Rafael Rojas publica un artículo en El Nuevo Herald y a continuación Los Miquis cargan contra el texto. Hoy, por Penúltimos Días me entero de que Armengol también se tomó el trabajo de cuestionarse el artículo. Llaman la atención sobre todo los 80 comentarios que hasta ahora han recibido Los Miquis. Una respuesta tan masiva puede responder tanto a lo que Hernández Busto llama “efecto Rojas” (o sea, que cualquier cosa que diga el ensayista cubano levantará pasiones masivas de admiradores y detractores) como a lo difícil que se le hace a muchos compatriotas (ya sean admiradores o detractores de la Revolución Cubana) la sola idea de que esta en definitiva no es tan importante como a ellos les gustaría pensar. El defecto del artículo de Rojas, (si no es que en realidad no se trata en realidad de un efecto para desencadenar la polémica) es que termina justo donde comienza a ponerse más interesante . O sea, en la frase final del artículo en la que dice que “Comparada con cualquiera de las cuatro grandes revoluciones modernas, incluida la de México, la cubana carece de riqueza ideológica y densidad histórica”. No me parece material de debate que a un proceso que contó durante décadas con un líder único e incontestable que en sus vaivenes ideológicos sólo tuvo el cuidado de atenerse al viejo principio de “los que no están conmigo están sinmigo” pueda atribuírsele “riqueza ideológica” de ninguna especie. El concepto “densidad histórica” es bastante más discutible, sobre todo si no queda claro lo que este define. Si se refiere a la escasez de hechos notables a lo largo del proceso historico dentro de marcos estrictamente nacionales creo que no habría mucho que debatir. No hay mucho de sobresaliente ni por dimensión ni por complejidad en la acumulación de batallitas, pugnas por el poder, leyes, expropiaciones y purgas en relación a las otras revoluciones que se mencionan sino más bien parece una reproducción en escala mínima de procesos similares en las otras revoluciones. (Ni siquiera en el campo cultural hay movimientos comparables en dimensiones e impacto al muralismo mexicano o el contructivismo ruso. La más importante producción cultural cubana casi siempre se hizo al margen de la revolución). Si incluimos en la densidad histórica de la Revolución Cubana que mencionaba Rojas su influencia e impacto internacional entonces habría bastante más que discutir: desde su papel de proceso (al menos en apariencia) renovador del agotado modelo del socialismo real esteeuropeo, su ingente papel en el desarrollo del movimiento tercermundista en los 60 y 70, el estímulo que representó para el desarrollo de distintas opciones -armadas o no- en Latinoamérica y las respuestas dictatoriales que generó (las cuales, no se olvide, eran parte de la estrategia guevarista para radicalizar el movimiento revolucionario). Allí el proceso se hace denso, insoportablemente denso. No estoy entre aquellos a los que consuela por una razón u otra haberme visto mezclado en un proceso históricamente importante. De haber sido súbdito de Stalin no me habría consolado que el proceso que este encabezaba era más o menos importante o que fuese historiado por E. H Carr. Rojas en todo caso no “hace un llamado” (como lo entiende Armengol) a cubrir ese vacío historiográfico sino simplemente da cuenta que aquello no da para mucho más. Lo triste es que las ansias de debate de Rojas se ven frustradas por la insistencia de admiradores y detractores en centrarse no en la discusión que propone sino en su persona. O lo atacan acusándolo de agente de la seguridad o lo defienden afirmando que es el principal ensayista cubano de las útimas décadas (“una gloria de Cuba” como diría el maestro Enrique Rosillo) lo cual es tan incontestable como irrelevante a la hora de rebatir una crítica. Y ese es el síntoma más preocupante, esa persistente incapacidad de lidiar con las ideas, de no haber pasado del estado de agruparnos a favor o en contra de un nombre de no superar sentimientos tan primarios como la envidia o el arrobamiento, o de no ver en juego el sentido de nuestras vidas si alguien cuestiona las dimensiones del proceso histórico en que la casualidad o fatalidad nos metió. En fin, que me intimida nuestra heroica y tenaz resistencia a pensar combinada con nuestra injustificada inclinación a tomarnos demasiado en serio.
Post Data: De cualquier manera la falta de textos historiográficos importantes no se debe únicamente a la poca densidad histórica de la Revolución. Ni siquiera a la inaccesibilidad de los archivos. También debe considerarse el estado de terror sembrado durante décadas en el campo de la investigación histórica. Durante décadas, no estoy seguro ahora cómo funcionan las cosas la R. fue coto exclusivo de los historiadores de confianza, los cronistas de la corte del estilo de Mario Mencia o Antonio Nuñez Jiménez amén de unos cuantos generales. Lo natural era que un historiador con amor por la profesión y con deseos de que lo dejaran ejercer su trabajo con cierta libertad le huían no solo a la R. sino a todo el siglo XX cubano. Eso hicieron muchos profesores míos como Oscar Zanetti, Alejandro García, Pablo Hernández, María del Carmen Barcia, Eduardo Torres Cuevas y Oscar Loyola. Excepto para este último la Historia de Cuba terminaba no ya con la república sino incluso antes del comienzo la primera Guerra de Independencia. Era su manera de conservar un mínimo de ética profesional y poder seguir ejerciendo sin problemas. Incluso historiadores más recientes de mucho valor prefieren no pasar de los primeros treinta años de la república, no menos necesitados de estudios rigurosos.
