Cuba al Pairo anuncia la salida de un nuevo libro del incansable William Navarrete. En este caso se trata de una recopilación de textos sobre Lezama y se titula “Aldabonazo en Trocadero 162” para el que me pidió un texto. Todavía no he tenido el libro en mis manos pero aparte del desliz de William de incluir la lista de autores es prometedora. Ahí les adelanto el texto mío que aparece allí.
Lezama: el calamar y su tinta
Me es difícil entender a los que lamentan que Lezama Lima fuera un incomprendido en su época o en cualquier otra. Tan difícil como encontrar un escritor que cultivara la incomprensión con tanto ahínco. Quien lea cualquier texto de Lezama verá por todos lados desafíos abiertos al entendimiento dócil y fascinado que muchos reclaman para él. No se puede escribir –y escojo esta frase al azar entre muchas otras- “Retrocede el colmillo hasta la última encina, donde el fulminante de sus músculos rastrilla, saltando sobre el Adonai o sobre el jovenzuelo Carlos IX. ” y tratar de convencernos al mismo tiempo que ser inteligible es parte de los desvelos de su autor. Y es que Lezama no nos propone el trámite de la simple o compleja comprensión sino más bien una huída escandalosa y permanente de todo lugar común de la palabra, la frase, el pensamiento y el lenguaje todo. Ante esto unos lo declaran a voz en cuello el dios mayor de las letras cubanas mientras otros murmuran en los pasillos de esa misma literatura que se trata de nuestro más acabado ejemplar de farsante literario. Unos se postran ante la majestad de su nombre y su obra dispuestos a acusar de ignorante o insensible a todo el que le recorte un centímetro a su admiración mientras otros se muerden la lengua que pugna por gritar que el emperador, como el del cuento, está desnudo porque de permitírselo serían expulsados del Reino de lo Sensible.
Sus excesos verbales, su cincelada oscuridad, son para unos la mejor prueba de un genio que a duras penas podía contener el aluvión de imágenes que le provocaba el más leve de los detalles. Deberemos sopesar estos excesos aparentes –nos dicen- hasta tanto demos con la pregunta a las respuestas que Lezama adelantó. Donde antes no había nada –o desde donde esa nada parecía negar su sola existencia, insisten – Lezama levantó un castillo de palabras en el que reina desde entonces. Los otros se refieren a ese castillo como una alucinación colectiva alimentada por una vocación mistificadora nacional y un insoportable horror vacui allí donde los escritores totalmente entregados a su labor podían contarse con los dedos. Acusan su escritura de artificiosa como si escribir fuera –literalmente- un proceso fisiológico. Sospecho que el antagonismo de estas posiciones responden al carácter intimidante -menos por su extensión que por su abrumadora consistencia- de la obra lezamiana. Yo prefiero mientras tanto instalarme en el -en este caso incómodo- punto intermedio entre el fanatismo y el rechazo. Dios mayor de nuestra república de las letras o su más sofisticado estafador son descripciones que no le hacen justicia a su obra ni son convenientes para asentar el laicismo que debe imperar en toda república. Prefiero usar la imagen del calamar, tan grata al propio Lezama para describirlo. El calamar -ya lo sabremos por algún documental visto en la infancia- es un ser que para defenderse de sus enemigos expulsa chorros de tinta que enturbian todo a su alrededor y le permiten escapar. De ahí que la turbiedad de la lengua de Lezama sería una manera de reclamar “el respeto que exige toda persona de la que se ha apoderado el espíritu, y que lo sabe, haciéndose fuerte”. Sus excesos, un modo de desorientar al enemigo de su literatura, de toda literatura –el rechazo, el desdén o la burla- mientras se inventaba el personaje tan extraño a los trópicos del escritor totalmente consagrado a su literatura. ¿Le preguntaban sobre la importancia de tal congreso de escritores? Expulsaba un chorro de tinta en la cara del entrevistador usando las mismas palabras con que explicaba el desarrollo del barroco americano sólo que dispuestas en orden algo distinto. Ese también era su modo de proteger la inocencia con que escarbaba en los clásicos españoles, los pensadores