Un comentario de Ernesto Hernández Busto en su blog me recordó un tema del que quería hablar desde hace un tiempo. En su comentario Ernesto dice que “A principios de los años 60, gracias a los hermanos Camejo, Pepe Carril, Xiomara Palacio, Armando Morales o Ulises García, el teatro cubano de títeres tenía un nivel y un público poco comunes para un país latinoamericano. El ejemplo de los checos, sobre todo de Josef Svoboda y su teatro de marionetas Laterna Magika, que creo que estuvo esa época en La Habana y dio unas clases magistrales, inspiró un esplendor que duró poco”. Siento en ese comentario un síntoma más del desconocimiento colectivo –del que no estoy exento- sobre la vida cultural de las dos décadas anteriores, un desconocimiento alentado por el castrismo para presentar como logros propios lo que en realidad fue la puesta en escena, subvencionada a manos llenas, de un proceso previo de acumulación cultural.
Los tiempos que antecedieron a la Revolución (o más bien sucedieron a la Segunda Guerra Mundial) fueron años en los que la cultura cubana se fue desprovincianizando –palabra feísima pero creo que necesaria- e iba actualizándose poco a poco. La tan mentada explosión cultural de los años sesenta fue el equivalente en la cultura a la redistribución “revolucionaria” del botín republicano en lo económico: se repartió lo que ya había hasta que se acabó. Lo que hoy nos presentan como “década prodigiosa” es en realidad el resultado de casi tres décadas de desarrollo cultural. Son muy pocos los protagonistas de aquella que no estaban creando en las anteriores. (También, por cierto, se ha silenciado la interesada subvención de proyectos culturales por parte del batistato entre los que estaba, por ejemplo, el Ballet Nacional de Cuba que tal como lo presentan hoy parece la consecuencia natural de la entrada de Fidel Castro en La Habana a lomos de un tanque.)
Conseguir tanto olvido fue menos difícil de lo que se piensa: parte de los protagonistas de ese proceso se exiliaron y automáticamente fueron borrados de la cultura nacional. Los que se quedaron se veían forzados a obviar aquella parte de su propia historia a favor de las dificultades (reales) que habían tenido para crear cultura. Esa amnesia forzada permite por ejemplo a Leonardo Padura en un libro de entrevistas a personalidades cubanas referirse al “vacío cultural de los años 50” sin sonrojarse (evítense por favor los chistes raciales sobre la capacidad para el sonrojo de Padura).
Lo que en realidad existió y existe es un vacío de la memoria cultural de esos años, vacío que varios libros aparecidos en los últimos tiempos empiezan a enmendar. Pienso ahora mismo en dos: Elapso Tempore, las memorias del pintor Hugo Consuegra y Por amor al arte: memorias de un teatrista cubano (1940-1970) del director teatral Francisco Morín. Ambas nos hablan de un mundo creativo cosmopolita, vital e intenso en los años cincuenta cuestionando la presunción de que en aquellos días La Habana sólo se estremecía con las tumbadoras del Chori o los bombazos de Fontán.
Al libro de Morín me aproximé porque sabía que él había sido el primero en llevar a escena varias de las más importantes obras de Piñera. Descubrí en cambio un movimiento teatral que con dificultades pero al mismo con mucho entusiasmo y profesionalismo y un nivel de información y actualidad que ahora mismo parece impensable comenzó a principios de los años 40 y alcanzó su mejor momento en los 50 y del que el castrismo se sirvió profusamente. De allí salieron los Revuelta, los Rentería, Reinaldo Miravalles, Aseneth Rodríguez, Verónica Lynn o el inefable Sergio Corrieri y los profesores de la primera generación “revolucionaria”. Eso por no hablar de los que prefirieron marchar al exilio.
Ese movimiento puso en escena obras como “Las criadas” de Genet o “Calígula” de Camus que en La Habana amnésica de los 90 volvían a ser la novedad del momento. De allí salieron también los hermanos Camejo que empezaron a hacer guiñol en la década del 40 y quienes con otros ya habían fundado hacia 1955 una agrupación nacional de guiñol.
Con respecto a la visita de Svoboda en su libro Morín la consigna como significativa y estimulante pero estuvo lejos de tener el carácter fundacional de un movimiento que existía desde hacía años. La desmitificación de nuestra historia cultural es todavía una tarea larguísima y pienso que esas memorias –y otras que deberán ser escritas- tienen mucho que enseñarnos en ese sentido.
O sea, que hasta eb los lugares mas inesperados uno encuentra la influencia de los mitos y las estadisticas del comandante?
ResponderEliminaryep. ya eso los incas lo habian llevado a un nivel de perfecccion impresionante. conquistaban un pueblo y le cambiaban la mitologia y convertian a los dioses de los otros en subalternos de los suyos. echale una mirada de nuevo al post porque lo amplie bastante en la primera parte
ResponderEliminarnada, que la historia es la historia y sin la historia..otra es la historia..
ResponderEliminaren el blog de connie (arqueología unmatched y necesaria) sale un escrito sobre los títeres, y todavía hay que aguantar que un hijo de papito serguera le quiera minimizar al padre el celo con el que hacía cumplir la letra no escrita del tripilingo revolucionario y "purificador".
ResponderEliminarclaro, los cubanos lo ayudamos.
che vergogna.