La preocupación es vieja pero encuentro un par de buenos pretextos para reactivarla. Una entrevista a Adalberto Álvarez, residente en Cuba y otra a Manolín, quien vive desde el 2001 en Miami coinciden sin proponérselo en el creciente provincialismo de la música cubana, el más feliz de todos los síntomas de lo cubano. Mientras Manolín nos sorprende con un descubrimiento (“Una de las cosas que he terminado de ratificarme este año es que vengo de la música cubana”) Adalberto Álvarez le confiesa a Edmundo García “Yo un día hablaba con Formell -somos muy buenos amigos- y yo le decía: “Juan yo no pudiera escribir la música que yo hago fuera de Cuba”, porque cuando yo salgo el que sirve la gasolina me da el coro que yo necesito para la canción nueva”.
No nos detengamos en las circunstancias que dieron lugar a esa conversación entre Adalberto y Formell (sin dudas especulando sobre dar pasos como el que dio Manolín en su día). En ambas entrevistas se percibe la brecha que existe entre Cuba y el mundo, brecha que los músicos populares resienten de manera especial y obviamente le temen como los antiguos marinos al abismo en el que supuestamente terminaba el océano Atlántico. Y de ese temor ha salido toda una filosofía, una devoción por los orígenes que se ajusta a la perfección a lo que llamo el nacionalismo del boniato: son pura raíz.
Si la música cubana llegó a ser nuestro principal producto de exportación cultural, la manera más amable de conquistar el mundo, no fue por su fijación en cierta pureza telúrica (para los que no tienen diccionario: relativo a la tierra) sino por la capacidad de asimilación de todo lo que iba cayendo por el archipiélago sin desdeñar lo que ya eran. Los músicos cubanos no sólo tocaban para todo el mundo: también escuchaban. Hasta sentían en el roce de las suelas por las pistas de baile de la Tropical o del Salón México la manera en que los bailadores exigían más ritmo o un respiro.
Es conocida la anécdota que relata el origen de uno de nuestros sones más conocidos: el Septeto Nacional había sido invitado a representar a Cuba durante la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929) y, ante la dificultad de los bailadores para seguir los acelerados ritmos del grupo, Ignacio Piñeiro compuso “Suavecito”. Los músicos cubanos no se sentían abrumados al salir del mundo por la razón elemental de que su insularidad no alcanzaba para sentirse fuera de este mundo. De ahí que Chano Pozo tocara con la misma frescura para la comparsa de Belén, su barrio, que para el big band de Dizzy Gillespie. “Buenavista Social Club” es, como su nombre lo indica, una pieza compuesta para un humilde club local que tuvo más fortuna que otras. Una música que nacía en el barrio y se identificaba íntimamente con este luego desconocía el miedo escénico en los escenarios mundiales.
La noción de que los músicos cubanos pierden su esencia nacional junto con el carnet de identidad no sólo sirve a los mismos que controlan el servicio de inmigración en la isla sino que conspira contra el desarrollo de una música que durante siglos hizo de su libertad y mimetismo sus principales virtudes. Y no resiste la evidencia de que los dos músicos cubanos más populares en todo el mundo (Pérez Prado y Celia Cruz) hiciesen la mayor parte de su carrera instalados fuera del país. O de que Machito y Arsenio pasaran largas décadas fuera de la isla sin perder su cubanía y al mismo tiempo sin dejar de ampliar su horizonte musical. O de que el mayor éxito discográfico cubano del último medio siglo (ese con nombre de club de barrio) se remitiera a una época anterior, una que muchos en el mundo quieren ver como el punto cero de la pureza musical cubana pero justamente corresponde a la de mayor "contaminación".
Es cierto que la música popular en todo el mundo hace mucho tiempo no ofrece otra cosa que un paulatino empobrecimiento. También lo es que los músicos cubanos –fuera y dentro de Cuba- se ven enfrentados a intereses políticos y comerciales que los superan. Pero también es cierto que después de abusar de la complicidad con un público cautivo al salir al mercado internacional su impacto es escaso y limitado. Por mucho que se insista no toda la culpa la puede cargar un mercado las más de las veces miope y encima, sordo.
