martes, 30 de noviembre de 2021

Los noventa y la actualidad: coincidencias y contrastes


La periodista Kristina Bohmer me pregunta y yo respondo:

Desde el año pasado, Cuba vive la peor crisis alimentaria desde la caída de la Unión Soviética. ¿Cree que la situación es parecida con lo que había en los años noventa? ¿Cómo era la vida en los noventa?

En la primera mitad de los noventa la economía y la vida en general en Cuba colapsó por completo. Fue una especie de postguerra sin guerra previa: el transporte público se redujo a la mínima expresión; en una época en que toda la economía estaba en manos estatales la esfera de servicios se redujo prácticamente a la nada, desaparecieron tanto los restaurantes y las cafeterías como las tiendas de ropa y de artículos industriales; los lugares de entretenimiento y centros culturales como cines, teatros, cabarets etcétera también redujeron sus servicios al mínimo.

Llegó un momento en que el servicio eléctrico solo se establecía ocho horas al día; y el monto de los alimentos que se vendían a través de la cartilla de racionamiento —y que era entonces la única fuente legal de adquisición de comida— se redujo a una cuarta parte. El robo, y la violencia se expandieron a niveles desconocidos hasta entonces. Muchos usaban muebles o cualquier cosa que encontraran como combustible para cocinar. Los gatos desaparecieron de las calles para alimentar a todo el que se decidió a cazarlos. Muchos se dedicaron a criar cerdos en las bañeras de sus casas (para que no se los robaran) y floreció la producción de alcoholes artesanales. Más que una crisis económica se trató de una debacle civilizatoria.

El Estado, por su parte, promovió “soluciones” como el regreso al transporte animal, la sustitución del transporte público por bicicletas, la repartición de pollitos recién nacidos para que la gente los criara en las casas, la siembra de vegetales comestibles en los jardines de las casas o la adopción de recetas culinarias de “guerra” como el consumo de cáscaras de plátano o de toronja etc. Todo esto en medio de una política económica represiva en extremo que hasta 1993 condenaba con años de cárcel la tenencia de dólares (lo que inhibía el envío de ayuda familiar) y perseguía activamente cualquier tipo de negocio o comercio particular. Todo esto acompañado por una inflación que redujo el salario promedio a unos dos dólares al mes.

La situación se alivió en algo a partir del verano de 1994 con la crisis de los balseros cuando el gobierno —para aligerar la presión social— permitió marcharse a todo el que quisiera en balsas artesanales. Paralelamente a esto el gobierno permitió a los campesinos vender sus productos directamente en las ciudades. También autorizó el establecimiento de los primeros negocios particulares cuya máxima expresión fueron restaurantes que no podían pasar de tres mesas con cuatro sillas cada una. El mayor cambio, sin embargo, ocurrió tras la llegada al poder en Venezuela de Hugo Chávez en 1999 cuya ayuda fue comparable a la que representaron los subsidios soviéticos en las décadas anteriores.

Hay muchas diferencias con respecto a la crisis de los noventa: la primera de ellas es que en esa época no existía el precedente de lo que ocurrió entonces. La gente se sumergió en el llamado “Período Especial” sin imaginar lo que le esperaba mientras que ahora la mera idea de regresar a aquellos días causa espanto. Por otra parte, ahora buena parte del comercio y los servicios para cubanos se encuentra en manos particulares y el mercado campesino es una realidad más o menos irreversible (aunque el Estado no deja de interferir en ello), al igual que la ayuda familiar desde el exterior. Sobre esta ayuda, sin embargo, pesan restricciones que impuso la administración Trump, todavía vigentes. (Debo aclarar que las medidas de Trump trataban de “refinar” el embargo imponiendo restricciones sobre el consorcio militar GAESA y sus empresas bancarias —FINANCIERA CIMEX S.A, AIS S.A y RED S.A.— que monopolizan la entrada de remesas desde el exterior. La negativa del gobierno cubano a permitir los envíos de dinero por otras vías ha dificultado y encarecido tremendamente estas transacciones.)

La principal diferencia desde los noventa hasta ahora son los propios cubanos. Dependen mucho menos de la economía estatal para su supervivencia, como mismo dependen menos de los medios estatales para informarse. Los cubanos ahora tienen mucho más contacto con el mundo exterior que a principios de los noventa e incluso están mejor comunicados entre sí gracias al acceso a internet y a la telefonía móvil. Aunque el adoctrinamiento y la propaganda estatal siguen tan intensos como siempre muchos cubanos hoy optan por vías alternas tanto para subsistir como para informarse. No obstante, hay que tener en cuenta que buena parte de la población no tiene acceso a esas opciones.

