Podría suponerse que siendo un discurso
subversivo “por naturaleza” el de la disidencia cubana debería, por lo mismo, rehuir
del kitsch totalitario y hasta del kitsch en general. Pero claro, eso es
demasiado suponer. Y no sólo por lo consustancial que es el kitsch a toda
comunicación política. También debe tener en cuenta que ese pastiche de lugares
comunes de las culturas europeas e indígenas que es la llamada cultura latinoamericana
no puede ignorarse sin convertirse en elitismo insufrible. Y si muchos
disidentes pueden darse el lujo como intelectuales de ser elitistas como
políticos, no. El kitsch es a la cultura y a la comunicación lo que la alquimia
es a la química: si bien la imita en los procedimientos y recombinaciones su
diferencia fundamental está en lo que prometen. Como si no fuera magia
suficiente obtener una nueva sustancia a partir de otras dos el kitsch, como la
alquimia, promete ese imposible que es la obtención de la piedra filosofal a
partir sustancias más o menos vulgares.
No es poca la tentación de los opositores
cubanos de prometer una democracia perfecta o al menos funcional a partir de
una sociedad carente de los más elementales gestos comunitarios, civilizatorios.
(Esos que hablan de capitalismo salvaje deberían acercarse a estos poscomunismos
totalitarios antes de aplicarlos a sociedades bastante más domesticadas por el
interés común). Para obtener tanto de tan poco incluso el kitsch de la alquimia
parece insuficiente. Y más cuando un mundo que se gastó todo su entusiasmo
anticomunista tras la caída del Muro de Berlín le escatima a los demócratas
cubanos la solidaridad más elemental. Unos porque ven a los demócratas cubanos,
tras un nuevo ciclo de agotamiento democrático en buena parte del mundo, con
curiosidad pero no mucha simpatía hacia gente tan ingenua que consigue ver en
la democracia un fin, un destino deseable. Más grave aún es la hostilidad que
le ofrece Latinoamérica a la disidencia cubana. Tras el fracaso en la mayoría
de sus países latinoamericanos del experimento democrático el continente, hundido
en su renovado arrebato populista, ha tomado al sistema que denuncian los
demócratas cubanos como precursor e inspiración cuando no como asesor en
manipulación social y represiones diversas.
Permítaseme entonces la cursilería de describir
a Cuba como una isla rodeada de kitsch por todas partes. (Incluso por el Norte,
claro, con los norteamericanos entregados a esa otra variante del kitsch que es
el paternalismo comprensivo cuando en realidad no se entiende absolutamente nada).
Y es que en la base pero también más allá del kitsch político está,
omnipresente el kitsch cultural, ese en el que ya están inmersas las masas y
las élites cuando los políticos empiezan a hacer su trabajo. Ese kitsch que les
abona el terreno o, pasando a la cursilería de las metáforas bélicas guerra, ablandan
al enemigo con preparación artillera. Latinoamérica es el continente donde frente
a la cursilería de la cultura de masas ha surgido una cursilería elitista que reclama
ser la verdadera voz del pueblo y al mismo tiempo de la modernidad para además
cumplir aquella misión del kitsch clásico de tranquilizar “al consumidor convenciéndole de haber realizado un
encuentro con la cultura”. Al amparo de una suerte de proteccionismo cultural
ese pastiche de cultura de masas y vanguardias no compite en pie de
igualdad con el resto de los productos culturales porque en realidad están de
inicio en un plano supuestamente superior. Puede o no llenar estadios pero su
prestigio está garantizado de antemano.
En el despertar pseudo religioso que
representa la actual ola populista en Latinoamérica todos los productos culturales
que no estén iluminados por el espíritu santo del populismo están, como los
personajes paganos en el infierno diseñado por Dante, condenados por el solo
hecho de no reconocer su absoluta superioridad. Y poco importa que el propio Eduardo Galeano desautorice “Las venas
abiertas de América Latina” como libro indigesto y aburrido; o que las canciones de Silvio
Rodríguez terminen pareciéndose más a las de sus peores imitadores que
a sí mismo; o que el más exitoso modo de sobrevivencia que haya encontrado la
Nueva Canción latinoamericana sea al golpe del reguetón de Calle 13. No sólo seguirán
siendo objetos de devoción estética y paradigmas culturales en un mundo que ha
perdido hace rato cualquier referencia. Su cursilería conservará además una
función política, que es nada menos que la de transformar el mundo.