Cuando Adalberto Álvarez intenta atribuir el hecho de que a los “artistas que desde aquí fueron a Europa, recorrieron París, Italia, se hicieron famosos en Europa, desde Cuba y ya, hoy en día, desde Europa casi ni los llaman” a que “al europeo le gusta consumir la música cubana que se hace en Cuba, porque aquí siempre está el dicharacho último, lo último que pasa, está la novedad” no sé si intenta confundir a alguien o ya ha conseguido engañarse previamente. De cualquier manera debería saber que al contratar a una orquesta cubana las más de las veces los empresarios pretenden alquilar un mito más que capturar una esencia envuelta en un dicharacho. Nadie pierde una esencia en un mes pero en esa misma fracción de tiempo un músico cubano puede perder un contrato si renuncia a su pasaporte.
Me preocupan más, al menos en este caso, las implicaciones musicales que las políticas. El cuento de las esencias que sólo pueden conservarse pasando de vez en cuando por la aduana del aeropuerto José Martí puede conseguir algún que otro contrato pero no resolver el problema de una música atrapada en un provincialismo furibundo y, por si fuera poco, patéticamente orgulloso. ¿Se han preguntado qué pasará cuando la etiqueta “Cuba” deje de vender por sí sola y la música no sea más que eso, música? Da igual donde se viva ahora mismo o donde se piense pasar el próximo quinquenio: la desconexión de la música cubana actual con el resto del mundo -su fatal municipalidad- es cada vez más visible y hacer de ella una bandera no es el mejor modo de superarla.
No nos detengamos en las circunstancias que dieron lugar a esa conversación entre Adalberto y Formell (sin dudas especulando sobre dar pasos como el que dio Manolín en su día). En ambas entrevistas se percibe la brecha que existe entre Cuba y el mundo, brecha que los músicos populares resienten de manera especial y obviamente le temen como los antiguos marinos al abismo en el que supuestamente terminaba el océano Atlántico. Y de ese temor ha salido toda una filosofía, una devoción por los orígenes que se ajusta a la perfección a lo que llamo el nacionalismo del boniato: son pura raíz.
Si la música cubana llegó a ser nuestro principal producto de exportación cultural, la manera más amable de conquistar el mundo, no fue por su fijación en cierta pureza telúrica (para los que no tienen diccionario: relativo a la tierra) sino por la capacidad de asimilación de todo lo que iba cayendo por el archipiélago sin desdeñar lo que ya eran. Los músicos cubanos no sólo tocaban para todo el mundo: también escuchaban. Hasta sentían en el roce de las suelas por las pistas de baile de la Tropical o del Salón México la manera en que los bailadores exigían más ritmo o un respiro.
Es conocida la anécdota que relata el origen de uno de nuestros sones más conocidos: el Septeto Nacional había sido invitado a representar a Cuba durante la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929) y, ante la dificultad de los bailadores para seguir los acelerados ritmos del grupo, Ignacio Piñeiro compuso “Suavecito”. Los músicos cubanos no se sentían abrumados al salir del mundo por la razón elemental de que su insularidad no alcanzaba para sentirse fuera de este mundo. De ahí que Chano Pozo tocara con la misma frescura para la comparsa de Belén, su barrio, que para el big band de Dizzy Gillespie. “Buenavista Social Club” es, como su nombre lo indica, una pieza compuesta para un humilde club local que tuvo más fortuna que otras. Una música que nacía en el barrio y se identificaba íntimamente con este luego desconocía el miedo escénico en los escenarios mundiales.
La noción de que los músicos cubanos pierden su esencia nacional junto con el carnet de identidad no sólo sirve a los mismos que controlan el servicio de inmigración en la isla sino que conspira contra el desarrollo de una música que durante siglos hizo de su libertad y mimetismo sus principales virtudes. Y no resiste la evidencia de que los dos músicos cubanos más populares en todo el mundo (Pérez Prado y Celia Cruz) hiciesen la mayor parte de su carrera instalados fuera del país. O de que Machito y Arsenio pasaran largas décadas fuera de la isla sin perder su cubanía y al mismo tiempo sin dejar de ampliar su horizonte musical. O de que el mayor éxito discográfico cubano del último medio siglo (ese con nombre de club de barrio) se remitiera a una época anterior, una que muchos en el mundo quieren ver como el punto cero de la pureza musical cubana pero justamente corresponde a la de mayor "contaminación".