Post Data: De cualquier manera la falta de textos historiográficos importantes no se debe únicamente a la poca densidad histórica de la Revolución. Ni siquiera a la inaccesibilidad de los archivos. También debe considerarse el estado de terror sembrado durante décadas en el campo de la investigación histórica. Durante décadas, no estoy seguro ahora cómo funcionan las cosas la R. fue coto exclusivo de los historiadores de confianza, los cronistas de la corte del estilo de Mario Mencia o Antonio Nuñez Jiménez amén de unos cuantos generales. Lo natural era que un historiador con amor por la profesión y con deseos de que lo dejaran ejercer su trabajo con cierta libertad le huían no solo a la R. sino a todo el siglo XX cubano. Eso hicieron muchos profesores míos como Oscar Zanetti, Alejandro García, Pablo Hernández, María del Carmen Barcia, Eduardo Torres Cuevas y Oscar Loyola. Excepto para este último la Historia de Cuba terminaba no ya con la república sino incluso antes del comienzo la primera Guerra de Independencia. Era su manera de conservar un mínimo de ética profesional y poder seguir ejerciendo sin problemas. Incluso historiadores más recientes de mucho valor prefieren no pasar de los primeros treinta años de la república, no menos necesitados de estudios rigurosos.
Te acuerdo Enrisco, es un fanatismo a favor o en contra, con afirmaciones absolutas y en ocasiones ofensivas, pero debate de ideas minimo. Si alquien dice algo que trata de ser coherente siempre hay uno dispuesto a tomar la coherencia por insulto a su favorito y ahi mismo se arma el ciberchancleteo. Lo lamentable es que no es solo ahi; casi nadie se salva de eso y entonces me pregunto cuales son las causas de esa forma de manifestacion de la conducta social de cubanos la inmensa mayoria de ellos gente "leida y estudiada".
ResponderEliminarEsa es la cultura criolla del debate: arrobamiento o envidia -generalmente venenosa-. No es nuevo, las opiniones sobre Martí o Maceo entre sus contemporáneos se polarizaban igual.
ResponderEliminarNos falta flema. Y cuando casualmente tenemos, la escupimos.
Muy bueno el artículo y los comentarios que me preceden. Visite penultimos dias y vi la reseña sobre la respuesta de los miquis y armengol pero como supuse iba de "ciberclanqueteo" no me tome la molestia de linkiar para enterarme del contenido y me alegro.
ResponderEliminarDe acuerdo con Enrisco. Muchos de los comentarios con respecto a la opinión de Rojas (tanto a favor o en contra) están sustentados en una digresión y no en argumentos. Aparte, por supuesto, de lo que, para este caso, pudiera colegirse de un lenguaje del orden de: “Rafael Rojas se apareció ahora con que…”, etc.
ResponderEliminarNo se juzga, obviamente, la potestad de los autores de los blogs o de los comentaristas para escribir de uno u otro modo (ni tampoco, por supuesto, se pretende pedir peras al olmo); tal vez lo único que queda es agradecer la presencia de aquellos autores que (como el propio Enrisco), saben asentir o discrepar desde otra cultura: la de la elegancia, el ingenio, y el respeto.
¿Y cuál fue la ideología de la revolución mexicana? Aquello fue una revuelta. ¿Y cuál fue la ideología de la revolución americana". Aquello fue (es) un sistema político/judicial para controlar cualquier ideología. De cualquier forma, a Rojas le sobran razones para decir que faltan textos históricos de peso pero se detiene antes de la respuesta que sabe. Tal vez le toca cerca. Pero vale decirlo abiertamente, ¿cómo los historiadores van a ir a fondo y con objetividad en la historia de la revolución si ellos (o sus padres, o sus hermanos, et al) estuvieron (están) involucrados en ella?
ResponderEliminarPi says:
ResponderEliminarBuen post Enrisco.
Mucha tela por donde cortar.
Me pregunto porque Rojas deja fuera a la Revolucion China.
Aparte de que los archivos estan en mandarin fue(y es) importante y hasta donde se relativamente poco estudiada
Me encanta la expresión de "ciberchancleteo"...Es cierto que eso es lo que se arma en muchos blogs. En cuanto al artículo de Rojas, no lo he leído, pero, señores... con ideología o sin ella, con todos los epítetos que le puedan colgar, es cierto que la tal "revolución" ha sido objeto tanto de odio como de fanatismo extremo a su favor, pero nunca de indiferencia. El "Coma" siempre fue clásico ejemplo de: "Bien o mal, pero que hablen..."
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