franceses, la sabiduría oriental o el patio idealizado de su infancia. Esa inocencia con que a sus cuarenta y seis años se aproximaba con el mismo goce a una lectura poco precoz de “La guerra y la paz” que a escuchar a unos adolescentes norteamericanos cantar un rock and roll presumiblemente infame. Tal inocencia, encubierta a veces de sabiduría apocalíptica y facilona era, de acuerdo a sus convicciones, el fundamento de toda su poesía: “La poesía sólo es el testigo del acto inocente –único que se conoce- de nacer […] Es estúpida la frase de la madurez poética”. (Luego tendría oportunidad de comprobar que madurez poética no era una estupidez sino una amenaza, un estado demasiado cercano al anquilosamiento y a la muerte). Uno de esos chorros de tinta quizás haya enturbiado las aguas en torno al calamar Lezama más que otros. Me refiero a la manoseada frase que reza que “un país frustrado en lo esencial político, puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza”. De lo que podría como entenderse una hábil publicidad a su ideal de autonomía poética en ocasiones se toma –sin forzar el sentido de sus palabras- como insinuación de que la poesía podría emerger como sustituto de lo político. De ahí a convertir a Lezama en profeta, y no sólo literario, no hay más que un paso. Un paso que no pocos ya han dado, siendo Cintio Vitier, -sacerdote mayor de su culto- el más señalado pero no el único. Incluso reduciendo su importancia al campo literario, la colosal obra lezamiana corre el peligro de ser convertida en origen y destino de toda la literatura nacional, lo que a la larga no haría otra cosa que perjudicar la sobrevida poética de nuestro molusco. Se arriesgaría, en fin, a ser en lo literario lo que Martí para la vida de la nación: una presencia que de tan abrumadora termine siendo un estorbo.
Lezama es tan culpable o inocente de la tribu de los lezamianos que suele agobiarnos en publicaciones y congresos como lo es Martí de la tribu de los martianos. Como el héroe decimonónico las tácticas con que sacó adelante su laborioso apostolado van convirtiéndose en artículos de fe. La obra de Lezama suele confundirse con algunos de sus gestos –de los que nunca sabremos con cuanta seriedad se los tomaría- al punto que para dicha tribu cualquiera de esos gestos termina pesando más que todos sus versos. Esa inclinación me recuerda la fábula china de la niña fea que quería parecerse a la hermosa Xi Shi y lo único que conseguía era fruncir el entrecejo como ésta con lo que acentuaba todavía más su fealdad. “¡Pobrecilla!”, nos dice el fabulista Zhuang Zi, “Podía admirar el ceño de Xi Shi pero no sabía por qué era hermosa”. Sí, antes que los imitadores oficiales de Lezama prefiero a sus seguidores secretos, esos que comparten su detallado saboreo de las palabras, su empecinada defensa de la poesía frente a las exigencias de la Historia, su entrega absoluta a la literatura, su universalismo tan deliciosamente provinciano, su minuciosa decencia. Entre ellos encontraremos nombres impredecibles –invoco sólo difuntos- como los de Cabrera Infante (que alguna vez lo atacó) o Reinaldo Arenas (que en su cólera ecuménica milagrosamente lo respetó) que encontraron modos muy personales de ser lezamianos, algo que en Cuba para bien y para mal –ya lo he dicho- se va convirtiendo en sinónimo de escritor. Me refiero a escritores a los que la tinta no los distrae de la búsqueda del calamar. Será por eso que pocas veces disfruto más a Lezama que cuando puedo escuchar su poesía en su propia voz. Nada como ese habanero apenas domado por las lecturas y el asma con el que masculla imágenes imposibles para disfrutar a plenitud al calamar en su tinta.
Excelente texto Enrisco.
ResponderEliminarExcelente idea
Excelente portada
Interesante libro según vi en el link indicado.
Gracias.
No se te nota muy lezamiano que digamos.
tampoco anti Lezama. tal pareceria que entre cubanos solo hay espacio para ser lezamiano o anti y me defiendo de eso. trato de buscar un espacio para leer a Lezama como uno de los mejores escritores cubanos pero como uno de ellos, no centro origen o destino de una literatura. creo que quedo claro.
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