El régimen cubano también ha aprendido mucho de sus homólogos en otras partes del mundo, tanto de sus fallos como de sus aciertos. También es mucho más pragmático de lo que era antes. Su poder actual emana tanto del control absoluto de las fuerzas represivas y del control de sectores económicos estratégicos como el turismo, como de la combinación de intereses de ambos poderes representada en primer lugar por el consorcio económico-militar GAESA. También el régimen ha sabido diversificar sus alianzas exteriores. La rigidez ideológica-política que antes los llevó a pelearse con los chinos en favor de los soviéticos ha dado lugar al enfoque más pragmático de que no se pueden poner todos los huevos en la misma canasta: para aliados le sirven lo mismo el autoritarismo postcomunista ruso o bielorruso, que el chino, que el integrismo iraní o los populismos nicaragüense o venezolano.

El régimen anunció este verano algunos pasos para mejorar la economía, por ejemplo que los cubanos pueden viajar a fuera para comprar cosas. Pero ¿puede la gente pagar para viajar y hacer compras en extranjero? Y también he leído que el régimen alivió la burocracia e hizo más fácil a establecer negocios privados, ¿eso es verdad?

Cada vez que se agrava la situación económica en Cuba el régimen cubano echa mano a dos recursos: las reformas económicas temporales y la emigración. Como el control del Estado cubano sobre la economía sigue siendo tan abusivo el margen para las reformas es amplísimo y cualquier cambio, que incluso en otros regímenes tiránicos sería ridículo, en Cuba parece revolucionario. Hay que aclarar que cuando el Estado abre la posibilidad de hacer compras en el extranjero no renuncia al monopolio del comercio exterior tanto para las importaciones como las exportaciones: apenas permite que la gente viaje al exterior a comprar en países vecinos lo que le permiten las líneas aéreas cargar en su equipaje personal. Debe pensarse además que esa es una vía a la que tienen acceso solo una mínima parte de los cubanos y de la que están excluidos todos aquellos que conforman las amplísimas listas negras de la Seguridad del Estado.

Si algo habrán aprendido los cubanos es que estas reformas son coyunturales, dependiendo únicamente de las necesidades del régimen cubano de aliviar la presión. Y que retrocederán una vez que pase la coyuntura dada. Sobre esa base es muy difícil hacer planes a mediano y largo plazos.

Para los planes a largo plazo queda la emigración a través de la posibilidad que ahora se abre de viajar a Nicaragua con libre visado. Como en veces anteriores (éxodo de Camarioca 1965, los “vuelos de la libertad” entre 1965-1973, Mariel 1980, la crisis de los balseros en 1994, el éxodo a través de Ecuador en los 2010) el régimen cubano vuelve a jugar la carta migratoria. Es un negocio redondo para los gobiernos implicados. Para el nicaragüense, además de devolver favores a un viejo aliado, le permite captar los gastos de una emigración cuyo destino final son los Estados Unidos. Para el cubano, además de aliviar la actual presión social, representa la entrada futura de mayor cantidad de remesas una vez que los emigrados se instalen en Estados Unidos y puedan ayudar a sus familias en Cuba.

Justo porque la ideología comunista-nacionalista del régimen cubano le permite darse a sí mismo un sentido y una cohesión que no posee no debemos dejarnos distraer por ella. Debemos verlo como lo que es: un Estado mafioso con habilidades comerciales y financieras muy limitadas. Sus principales talentos comerciales son dos: negociar en condiciones de monopolio y extorsionar a su propio pueblo dentro y fuera del país. La incapacidad del régimen para generar bienes y beneficios le hace ver en toda reforma económica real un peligro para su poder tanto económico como político. El Estado cubano y sus consorcios semi-estatales como GAESA siempre verán el crecimiento del sector privado con un recelo sin atenuantes. Incluso las reformas al estilo chino o vietnamita resultan demasiado liberales para el esquema sobre el que basan su existencia.

El mayor peligro para el control económico del país por parte de la cúpula castrista emana de esos mismos cubanos que esta ha empujado a emigrar durante décadas. El régimen teme, con razón, que una vez que les den a los cubanos, de adentro o afuera, libertades y garantías para invertir, estos los superen en capacidad productiva y económica. Con un 20% de la población cubana fuera del país que posee un potencial productivo mucho mayor que el del régimen es demasiado arriesgado para este competir en igualdad de condiciones. Entonces, ¿para qué renunciar al negocio redondo que resulta de exportar emigrantes e importar remesas? ¿Para qué entrar en una competencia para la que no están capacitados? Y todo eso sin entrar en el tema de las libertades políticas, algo con lo que nunca se han atrevido a conceder ni en las peores coyunturas.  

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