No hace mucho le preguntaba a un amigo por Alberto Rodríguez Tosca, el poeta. Un tipo callado (en la tribu le decían el Mudo, dirían Les Luthiers), de mirada clara y tranquila. Hoy me ha llegado por correo (electrónico) una revista, Cañasanta, que se anuncia como Revista sobre Arte y Literatura Latinoamericana y en ella descubro con placer poemas de Tosca y hasta una reseña de su libro “Las derrotas” editado por Ediciones Unión en el 2006. Les dejo uno de los poemas:
Toda la dicha está en una cabina de teléfono
y toda la mugre y todo
el desamparo.
Ningún sitio mejor
para iniciarse en el conocimiento
de las grandes ausencias: aquí
está el hombre solo y ni siquiera
el otro lado es alguien.
Yo soy
el hombre solo y tú eres Dios
y yo soy de nuevo el hombre.
No hay diferencia entre tu palabra
y la mía, salvo que
nuestros interlocutores son sordos.
No hay diferencia entre tu sordera
y la mía, salvo que nuestros interlocutores
hablan demasiado.
Asoma
tu nariz a la nube y di
si me faltan motivos cuando gasto
tiempo y monedas en vaciar
en tu barba encrespada un poco
de este horror.
Señor,
yo no creo en Ti, pero te pido
que me defiendas esta noche
de los dioses en los que creo. Míralos
caminar entre los hombres disfrazados
de hombres.
Reconócelos
por su seguridad: están seguros.
Remontan calles, clubes, oficinas
y los persigue la seguridad
como una sombra. Y si llueve les sirve
de paraguas y de pañuelo si hace sol.
No necesitan tu perdón pues
"saben lo que hacen". No se dan cuenta
de que los has abandonado y por eso
no preguntan "¡Dios mío Dios mío!" No es
por soberbia sino por ignorancia
que no preguntan, Señor.
La tierra
sigue girando a tu pesar. Los tigres
todavía respiran, se aluniza en la luna
y el corazón de mi madre se rompió
como cáscara de huevo el día más injusto
de 1993.
No te culpo por eso. Al fin
y al cabo, alguna noche su hijo menor
tenía que aprender a caminar herido
y con los ojos abiertos por entre riscos
untados de sangre, candilejas
rebosantes de nieve y otros arduos caminos
de tu divina creación.
Infelices las multitudes
que nunca han entrado a una cabina
de teléfono. Pobrecitas Dios mío lo saben
todo: se conocen ellas y me conocen a mí
que soy el hombre y no me conozco.
Pero no se preocupe, Señor: la ciudad
no conoce a sus padres los hijos
no conocen a sus hermanos los hermanos
compran alcohol en los suburbios
y se emborrachan con un niño demente
que lo conoce todo y siempre
Yo estoy más cerca de todo eso
que los padres que los hijos que los
hermanos y hasta que el niño demente.
Y me emborracho más
y estoy más en silencio, sólo que ya es
muy tarde para limpiar el buen nombre
de esta sabiduría venida a menos.
¿Se comprende que hablo por mí,
que no comprometo a nadie, que soy
el hombre solo y tú eres Dios
y que soy de nuevo el hombre, alzado
sobre dos piernas y hablando por mí,
luego de soportar durante tantos años
que las palabras de otros me definieran?
¡Ah si ser el hombre y Dios
y ser de nuevo el hombre significara algo!
Si estar aquí si hablar si resistir callado.
Pero nada de eso significa.
Perdemos el tiempo, Señor. Se me acabaron
las monedas.
Adiós.
Es raro ver poesia por aqui, pero esta es de la buena, asi que bienvenida sea. Saludos.
ResponderEliminartienes razon Ernesto. una docena de poemas (sin contar los satiricos de algun que otro colaborador) en dos annos es muy poco. eso se lo dejo a los especialistas como Salcedo, Chago, Romay o Sosa. aca son una rareza pero tratare de que lo sea menos. abrazos.
ResponderEliminarsi. muy bueno este poema. la verdad. hacia rato que no leia poesia nueva.
ResponderEliminarEnrisco, me sumo al coro. Es poesia de la buena. Entiendo que aparezca poco... y se agradece cuando sucede. Saludos desde Varsovia de Madeleine
ResponderEliminarLa Revista Cañasanta: se anuncia o es de Arte y Lietratura.
ResponderEliminarLo digo ya que soy colaborador de ahí y le sugiero más cosas buenas para que leas.