al carro de la posmodernidad y la cultura de la diferencia denunciando su carácter básicamente antimoderno, delatando su conservadurismo profundo.
Pero existe una paradoja todavía más desconcertante. Esta es el hecho de que sea Cintio Vitier, la bestia negra de la mayor parte de los ensayistas a que me he referido, quien de una manera inédita hasta entonces hubiera insistido en 1957 en la levedad cubana y en sus posibilidades positivas. En Lo cubano en la poesía Vitier enumera diez esencias de lo cubano entre las que incluye “ingravidez”, “intrascendencia”, “despego”, “vacío” todas estas asimilables a lo que aquí he llamado “discurso leve”. Cierto es que Vitier “frente a esa imagen constante y normal de lo cubano” opone “solitario y heroico, el empeño fundacional de la trascendencia, de la gravedad, de la sustancia, alimentado cada vez de modo distinto en la raíz hispánica, como lo demuestran los casos, por lo demás tan diversos de Martí y de Lezama, concluyentes a este respecto” (Vitier.1970.576) No obstante que Vitier favorezca el gesto grave y trascendente sugiere que la levedad cubana, “ese despego tácito y oscuro”, “encierra también otros sentidos de posible aprovechamiento espiritual” (579) y señala entre las principales ventajas “la de escapar, siquiera sea parcialmente, a las fatalidades dialécticas de la cultura y a las intoxicaciones del causalismo intelectual”. O que “nuestra falta inicial de dones para la continuidad del discurso, puede llevarnos a la posibilidad de otro planteamiento de los dones” (579).
Enrisco, de modo que en ese libro la emprendes con Martí?
ResponderEliminar¡Qué obsesión!
giuseppe
yo no tengo ningun problema con Marti. lo que no soporto son los martianos.
ResponderEliminarNi tú mismo te entiendes.
ResponderEliminarVoy a consultar como se llama ese sentimiento que experimentas.
giuseppe
Los martianos llegaron ya
ResponderEliminary llegaron bailando cha-cha-cha.
Martianos o martistas?
Saludos.