Cuando se trata de rememorar los primeros contactos con la obra de Solzhenitsin (o al menos con su fama) desde nuestros años cubanos parece inevitable mencionar La espiral de la traición de Solzhenitsin (un panfleto del checo Thomas Rezac destinado a denigrar al autor ruso) y un Un día en la vida de Ivan Denísovich, la única obra del ruso editada en Cuba por la colección Cocuyo. Tales eran las únicas referencias a su obra que circulaban legalmente en la isla. Si el primero se podía encontrar en cualquier venta de libros viejos el segundo como cualquier otra cosa valiosa en la isla lo atesoraban unos pocos. Nunca me interné en las terribles revelaciones del checo y digo “terribles” con cierta convicción porque recuerdo que una vez en un interminable viaje Habana – Camaguey un amigo de mi padre al que le habíamos hecho sitio en el carro andaba leyendo el susodicho libro cuando de pronto exclamó: “¡La verdad que el Solzhenitsin ese debe ser malísimo!” Malo debía de ser cuando el gobierno soviético acumulaba uno tras otro entrevistas, cartas y hasta un libro de la primera esposa de aquella sabandija creada por las potencias Occidentales destinados a convencer a todos que las delaciones de Solzhenitsin había enviado a sus compañeros a campos de concentración que por otra parte no existían. Solzhenitsin era sin dudas lo suficientemente malo, malísimo como para decir que en España había menos represión que en la Unión Soviética (no sin que el escritor Juan Benet (entre otros) le respondiera con firmeza: "Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsin no puedan salir de ellos. Nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas –cuyos gustos y criterios sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo– busquen la manera de librarse de semejante peste"). Aún así y desoyendo los sabios consejos de quienes intentaban apartando de las malas influencias un día del verano de 1989 comencé a leer Un día en la vida de Iván Denísovich con el resultado de que cuando lo terminé al ver un trozo de pan pisoteado en la calle a duras penas contuve el deseo de lanzarme a comérmelo como sin dudas hubiera hecho el susodicho Denísovich. Se trataba de ese tipo de sugestiones que sólo puede provocar la buena literatura o la mala realidad. No fue hasta un par de años después, en pleno período especial, que sufrí en carne propia un hambre de esas dimensiones pero para ese entonces era imposible encontrarse un mendrugo en la calle. El hecho de que el mismo día en que terminé de leerme el libro me enteré de que habían fusilado al general Ochoa y a tres más no significaba otra cosa que a pesar de mis veleidades con la propaganda del enemigo había siempre alguien que velaba por nosotros y por la higiene nacional. De aquél librito no sólo me estremecieron el hambre y el frío que recorrían cada una de sus páginas. En medio de sus penurias Denísovich encontraba tiempo y ánimos para detenerse en una noticia de una carta familiar e indignarse con ella. Le hablaban de los tapices que ahora producía la gente de su pueblo y él no entendía cómo un pueblo de carpinteros había terminado haciendo ridículos tapices en serie. Como si a sus padecimientos hubiera que añadirle el escarnio –los agentes del imperialismo son así de sensibles- de la falta de sentido. Aunque no pudo evitar pasar buena parte de su vida en la Unión Soviética el malo de Solzhenitsin ahora ha tenido el cuidado de morir en Rusia, un país nuevo con nombre viejo (ese mismo que tenía al nacer) y al que sospecho no llegó a entender del todo. Hoy decía el New York Times que muchos de sus compatriotas no han leído nunca su obra. Eso hace más inexplicable aún que un grupito de cubanos sigamos empeñados en recordarlo. Mentes colonizadas que tenemos.
Blog personal y casi tan íntimo como una enfermedad venérea pensado también para liberar al pueblo cubano, aunque sea del aburrimiento. Contribuyentes: Enrisco (autor de “Obras encogidas” y “El Comandante ya tiene quien le escriba”), su alter ego, la joven promesa de más de cincuenta años, Enrique Del Risco. Espacio para compartir cosas, mías y ajenas, aunque prefiero que sean ajenas. Quedan invitados a hacer sus contribuciones, y si son en efectivo, pues mejor.