[Continuará]
Los “latinos” (con excepciones individuales que siempre hay) escasamente tienen perdón, y aún aparte de su conducta hacia Cuba, merecen poco respeto. Hablo sobre todo de países con suficientes recursos naturales que pudieran o debieran estar muy bien parados, y siguen sumidos en el fracaso, la estupidez y la corrupción, por no hablar del eterno pretexto de culpar a factores externos, como si lo interno fuera intachable o no viniera al caso. Repito, no hay que recurrir al tema de Cuba y sus malos “hermanos,” pues en resumen de cuentas no se debe ni se puede esperar que nadie se desviva por problemas ajenos, a no ser que sea por oportunismo interesado (como el castrismo con el Ebola africano) o por estar en onda y a la moda (como gran parte del primer mundo con la Sudáfrica del apartheid). Basta con mirar la crónica y empedernida decepción que ha sido y sigue siendo casi toda América Latina. Sí, Cuba cayó en lo mismo y peor, pero ese no fue el caso durante la primera mitad de su historia poscolonial, durante la cual se apartaba cada vez más de sus “hermanos.” Sospecho que tal divergencia, brutalmente “corregida” por el castrato, es parte de la razón detrás del filocastrismo “latino.”
ResponderEliminarel articulo como veras si tienes paciencia para leerlo completo (que si lo abandonas no te culpo) va mas alla de tratar de explicar "el problema de Cuba": mas bien intento analizar la conexion entre estetica y politica. creo que nadie esta exento del kitsch politico del que hablo sino mas bien es parte del propio acto politico pero si pienso que su avance y extension en iberoamerica en los ultimos años es preocupante.
ResponderEliminarLos iberoamericanos van de Guatemala a Guatepeor, lo cual tiene cierta lógica, por deprimente que sea--mucha más que el caso de Cuba, que progresaba a todo tren y se hundió de forma francamente irracional con el castrismo. Esa irracionalidad, o esa locura, explica en parte la "obsesión" del exilio (el verdadero) por recuperar lo perdido, o mejor dicho, lo miserablemente desperdiciado, y hablo de mucho más que lo material. De cierto modo, es un intento de redimirse, de superar una cagada de una enormidad tan apabullante como bochornosa.
ResponderEliminarEl problema de los iberoamericanos, o buena parte del mismo, es que no escarmientan, no aprenden, y siguen aferrados a consabidas fórmulas inoperantes--o sea, el realismo mágico como modo de vida real, pero no a la manera de "Gabo," el que vivió muy bien DE eso, lo cual es otra cosa. Así no se llega lejos, si es que se llega a alguna parte que valga la pena.
Ahora me recordaste que en algun momento pense hablar sobre el realismo magico porque como señalas esa confianza en lo magico domina el escenario de la politica y el cambio social y Latinoamerica. eso apartando que el realismo magico de García Márquez guarda una relación con la literatura de un Faulkner similar a lo que Eco define como el kitsck en relacion a la vanguardia: "El kitsch toma procedimientos de la vanguardia artística, esto es, de las expresiones artísticas más innovadoras, y los "adapta" a un nivel accesible a las grandes masas. Esto es que, simplifica y superficializa la manifestación artística para ampliar las audiencias"
ResponderEliminarDesgraciadamente, los cubanos resultaron ser MUY susceptibles al canto de sirena del kitsch político (igual que al kitsch en general). Esa gran debilidad fue una suerte de talón de Aquiles que dió al traste con todo, aunque fuera de la política, Cuba marchaba mucho mejor que la inmensa mayoría de sus "hermanos."
ResponderEliminarPero efectivamente, la propensión al kitsch era bastante generalizada, demasiado. Siempre he visto una relación entre la locura por ciertas figuras políticas (no solamente Fidel, aunque sea el mejor ejemplo) y el furor nacional por el tal "Clavelito" de la radio y su famoso vaso de agua. O sea, hubo un infantilismo atroz, o como dicen algunos, mucha escatofagia.