Es cierto que la música popular en todo el mundo hace mucho tiempo no ofrece otra cosa que un paulatino empobrecimiento. También lo es que los músicos cubanos –fuera y dentro de Cuba- se ven enfrentados a intereses políticos y comerciales que los superan. Pero también es cierto que después de abusar de la complicidad con un público cautivo al salir al mercado internacional su impacto es escaso y limitado. Por mucho que se insista no toda la culpa la puede cargar un mercado las más de las veces miope y encima, sordo.
Cuando Adalberto Álvarez intenta atribuir el hecho de que a los “artistas que desde aquí fueron a Europa, recorrieron París, Italia, se hicieron famosos en Europa, desde Cuba y ya, hoy en día, desde Europa casi ni los llaman” a que “al europeo le gusta consumir la música cubana que se hace en Cuba, porque aquí siempre está el dicharacho último, lo último que pasa, está la novedad” no sé si intenta confundir a alguien o ya ha conseguido engañarse previamente. De cualquier manera debería saber que al contratar a una orquesta cubana las más de las veces los empresarios pretenden alquilar un mito más que capturar una esencia envuelta en un dicharacho. Nadie pierde una esencia en un mes pero en esa misma fracción de tiempo un músico cubano puede perder un contrato si renuncia a su pasaporte.
Me preocupan más, al menos en este caso, las implicaciones musicales que las políticas. El cuento de las esencias que sólo pueden conservarse pasando de vez en cuando por la aduana del aeropuerto José Martí puede conseguir algún que otro contrato pero no resolver el problema de una música atrapada en un provincialismo furibundo y, por si fuera poco, patéticamente orgulloso. ¿Se han preguntado qué pasará cuando la etiqueta “Cuba” deje de vender por sí sola y la música no sea más que eso, música? Da igual donde se viva ahora mismo o donde se piense pasar el próximo quinquenio: la desconexión de la música cubana actual con el resto del mundo -su fatal municipalidad- es cada vez más visible y hacer de ella una bandera no es el mejor modo de superarla.
Más que elocuente, Tigre.
ResponderEliminarHabía husmeado en ese mejunje sin sintetizarlo tan bien, pero usando "indigenismo" en lugar de "provincialismo."
Hey Enrisco y que me dices de estribillos como:
ResponderEliminar- "Sacale punta al lapiz, Teresa..."
_ "Si tu mama me lo dio por que tu me lo quitas.."
- "Voy a pedir pa ti lo mismo que tu pa mi..."etc,etc.
Hay que tener pantalones para decir que hay que vivir en Cuba para alimentarse de la "sabia popular" y sacar estos estribillos!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGuicho: lo que no me funciona del indigenismo es que en Cuba todo el mundo está acabado de llegar, hasta los taínos (aunque concuerdo contigo en que la actitud recuerda a los indigenistas de verdad con la diferencia de que está todavía menos justificada). Lo más exacto quizás sería hablar de chovinismo pero quería subrayar el localismo actual frente a la avidez de mundo que se nota en la música anterior. Siempre en Cuba hubo quien defendía una idea de lo nacional muy reducida pero el equilibrio entre lo local y lo universal terminaba imponiéndose. Por otro lado la música cubana siempre fue bastante chabacana pero conservaba cierta gracia natural que ahora escasea. Siempre va haber algo falso en un músico de conservatorio haciéndose pasar por marginal (de ahí que los reguetoneros hayan hecho zafra: ellos al menos son lo que parecen ser). Noto una preocupante falta de saber estar como me preocupa ese chovinismo furioso que en el fondo delata mucha inseguridad. ¿De qué vale profesar nacionalismo si siempre tienes que darte explicaciones (o dárselas a los demás sin que te la pidan) de por qué vives en tu país? Por cierto, la musica braliseña y la norteamericana son muy locales a su manera pero por un lado les basta con su mercado interno para subsistir y por otro no le tienen ese miedo a lo otro que uno nota en los músicos cubanos, ese miedo a perder su "esencia" como si del aroma de un perfume barato se tratara. El aislamiento no es bueno para una música como la cubana y lo más preocupante es que muchos músicos a la larga se sienten protegidos por ese aislamiento que los convierte en reyes en el país de los ciegos. Y luego los ves totalmente desvalidos cuando se quedan afuera y lo mismo se encierran en sus trece que se transforman hasta quedar irreconocibles para ellos mismos. Yo me crucé con Manolín en un programa de TV en Miami en el que cantaba baladas y aquello daba grima... y ahora veo que regresa al discurso del boniato sobre las raíces como si no acabara de encontrar su centro. Y el castrismo va y es eterno pero el aislamiento tiene que acabarse alguna vez y la mentalidad de la mayoría de los músicos no está preparada para eso: o no los entienden fuera de la Tropical, o son experimentales (en el peor sentido de la palabra: el de nunca llegar a nada concreto) o son copias baratas de lo peor que se hace afuera. Y en el fondo lo que siento en esos músicos es miedo, mucho miedo a ser ellos mismos donde quiera que estén. Esa es la consecuencia lógica de haberse pasado toda una vida en una incubadora: al final no sabes vivir fuera de ella. (Y esto último por supuesto vale para todos nosotros, no sólo los músicos).