lunes, 4 de agosto de 2008
Un tipo malísimo
Cuando se trata de rememorar los primeros contactos con la obra de Solzhenitsin (o al menos con su fama) desde nuestros años cubanos parece inevitable mencionar La espiral de la traición de Solzhenitsin (un panfleto del checo Thomas Rezac destinado a denigrar al autor ruso) y un Un día en la vida de Ivan Denísovich, la única obra del ruso editada en Cuba por la colección Cocuyo. Tales eran las únicas referencias a su obra que circulaban legalmente en la isla. Si el primero se podía encontrar en cualquier venta de libros viejos el segundo como cualquier otra cosa valiosa en la isla lo atesoraban unos pocos. Nunca me interné en las terribles revelaciones del checo y digo “terribles” con cierta convicción porque recuerdo que una vez en un interminable viaje Habana – Camaguey un amigo de mi padre al que le habíamos hecho sitio en el carro andaba leyendo el susodicho libro cuando de pronto exclamó: “¡La verdad que el Solzhenitsin ese debe ser malísimo!” Malo debía de ser cuando el gobierno soviético acumulaba uno tras otro entrevistas, cartas y hasta un libro de la primera esposa de aquella sabandija creada por las potencias Occidentales destinados a convencer a todos que las delaciones de Solzhenitsin había enviado a sus compañeros a campos de concentración que por otra parte no existían. Solzhenitsin era sin dudas lo suficientemente malo, malísimo como para decir que en España había menos represión que en la Unión Soviética (no sin que el escritor Juan Benet (entre otros) le respondiera con firmeza: "Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsin no puedan salir de ellos. Nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas –cuyos gustos y criterios sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo– busquen la manera de librarse de semejante peste"). Aún así y desoyendo los sabios consejos de quienes intentaban apartando de las malas influencias un día del verano de 1989 comencé a leer Un día en la vida de Iván Denísovich con el resultado de que cuando lo terminé al ver un trozo de pan pisoteado en la calle a duras penas contuve el deseo de lanzarme a comérmelo como sin dudas hubiera hecho el susodicho Denísovich. Se trataba de ese tipo de sugestiones que sólo puede provocar la buena literatura o la mala realidad. No fue hasta un par de años después, en pleno período especial, que sufrí en carne propia un hambre de esas dimensiones pero para ese entonces era imposible encontrarse un mendrugo en la calle. El hecho de que el mismo día en que terminé de leerme el libro me enteré de que habían fusilado al general Ochoa y a tres más no significaba otra cosa que a pesar de mis veleidades con la propaganda del enemigo había siempre alguien que velaba por nosotros y por la higiene nacional. De aquél librito no sólo me estremecieron el hambre y el frío que recorrían cada una de sus páginas. En medio de sus penurias Denísovich encontraba tiempo y ánimos para detenerse en una noticia de una carta familiar e indignarse con ella. Le hablaban de los tapices que ahora producía la gente de su pueblo y él no entendía cómo un pueblo de carpinteros había terminado haciendo ridículos tapices en serie. Como si a sus padecimientos hubiera que añadirle el escarnio –los agentes del imperialismo son así de sensibles- de la falta de sentido. Aunque no pudo evitar pasar buena parte de su vida en la Unión Soviética el malo de Solzhenitsin ahora ha tenido el cuidado de morir en Rusia, un país nuevo con nombre viejo (ese mismo que tenía al nacer) y al que sospecho no llegó a entender del todo. Hoy decía el New York Times que muchos de sus compatriotas no han leído nunca su obra. Eso hace más inexplicable aún que un grupito de cubanos sigamos empeñados en recordarlo. Mentes colonizadas que tenemos.
este tipo si que fue un malo, uno de esos que no le cuadraba el comunismo y lo critico con todas sus fuerzas, razon por la cual nos deberia gustar a los que estamos en contra del comunismo, pero despues que se acababa el comunismo lo que el tio este proponia de seguro nos gustaria menos que el propio comunismo, el pensamiento de este ruso es que ellos son mejores que occidente y que son otra cosa, algo asi como lo que son ahora, unos hp. ten cuidado con el amor a quien tiene tus mismos principios pero deferentes finales.
ResponderEliminarPor supuesto que no deberian haberlo metido en un gulap pero tampoco hacerle mucho caso, ni antes ni ahora, mejor olvidarlo.
el teju
Se llamaba Gulag, para ser mas exactos. Yo tambien lei "un dia de Ivan Denisovich" primero en español, de la coleccion Cocuyo, y creo que solo por ese libro el hombre se gano su lugar en el cielo. Me da gracia que los yanquis se preocupen de que en Rusia no lo lea, pues mira que es uno de los libros que se lee en la escuela, en los ultimos años. Asi que los que no lo lean seran los que no leen nada...
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Pocos saben que Un día en la vida de Iván Denisovich fue publicado en Cuba con la bendición del Ché Guevara. Fue él quien mandó publicarlo. ¿Por qué? Nunca lo supe, pero el dato es fidedigno.
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