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo contigo, Henry... y como apuntas al final, no solo es válido para los músicos (a quienes en mi época en que intentaba serlo los comparaba graciosamente con los deportistas), sino con cualquier "profesional".
ResponderEliminarCdo por razones de trabajo me he topado con algún isleño, en el mejor de los casos siento verguenza ajena (desde la forma de hablar y conducirse hasta las ideas absurdas que profesan y defienden - y no hablo de política).
Ese provincianismo que observas en sus argumentos es una respuesta inconsciente al miedo que les provoca vivir en libertad, a sentirse expuestos. Es parte de la coraza, es autodefensa, es, simplemente, pobreza y falta de recursos.
es que la uneac, las escuelas de arte y el ministerio de cultura han pulido la estetica de "lo que tenemos", que no es mas que la estetica de la pobreza. La pobreza se entiende no como un periodo del cual se saldra algun dia, no, se entiende como lo imperante y eterno, una vez firmado por 99.99% de los cubanos un referendo que compromete al pais en el mismo socialismo que se ha vivido pues no hay mas que esperar. ya no se habla del futuro luminoso, se habla de la victoria de las ideas y eso como ya habiamos visto ha tenido lugar. Entonces que vengan la pobreza, la neciedad y el conformismo como cualidades del cubano no es de extrañar. Los musicos repiten lo que ellos creen que los hace autenticos, en el caso de los artistas de la imagen como dirias hace un tiempo el aislamiento los hace abrir un movimiento inspirados en una revista que les cae en sus manos despues de defender el carbon y el palo a capa y espada.
ResponderEliminarLa cosa está en el hip hop, Enrisco. La salvación de la música cubana vendrá cuando reguetón y hip hop se confundan en un solo género donde la dialéctica de los autóctono y lo cosmopolita quede anulada en los espasmos rítmicos y el flow de letras con Advisory Parental
ResponderEliminarClarisimo, Enrisco: mucha tecnica, pero falta "mente".
ResponderEliminarHay mucho de acertado en el tema de la insularidad cultural y de las taras que puede traer.
ResponderEliminarPero creo que estan analizando mas bien el fenomeno de la timba de los 90, que si bien revoluciono la musica bailable no creo que represente lo mas novedoso y prometedor musicalmente en la isla.
Artistas como Habana Abierta, Hayde Milanes, Osdalgia, Roberto Fonseca, Omar Soza, Interactivo, Oggere o X Alfonso, completarian un panorama mas amplio, aunque estos no escapan a los dilemas del provincionalismo, raices, influencias y el mercado.
Igual creo que a nivel internacional la musica popular actual esta en uno de los momentos mas miserables de la historia, estrellas compitiendo por el pop hit mas vanal, echando mano a cuanto retro revival se le ocurra al manager, el rock menos arriezgado, el disco mas machacon, el rap mas cinico.
ultimo anonimo: incluyo a todos con la excepcion quizas de los jazzistas y no solo por la musica que estan haciendo. a veces tambien pesa, y mucho, el modo chapucero en que asumen la profesion de musicos o mas bie su falta de profesionalidad que se refleja tanto en la calidad de las grabaciones hasta su proyeccion en el escenario compensada (desde el punto de vista de ellos) con la soberbia de creerse que estan haciendo algo tan alante que si no los entienden siempre sera culpa de los otros. E insisto, no solo los musicos, pero ellos sufren mas que los poetas por ejemplo porque a diferencia de ellos si aspiran a vivir de lo que hacen.
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